Carta abierta al Ayuntamiento de Fuentearmegil en defensa del agua como un derecho irrenunciable.

Las macrogranjas son un verdadero atentado contra el patrimonio natural de Soria. Hace cien años nuestros abuelos se reunieron en concejo para comprar nuestros pueblos al conde de Adanero teniendo que endeudarse para hacer frente al dinero necesario, y desde entonces sus herederos tenemos la obligación de cuidar y respetar lo que nos dejaron, protegiéndolo y defendiéndolo de prácticas contrarias a nuestros usos y costumbres para que nuestros hijos y nuestros descendientes puedan heredarlo igual que lo recibimos nosotros de las manos de nuestros padres.

Si vivieran todavía algunos de los que hicieron la compra aconsejados por don Juan José de Pablo, nos hablarían de las penalidades y el hambre que padecían hasta abril de 1924. Ni las fincas que araban eran de ellos ni tampoco las casas donde vivían. Visto desde ahora, cien años después de recuperarlo, sabemos que nuestra mayor riqueza es el agua de los tres ríos que corren por nuestro término, el Perales, el Cejos y el Cañicera, además de los numerosos arroyos que hubo siempre y los manantiales naturales de los que podían beber los ganados y las personas durante las cuatro témporas del año. Nada existiría sin las aguas superficiales y sin las aguas subterráneas que proporcionan humedad al suelo de cultivo y a los terrenos cubiertos de hierba y las masas de árboles que sirven de alimento y cobijo a los animales que viven en el Coto Redondo en equilibrio con la naturaleza.

Las macrogranjas son un verdadero atentado contra el agua y el suelo, provocando la contaminación por las toneladas de purines, los gases venenosos expulsados a la atmósfera y la destrucción de la capa freática que convertirá nuestras parcelas en un yermo.

La imposición de un proyecto contrario al bien común sin aprobarlo en concejo público rompe la hermandad tradicional que hubo siempre entre los vecinos, dejándose llevar por los intereses económicos de unos empresarios forasteros que sólo buscan su beneficio propio.

La tierra, el aire y el agua son un patrimonio imperecedero heredado de nuestros padres y nuestros abuelos más profundo que una interpretación sesgada de las leyes, porque pone en riesgo el futuro y la buena armonía que siempre ha reinado en nuestros pueblos. El agua es un tesoro comunal que ha permitido salir adelante a quienes vivieron antes que nosotros, y debe seguir compartiéndose de la misma manera que se ha hecho siempre. Nadie puede disponer de ella fuera de unos límites razonables sin consultarlo antes con el parecer del concejo de todos los herederos de los que en su momento se lo arrebataron de las manos al último terrateniente. Debemos preservar la tierra, el aire y el agua libres de contaminaciones y de agentes patógenos que producen enfermedades y acaban provocando la muerte de los pueblos.

Nuestros padres y nuestros abuelos se abrían juntado en concejo para rechazar el proyecto.

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