Septiembre, el final del verano y el principio de muchas cosas.

El verano fatiga la piel y los sentidos de soles intensos y días largos que acaban castigando los cuerpos, y se agradece la suavidad de los matices del cielo apacible y la calma de la brisa que sopla como una caricia al caer la tarde. Por fin llegaba el cambio de temporada.

Las alubias y los garbanzos había que cogerlos antes de que bajaran las primeras nieblas, y se dejaban unos días en las tierras en pequeños montones que después se iban a buscar con los carros para llevarlas a las eras amontonándolas separadas según su clase: por un lado las tempranillas, por otro las blancas, por otro las coloradas. Antes de trillarlas se dejaban extendidas al sol en las eras para que acabaran de secarse aprovechando los ratos de más calor y se volvían a amontonar cada día a la puesta del sol. Cuando eran pocas para trillar se les desgranaba apaleándolas una y otra vez hasta que las vainas quedaban vacías. Después había que cribarlas para terminar de limpiarlas y por fin desmotarlas quitando a mano alguna maladada y las últimas brozas que pudieran quedarles.

Se recogen también las hortalizas de los huertos: tomates, pimientos y guindillas, las lechugas y las cebollas. Para conservarlas se extendían encima de las trojes del grano, se embotaban en conserva, o se echaban en vinagre para ir gastándolas a lo largo de los meses. normalmente como acompañamiento de un buen plato de alubias o patatas cocidas.

Es también el tiempo de atender a los preparativos de la próxima vendimia, revisando los cestos, lavando las cubas y cubetes, que a veces se hacía llevándoles al río para tener agua en abundancia, o reparar desajustes y componer algún desperfecto.

Barridas las eras, era costumbre ocuparse en el arreglo de chamizos y casas, reponiendo paredes rehundidas o recaladas por los aguaceros, y retejando tejados en mal estado para prevenir las goteras del invierno. La gente solía aprovechar los días de buen tiempo para hacer adobes, y eran conocidos los parajes por la clase de la tierra que se sacaba en ellos y la existencia de algún manantial para hacer la masa con el barro y la paja. Las adoberas se hacían de distintos tipos, dependiendo de que los adobes fueran a emplearse en la parte exterior de la construcción, en las separaciones interiores, o de formas especiales para utilizarlos en hornos abovedados de cocer el pan.

Algunos años, la última semana del mes llegaban ya las lluvias anunciadoras del cambio de temporada, y pronto empezaban a verse las primeras setas de cardo y las primeras quitameriendas entre la hierba. Empezaba el otoño.

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