El día 24 de diciembre transcurrió con toda normalidad. Cada familia atiende sus faenas del campo como un día más del año. Al anochecer con todos los vecinos cobijados en sus casas cambia el panorama, empieza a resonar el toque de las zambombas, el ruido alegre de las castañuelas y el acompañado de la música navideña. Después de la cena el público se congrega en el local destinado a baile y sobre las once y media pasadas empieza el retoque de las campanas que suenen de forma distinta y que anuncia la Misa del Gallo. Acuden, como una sola persona todos y cada uno de los vecinos del pueblo.
Al terminar el repique de las campanas, los mozos del reinado con los músicos contratados acuden al domicilio del señor cura, donde suelen encontrarse esperando unos cuantos niños. Abre el párroco la puerta de su casa y entran los niños a tomar la Cruz y se inicia una comitiva hasta la puerta de la iglesia, acompañado de los músicos, y cantando himnos litúrgicos. Se vuelve a repetir, el acompañamiento con la primera autoridad, quien acude a la iglesia escoltado por los compases de la música.
Se trataba de una misa solemne, con el zarragón en primera fila con su uniforme azul marino, gorra de plato y un bastón de mando adornado con trenzado de paja y en su empuñadura unas borlas y unas cintas de fino cuero. En el momento de la Adoración al Niño, el tronerío llegaba a su máxima actividad. Castañuelas, cencerros, campanillas y el sonido de los músicos, ayudaban a dar la máxima solemnidad al momento de la adoración del recién nacido por parte de los fieles.
Mientras los fieles depositaban su donativo en una bandeja, los mozos del reinado soltaban pájaros, que revoloteaban alrededor de la luz de las velas y huían al exterior en el primer hueco que encontraban. El sacerdote, en su homilía, pronunciaba una bella alocución sobre la significación de la fiesta, y la ejemplaridad del Niño Dios.
Terminada la misa, todos los del pueblo se retiraban lentamente a descansar a sus casas, con el fin de prepararse para el día siguiente.
Serenata a las mozas
Después de la Misa del Gallo, los únicos que no se van a sus casas son los mozos. Los del reinado acompañan al cura y a la primera autoridad a sus respectivas casas, junto con los músicos. Una vez cumplido este protocolo, se juntan con los demás mozos en el local alquilado para estos días. Allí dejan pasar unas horas, con el fin de que los del pueblo se acuesten y reposen con toda tranquilidad.
Es la noche de la serenata a las mozas del pueblo, que se suele hacer sobre las tres de la madrugada. Se cantan a unas cuarenta mozas y como la cuadrilla la forman siete mozos, llegaría el alba y no habían terminado la ronda. Para ello acuden refuerzos y se forman varios grupos. A cada moza se le suele dedicar ocho o diez cantares, en los que se hacen alusiones personales a la interesada, que en ocasiones no suelen gustar, haciendo al día siguiente la correspondiente protesta al zarragón, quien tiene que vérselas para hacerle comprender que todo es en plan de broma y que no ha habido intención alguna de molestar.
Cada cuadrilla lleva un libro con los cantares y una linterna para alumbrarse.
Casi siempre se suele empezar con la misma estrofa:
Dama si quieres oír
de tu hermosura cantar
incorpórate en la cama
que voy a principiar
Una vez terminada la ronda, con los consiguientes incidentes que siempre los hay, comentados jocosamente entre los mozos y un tanto en serio al día siguiente por las interesadas, se vuelven a reunir en la Casa de los mozos. Allí, se esperan a los restantes grupos, aprovechando el tiempo de diversa forma. Unos descansan tumbados en los bancos de madera, otros continúan bebiendo, y otros prefieren descansar en sus casas con el fin de reponer fuerzas para el día.
Las dianas del día de Navidad
Después de la ajetreada noche de la serenata a las mozas, y un descanso corto y leve y una recuperación total, digna de los años mozos, se inició la actividad de las dianas y la petición de ayuda de puerta en puerta. La actividad del día la iniciaron los alguaciles que fueron los que se encargaron de llamar a los músicos, que eran los únicos protagonistas del día, al dar las dianas a las primeras autoridades, a las únicas del pueblo. Poco antes de la salida del sol, ya estaban los músicos despiertos y en condiciones de iniciar la actividad. Los cinco mozos restantes se proveyeron de envases: garrafones, talegos, alforjas, sacos.
Sin apenas pararse a calentarse un poco, iniciaron el pasacalles hasta la casa del Alcalde, donde tocaron una diana picada en compañía con el cantar de los mozos. No tardó en abrirse la puerta del domicilio de la primera autoridad local. Abrió él en persona y llevaba una bandeja con dos botellas, una de orujo y la otra de anís, acompañadas de gran cantidad de dulces. Ofreció todo al mayordomo, quien obsequió a los presentes. El Alcalde pronunció un pequeño y emotivo discurso, en el que se hablaba de la paz, la amistad y las buenas relaciones entre los habitantes del pueblo. El representante de la cuadrilla se despidió del Alcalde, agradeciéndole las palabras amables, y deseándole largos y fructíferos años en el cargo.
De aquí a la casa del señor Cura, donde se volvieron a repetir los agasajos, las degustaciones y los parlamentos amables. Siguió el cuartel de la Guardia Civil, el domicilio del primer teniente de alcalde, la casa del hombre de cuentas que al mismo tiempo era el sacristán, al cantinero y al molinero. En todos estos sitios hubo botellas de licor, que eran entregadas a los alguaciles, junto con los dulces y lo sobrante era llevado a la casa del reinado.
Finalizada la pleitesía con las autoridades se regresó a la casa del reinado, donde hubo un pequeño descanso, para continuar con la visita a las demás casas del pueblo.
Delante del grupo iba el zarragón, a quien le entregaban en las casas los donativos más exquisitos, mientras los del grupo recogían el donativo en especie. Pan, judías, garbanzos y vino.
Sobre las once de la mañana el repique de campanas anunciaban la Misa de Pascua. Los mozos dejaban sus trabajos de peticionarios y acudieron como todos los vecinos del pueblo a oír la Santa Misa, que diferenciaba de la Misa del Gallo en que no hubo cencerros ni campanillas, pero hubo acompañamiento de cánticos populares y castañuelas. Terminada la misa, se continuó con el protocolo del acompañamiento al cura y a las autoridades hasta sus casas, con la sonata de los músicos.