Las relaciones familiares

En el recuerdo de la vida social de Fuencaliente y su comparación con la tristeza y soledad de los momentos presentes, nos vemos desbordados por la nostalgia ante la relación humana, bella, simpática y cordial. Recordamos en estos momentos la estampa, anacrónica y desfasada del campesino encorvado ante el peso del trabajo en el surco y sus jornadas en la que el límite era la falta de la luz del día. El hombre del campo tomaba fuerzas para continuar trabajando reposando sobre una “morena” como almohada, y de regazo las pajas de mies.

En las tardes calurosas, se convertía en el mejor amigo la presencia de ese inseparable compañero, botija o bota, cuyo estimulante y preciado líquido era el mejor estímulo para seguir trabajando.

Ha cambiado el tiempo, los hombres, el campo mismo, las personas, las amistades y hasta la relación entre las familias. Antes era más cordial y sincera y ahora se ha vuelto fría y calculadora.

Es maravilloso cuando llegaba a Fuencaliente un hijo de pueblo procedente de otras tierras. Era una estampa muy emotiva, cuando alguien del pueblo reconocía al recién llegado, ante la contemplación de los rasgos físicos.

-¡Anda, pero si tú eres el hijo del Benavides! Tu padre y yo hemos sido muy buenos amigos.

Otro vecino, solía confundirnos con nuestro hermano, con nuestro primo o simplemente nos recordaba ciertas peculiaridades de.

-Recuerdo, dice una señora, cuando te caíste en la requija, y a consecuencia de la mojadura, cogiste el sarampión.

Por lo regular el interesado apenas se acuerda de esas estampas, pero le gusta y le causa cierta satisfacción íntima cuando los vecinos del pueblo le cuentan cierta andanada de preguntas en las que tenía que hacer un sincero examen de su vida y una justificación.

Las visitas a las diversas casas de la localidad también era muy especial, un tanto primitiva y rabiosamente sencilla.

Era temporada invernal cuando el que esto escribe acudió a Fuencaliente, la noche era fría, la luna brillaba en lo alto, y la helada se apreciaba sobre los tejados. Los pasos resonaban ante el pavimento rudo. Iba acompañado por un familiar que se interesó en visitar a otras amistades. De inmediato llegamos a la puerta de una casa. Un fuerte golpe a la puerta, se convirtió en el mejor timbre de llamada. Cedió la puerta y sin pedir permiso, nuestro acompañante dijo.

-Hasta dentro. Allá vamos.

Y nos internamos en la casa. Una señora salió a nuestro encuentro, con un candil de aceite, que su luz no llegaba a clarear los pasos, pero que era mejor que la oscuridad completa. Los naturales casi en plena ausencia de luz se movían con gran facilidad por la casa.

A pesar de la oscuridad había actividad en la cocina,

Nuestro acompañante comentó que la vida familiar solía hacer de noche. En algunas de estas casas estaban hasta las tres de la madrugada. De día les consumía toda la actividad el quehacer de las actividades del campo. Atender los ganados, ir al monte a por leña, reparar arreos y en fin, no falta actividad.

Hasta la misma cama, en la que reposas tu cuerpo y los habitantes de la ciudad tratan de dormir sin conseguirlo a veces, tiene su encanto.

-Mira, sobrino, la cama en la que vas a dormir esta noche la tienes que recordar. La hemos heredado de la abuela y es la misma en la que tú solías dormir la siesta.

A continuación de la observación sentimental, vino lo otro.

-Aquí te dejo la caja de cerillas y una vela. Si tienes que hacer alguna necesidad puedes ir al establo. En estas casas, como habrás observado, no hay lo que llamáis servicios.

Dejamos a un lado estas incomodidades y señalaremos que los habitantes de estas casas, tienen cierta alegría. En los pasillos se veían artísticos mosaicos. Las cocinas tenían azulejos. Hay limpieza en los diversos departamentos de la casa, y con la luz del día cambia el panorama de las viviendas.

(Extraído del manuscrito titulado “Fuencaliente, pequeño pueblo de ilusiones perdidas”, que Eugenio cabrerizo Cámara redactó junto con el periodista José Pérez Llorente alrededor del año 1970, obteniendo el reconocimiento de los Premios para el fomento de la investigación, nivel universitario del Consejo General de Castilla y León).

2 comentarios

  1. Quiero recordar que en el año 1966 recien casado pase unos dias en Fuentearmegil en casa de los padres mi mi mujer y conocer a la familia yo soy de Barcelona y uno de los dias mi cuñada tenia que llevar una cochina para aparearla con un semental a Fuencaliente, y me dijo si queria acompañarla total que nos fuimos de Fuentearmegil a Fuencaliente al llegar a Fuencaliente me dejo en la puerta con la cochina mientras llamava a los que tenian el semental, y en estas que se me escapa la cochina, y la gente del pueblo decia no conocemos a este hombre pero tenemos que ayudarlo un bonito gesto

  2. Eugenio cabrerizo es mi abuelo, yo soy su unica nieta. Murió cuando yo tenía 12 años.
    PAra mí mi abuelo era un ferroviario palentino, trabajador, y muy alegre, amigo de todo el mundo, extrovertido y bailarín, pero con un gran apego a la familia y sus valores. Siempre se comentó en casa que había escrito historias del pueblo, y el manuscrito rondaba su casa, pero la verdad, a los nietos no nos llevaban mucho a fuencaliente y no teníamos mucho apego por el pueblo.
    yo ahora tengo 34 años y cada vez me gusta más ir. LA última vez llevé a mis hijos de 3 años, son la 3º generación y son totalmente palentinos, pero cada vez que pongo un pie en el pueblo siento mis orígenes allí.
    EStoy navegando intentando reconstruir la vida de mi abuela y la de tantas personas de su generación que vivieron en ese pueblo sin otras aspiraciones que labrar su trozo de tierra y vivir. Hasta que marcharon en busca de un futuro mejor, ese fue mi abuelo, y otros tantos. Lo hago sin otra pretensión que bucear en mis orígenes, ahora que lo tenemos todo y que nada nos falta.
    ES un placer encontrar esta página y sus escritos

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