Marzo despierta del invierno que acaba.

La luz del sol es más clara en marzo, y alarga los días acortados en los meses anteriores, subiendo la temperatura varios grados y amaneciendo muchas mañanas soleadas. Algunos árboles frutales, como los almendros, han echado su primera flor, aunque lo más seguro es que la pierdan con las heladas de principio de primavera o mayo.

Los hombres podan los árboles de los plantíos, y también las cepas de las viñas, atando los sarmientos en gavillas para que se vayan secando poco a poco con el calor del sol.

En tiempos abundaban los rebaños de ovejas, en marzo contaban con un buen número de recentales correteando por las praderas entre sus madres, y mordisqueando la hierba nueva.

Los hombres madrugaban con las yuntas llevando los arados invertidos sobre el ubio con el extremo del timón en el suelo, y las vertederas con la reja afianzada sobre un armazón con ruedas para facilitar su desplazamiento. El campo era una estampa de labradores arando sus tierras, primero con la yunta de bueyes, y más tarde de machos, haciendo una labor concienzuda que muchas veces les ocupaba un día entero el mismo terreno que con la mecanización moderna puede hacerse en media mañana o media tarde. Muchas veces llevaban la comida en una taleguilla para comer en la tierra si tenían que seguir con la faena hasta la puesta del sol. Era un trabajo duro y pesado.

La basura de los corrales y de las cuadras se amontonaba en los muladares exponiéndola a la lluvia y la nieve de todo el invierno, la fuese convirtiendo en compost, mucho más rico en nutrientes para las plantas, y solía derramarse en las tierras de labor a principios de primavera.

La gallinaza y la palomina de gallineros y palomares se llevaba a los huertos acarreándola en hangarillones, porque existía la creencia comprobada por la sabiduría del paso del tiempo que era especialmente buena para la hortaliza. Los huertos hace ya que dejaron de valorarse como se valoraban, y ahora lo raro es que alguien siembre algo en ellos, pero los más mayores recuerdan bien el apaño que hacían de tomates, pimientos, lechugas y cebollas, por decir sólo alguna de las cosas que se ponían en ellos, y daban buen juego en la cocina o como pienso de animales.

Los usos y costumbres les llevaban a juntarse en la Casa Pueblo para hacer trabajos comunales, ir «de estorbaos» lo llamaban, arreglando caminos, los puentes que tuvieran desperfectos porque se hubiera tronchado alguna tabla por el invierno, el remozado de los cubillos, y las fuentes del campo cegadas por las escorrentías. También se reponían los mojones para la veda de los sembrados y sitios para carear la vacada y la muletada en los meses de verano.

El mes de marzo, que los romanos consagraban al dios Marte, el dios de la guerra, es el mes de la esperanza, el mes de la promesa de las semillas que se siembran y que darán su fruto por el verano.

Lo decía el cantar de Las Marzas que entonaban los mozos yendo de puerta en puerta al rayar la media noche de primeros de mes:

«Esta noche, esta noche entra marzo.

De media noche abajo entraremos en buen año.

De media noche arriba entraremos en buen día…»

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