El día de la vendimia, una fiesta para los sentidos

El mes de septiembre es un remanso apacible y soleado. Terminan las labores de la cosecha del trigo, van madurando las alubias y los garbanzos. También las patatas. Más adelante, cuando lleguen las primeras lluvias de otoño, será el tiempo de las setas y la sementera.

Pero el mes de septiembre es el remanso más apacible y soleado del año, entre la complacencia de las trojes llenas y la promesa de lo que todavía se espera.

Las viñas son un manto de verdes que cubren por completo el color pardo del terreno. Sarmientos que se alargan y alargan entremezclándose unos con otros, y los racimos cuajados de uva, acabando de madurarse unos dorados y otros negros, como una tentación para los ojos y las manos, para la boca que se hace agua, los dientes que explotan ávidos las uvas recién cortadas del tallo, el paladar que saborea y desparrama el jugo más delicioso hacia la garganta.

Es a últimos de septiembre cuando se celebra la fiesta mágica.

Un día, el viñadero mira las señales del cielo y avisa de la fecha más propicia para la vendimia. Los hombres, mujeres y niños se levantan más temprano que nunca. Preparan los carros con los cestos. uncen la yunta y llenan las alforjas con la botija de agua y la bota de vino, la fiambrera con pollo en escabeche y algo de matanza, y media hogaza para acompañarlo todo cuando se detengan a almorzar sentados en el suelo sobre una manta.

Los niños hacen el recorrido metidos en los cestos deseando llegar a la primera viña. Los que conducen a los animales subidos a la pértiga restallan la tralla para aligerar su marcha, y cantan tonadas antiguas repetidas año tras año.

De qué te sirve, niña,
Regar claveles,
Si no puedes casarte
Con el que quieres.

Cada vecino conoce sus viñas, y detiene el carro en el primer líneo a la vez que todos echan el pie a tierra y se preparan para empezar la faena. Cada miembro de la familia coge una cesta para ir llenándola, y unas tijeras o una navaja o podadera para ir cortando los racimos recorriendo las cepas.

– Mira este qué bueno.

-A mí las que más me gustan son las más pequeñas.

-Tenéis que tener cuidado porque puede haber alguna abeja y puede picaros.

-Las blancas están más dulces, pero las negras tienen más sabor que las blancas.

-No os comáis todas, que no vais a dejar ninguna para hacer vino y llevar alguna a casa.

En el cielo brilla un sol espléndido, como una torta grande recién salida del horno, y es un placer observar las viñas llenas de gente satisfecha hasta donde termina el horizonte en lo alto de la choza, todos atareados en la recogida de las uvas de su viña.

A poca distancia de nosotros unos mozos corren detrás de unas mozas arreboladas para pintarles la cara con un racimo de uvas negras. Un poco más lejos alguien canta levantando mucho la voz para que todos le oigan.

Ventanas a la calle
Son peligrosas
Pa los padres que tienen
Niñas hermosas.

El reposo del mediodía para reponer fuerzas es una bendición a la sombra de un nogal cuajado de nueces gordas a punto de poder cogerlas.

-La costilla de la orza es la mejor tajada.

-Pues yo me agarro bien a gusto a un muslo de escabeche.

Trozos de chorizo, lomo, unas cuantas tajadas del magrero… La bota pasa de uno a otro porque las gargantas están resecas y necesitan ser mojadas. Sin detenerse mucho, lo recogen todo y vuelven al trabajo.

Los cestos del carro se van llenando con el paso de las horas, y al caer la tarde, cuando el sol empieza a acercarse al Morro del Castillo poco antes de trasponerse. Es el momento del regreso.

Los cestos van a rebosar en el carro camino del jaraíz del pueblo, y los vendimiadores hacen el camino de vuelta andando, cansadísimos hasta los tuétanos después de una jornada de duro trabajo, pero contentos de todo lo hecho.

Subido a la pértiga de un carro cargado de uvas hasta los topes camino de los lagares, alguien canta:

Aunque me ves, que me ves,
Que me ves que me caigo,
Es una chispa de vino,
Morena, que traigo.
Aunque me ves, que me ves,
Que me vengo cayendo,
Es una chispa de vino,
Morena, que tengo.

El sol es apenas un ascua mortecina a la espalda del Castillo, cuando termina el día de la vendimia como una fiesta milenaria, y nosotros entramos destrozados por el cansancio y felices en el pueblo.

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