Asentada ascendencia.

Reconocerás el lugar entre todos los pueblos de la tierra. Allí nacieron mis padres, mis abuelos y todos mis antepasados hasta donde extendemos la memoria. Allí nacimos todos sus hijos, aunque la vida nos haya dispersado como dispersa en primavera el polen y en otoño las hojas secas el viento. Allí tengo mi querencia.

En sus calles di mis primeros pasos, y en sus plantíos vi por primera vez un nido de gorrión con cinco huevos a punto de sacar los pájaros nuevos. En su río pescamos los primeros cangrejos que comimos aderezados con pisto de las hortalizas de los huertos. En mayo y junio íbamos a cortar rosas de San Juan a los tomillares, y campanillas azules y margaritas con su botón amarillo a las praderas. Allí recogimos las primeras moras y los primeros tallos de los escaramujales pinchándonos. Cómo olvidar todo aquello.

Allí está mi querencia. Encontrarás el pueblo en medio de una llanura que se junta en la lejanía del horizonte con el cielo. Verás que las viviendas tienen las paredes de adobe rojizo macerado en los muchos aguaceros y los muchos hielos, y todas dejan siempre la puerta abierta para que entre el que llegue. Los chicos pasábamos el día entero en la calle, y si teníamos sed entrábamos en cualquier casa a pedir agua sabiendo que el agua era de todos.

En la parte de abajo, pegada a la fragua del herrero, todavía puede verse la fuente donde íbamos a cogerla del caño con dos botijos para beber nosotros, o con un par de calderos para que bebieran las gallinas y los cerdos.

En la parte alta, pasada la iglesia y los dos lagares que había en el pueblo, las viñas eran un mar de hojas verdes hasta el alto de la choza, que se movían como el oleaje rizado con la brisa más suave, y el alma se sosegaba mirándolo.

Allí está mi querencia. Allí los primeros cuentos que nos contaron, las primeras alegrías y los primeros miedos. Allí el calor de la lumbre donde nos refugiábamos del frío en el mal tiempo. Comíamos cada uno con su cuchara de la cazuela puesta en medio, y besábamos el pan si se nos caía sin querer al suelo.

Cuando se nos murió la perra que iba con las ovejas la enterramos bajo la encina del recodo del camino que torcía hacia el monte. Allí estarán sus huesos.

Mis padres descansan con mis tíos y mis abuelos junto al sabuco viejo, al arrimo de la tapia del norte, que es la más soleada al atardecer y la más resguardada de los chubascos y el cierzo.

Allí encontrarás mi querencia. Dentro de las venas llevo aquellos campos, aquella tierra con aquellos colores entrañables: marrón por la sequía, pardo oscuro de recién sembrados, amarillos y grises. Aquel relieve apacible del paisaje un poco ondulado que invitaba al descanso. Allí está mi querencia. Allí me visitaron todos los sueños, y allí tengo preservados todos mis recuerdos pretéritos y los que para mí proyectaron los que podían hacerlo mis pasos venideros.

Reconocerás el lugar entre todos los pueblos de la tierra.

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