Timoteo Antón Romero. Presente. r

La historia de la vida de Timoteo ha llegado hasta nosotros envuelta en la oscuridad del tiempo, tapada por el polvo que pone el miedo a las cosas cuando las vinculamos a algún signo de peligro confuso si las aireamos.

Un día me decidí a preguntar en un grupo de buenos amigos de distintas edades, algunos de ellos noblemente cargados de larga experiencia y muchas suelas rotas.

-¿Vosotros a lo mejor sabéis decirme algo de un tal Timoteo de nuestro pueblo, que me han dicho que pudo vivir…

-Pues ahora que lo dices… Hubo uno que trabajaba hacia lo de Valdeosma o La Olmeda de guarda, que no comulgaba mucho con las ideas de los que mandaban por entonces, y se lo llevaron por delante.

-El que te puede dar cuenta de él es el Ismael, que ya sabes qué cabeza tiene y se acuerda de todo -me lo dice Julia con su voz melodiosa cargada de afectos hacia todos, y me anima a que hable con él, que es quien más sabe de todo aquello y de todo.

-A mí hay cosas que se me olvidan, los nombres de alguno y así, pero si hablas con Ismael, verás cómo la madeja se desenreda en un periquete.

Y le llamo por teléfono.

-Ismael, me ha dicho la Julia…

-Sí. Ya me ha puesto al tanto. Pues te diré que se llamaba Timoteo Antón Romero. Era una buenísima persona y, como decía mi padre, el tio Celes, el que estaba a su lado no se moría de hambre aunque él se lo tuviera que quitar de la boca. Era de aquí n’esto, de nuestro pueblo, pero trabajaba de guarda fuera. Me han dicho…

-El Timoteo era primo de mi madre, la tia Eudoquia, y cuando venía por el pueblo se quedaba mucho en nuestra casa y en la casa de la tia Máxima, que luego se marcharon a Igualada. El Tiomoteo estaba casado con una de un pueblo de por aquí cercas que se llamaba Dominica, y tenían un hijo que no me acuerdo de su nombre ahora. Juan José, acaso. Debía andar ajustado por tierras del Burgo, pero no te sé decir si de pastor o de guarda de vedados, que por esa zona hay muchos árboles frutales y cogían gente para que no entraran en ello.

De vez en cuando se queda un poco callado, como si se concentrara para acordarse de algún detalle o buscando la palabra justa para decir mejor algo.

-Nadie se explica por qué andaban tras sus pasos. si sólo se ocupaba de ganarse el pan y llevar algo a casa, pero en aquellos años por menos de nada cualquiera te buscaba las vueltas por cualquier cosa, por una discusión de lindes, o unas ovejas que se te metían a un trigo, ya me entiendes. Unos dicen que uno que tenía palomas le pilló cogiéndole un par de pichones por llevar algo de comer a los suyos. Otros dicen que si acaso no quiso bautizar a un hijo que tenían, que se llamaba Juan José, y no estaba bien visto salirse de la doctrina de los curas.

-No sería por eso, digo yo.

-No te sé decir, chico. También dicen que en El Burgo alguno le debió dar alguna perra para que repartiera papeles de los republicanos que habían perdido la guerra y andaban escondidos, y como él padecía necesidades los estuvo repartiendo porque todo era poco y siempre andaba a lo que se terciara.

-El motivo casi es lo de menos -le digo yo por meter cuchara y que viera que le seguía con atención la hebra.

-Por entonces venían mucho por los pueblos con un camión al rebusco de los que llevaban apuntados en una libreta. Cualquiera te denunciaba por envidias o por unas palabras a cuenta de un mojón de una tierra, y te la preparaban. Mi padre se lo decía al Timoteo:

-Vente conmigo, que estoy de viñadero y te puedes esconder en las viñas y comer de ellas para engañar al hambre.

-Celes, pero si yo no me meto con nadie, ni he hecho nada malo. Algunos días le convencía, y cuando mi madre iba a llevar la comida a mi padre llenaba algo más la taleguilla para que no les faltara. Pero un día debieron de pillarle, se conoce…

-¿No lo vio nadie?

-Y qué importa eso ahora. Una vez que venía el tio Jamín con un macho del mercado de San Leonardo, se cruzó con el camión que recorría los pueblos llevándose gente, y escuchó una voz de entre todos los que iban dentro:

-Adiós, Benjamín. Adiós para siempre.

Lo contaba mucho el tio Jamín, que estaba casado con la tia Irene, que era hermana de tu abuela Elena. A lo mejor no te acuerdas de ella porque murió pronto la pobre. Pasados los años, uno de la parte de Herrera de Soria que iba de pastor por entonces, contó que vio el camión de los presos, y que los bajaban por el monte y los iban matando, y los enterraban allí mismo, vete a saber dónde. Estos años han debido sacar alguno, pero el Timoteo hasta ahora no ha aparecido. A ver si los de la Memoria Histórica se ponen a ello y tenemos suerte.

-Es una historia bien triste.

-Ni que lo digas. Una familia rota por nada. Dejó a la mujer sola con su hijo pequeño. Gracias que la socorrió uno que estaba de boticario en Espeja, si mal no me acuerdo. Tenía tres hermanos: un Pablo casado en Zayuelas con una Luisa, una Dionisia casada con otro que se llamaba Celestino, y un Jonás que encontró acomodo en Nafría, pero su mujer no me viene a las mientes cómo se llamaba. Una familia entera destrozada para siempre por nada. Todo el mundo decía que el Timoteo era una buenísima persona, y el tio Jamín se pasó la vida acordándose de que se despidió de él desde el camión cuando le llevaban para matarle.

-Adiós, Benjamín. Adiós para siempre.

Si por lo menos le encontraran…

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