Algunos recuerdos de la Guerra Civil

Algunos recuerdos de Fermín, escuchados al calor de la lumbre en Santervás y otros lugares.

¡¡ La guerra!! ¡¡ Ha estallado la guerra!! El pueblo, alborotado. “Ya se veía venir”.

Julio de 1936.

Veinte años después, los recuerdos afloran y los ojos se humedecen. Como en un exorcismo de liberación, Fermín relata con emoción contenida sus experiencias desgarradoras. Escuchamos absortos las victorias personales sobre la muerte, que acechaba en cada instante. La esperanza del alto el fuego. El desgarro interior de morir o matar…

Abril de 1939.

¡Estamos todos vivos! ¡No falta nadie! Un pueblo privilegiado.

Terribles experiencias que los actores de aquella función siniestra nos transmitieron de sus recuerdos imborrables. La frecuencia y la intensidad en los relatos denuncian la necesaria superación de la tragedia y la afirmación de la vida. La muerte ha rondado durante tantos días, tantas horas…

El hijo mayor, nada menos. ¡A la guerra! La juventud en flor, 21 años. El cielo lo veían oscuro y rojo, así debía reflejarse en su alma. El negro de la sinrazón, el rojo de la tragedia. ¿Volverán? Dios sabe. El corazón encogido. Las lágrimas ahogadas.

Julio de 1936. ¡Movilización a filas!

La siega a punto.

Francisco está casado pero también es alistado. El pueblo se vuelca para resolver la siega de Francisco. Al día siguiente el pedrisco arrasa los campos. ¡Lo que faltaba!

Fermín es quinto de reemplazo ordinario, entrado en quintas el diez de agosto de 1.935. El trece de agosto de 1936 es llamado a filas al Regimiento de Infantería Gerona 18.

Y pone rumbo a Zaragoza.

Sus primeras experiencias las vive en tierras de La Mancha. ”Buenas viñas y buen vino”, recordaba.

Pero una de sus primeras experiencias duras no tarda en llegar. Ya está en el frente de batalla, atrincherado.

El tanque que tiene enfrente gira su torreta y apunta hacia la trinchera. Fermín extrema la alerta y se protege. En ese momento se atasca la cadena de oruga del tanque. Baja a repararlo el conductor y le ofrece un blanco seguro. Fermín duda. Al final tiene que disparar para no morir, (horrible dilema) y elige herir en una pierna. El tanque arranca, se gira hacia la trinchera y dispara. No acierta el blanco pero la arena proyectada impacta el cuello de Fermín. No es grave. En el hospital se permite un descanso que le libera un tiempo del frente de batalla. Un regalo fugaz.

Después de diversas batallas por tierras de la Mancha, su división avanza por el sur hacia el este, entrando en la provincia de Teruel.

El frente se paraliza de momento en la zona y algunos permisos son concedidos para visitar a las familias.

Son las once de la noche. El camión descarga la tropa en Santamaría de las Hoyas. Los soldados emprenden su camino hacia sus diferentes pueblos. A pie.

Con el corazón encendido, Fermín corre más que camina, campo a través en dirección a Santervás. El corazón le palpita como en el frente. Pero aquí no silban las balas. La noche está oscura. Rompe el silencio algún animal espantado. La pisada fuerte, de pasos largos, casi a carrerilla, cuando percibe la proximidad del pueblo por el resplandor de las exiguas luces que orientan el trayecto.

La sorpresa en su casa será mayúscula por inesperada.

Llama a la puerta. Contiene el temblor de las manos. Pero no por el frío. La noche está oscura. La visita, a deshora. ¿A quién vendrán a buscar? Los corazones, encogidos.

¡ Soy yo!, ¡ Fermín! El abuelo Pedro reconoce la voz y salta de la cama incrédulo. Duda si estará soñando con su hijo soldado, como tantas noches. Abre la puerta con sigilo para no despertar al resto. Quizá no sea necesario. La sorpresa es mayúscula. Nadie le esperaba, ni siquiera sabían si estaría vivo o no.

Su padre se viste rápidamente, temblando de emoción y de alegría. Se despiertan todos sobresaltados.

Celebrado el venturoso y trágico encuentro, serenadas las lágrimas, Pedro se encamina al corral de las ovejas. En plena noche elige el mejor cordero y allí mismo lo sacrifica.

Poco duró la tregua. El frente vuelve a desestabilizarse y reclama a la tropa. Fermín se incorpora de nuevo a la línea de fuego en el frente de Teruel. Creo que fue su experiencia más fuerte. Pero esquivó a la muerte una vez más.

La batalla de Teruel quedó en su memoria escrita en sangre y fuego. Así más o menos nos la relataba:

Teruel era un enclave muy importante en la estrategia del avance hacia Cataluña. En aquel momento estaba en manos de los nacionales, que habían conseguido el control del norte de España y se disponían para un ataque definitivo sobre Madrid. Corría el 15 de diciembre de 1937.Al mismo tiempo cuidaban su frente nordeste con bombardeos sistemáticos de los aeródromos de Aragón.

Durante la primera quincena de diciembre el ejército republicano acumuló en la zona unos 90.000 soldados, en una cuña de 60 kilómetros de frente. El frente nacional apenas sumaba 3.000 hombres, de los cuales un cuarenta por ciento no eran militares. Las tropas republicanas inician la ofensiva seguras de una victoria fácil por la gran diferencia de efectivos. Apenas usaron la artillería y la aviación.

El general Rojo rodeó la ciudad con seis divisiones, que se fueron reforzando con dos más, en una operación de envolvimiento.

Enrique Líster toma CONCUD por sorpresa. El frío llega a veinte bajo cero. Los soldados republicanos iban mejor equipados para el ataque.

El sitio de Concud fue recordado especialmente por Fermín.

La aviación nacional, con temperaturas en Castilla de diez grados bajo cero apenas puede ayudar.

El 22 de diciembre varias unidades republicanas entran en la ciudad con apoyo de la artillería. La conquista se realiza casa por casa, con gran cantidad de bajas civiles, a pesar de las órdenes dadas por Indalecio Prieto de proteger a la población civil .

Dentro de la ciudad la artillería republicana barre cada edificio donde se encuentra la población fascista: el Banco de España, el Hotel Aragón y el Convento de Santa Clara

fueron las zonas de más encarnizada lucha, llegándose al uso de las bayonetas.

El 24 de diciembre varios oficiales republicanos son condecorados y ascendidos por la victoria inminente, aunque quedan dos reductos por conquistar: el seminario y la comandancia. Finalmente se minan varios puentes y la ciudad se rinde el 8 de enero de 1938.

El seminario fue uno de los últimos reductos en la toma de Teruel. Allí estaba Fermín, codo a codo con su inseparable amigo de Valdenebro, esquivando infinitas situaciones mortales amparados en el respaldo mutuo.

En la retirada hacia el seminario, atravesaron callejones angostos, tomados por las ametralladoras. En uno de ellos las balas segaron las piernas de su amigo. Fermín tuvo más suerte: saltó ágilmente cuando el cambio de peine de la ametralladora permitió un segundo de silencio mortal. Cruzó el fatídico callejón al seminario. Allí se libró el último envite: entre vigas que caían ardiendo de la techumbre maltrecha en un infierno espantoso, llegó el alto el fuego. El seminario fue conquistado. La ciudad también.

La prueba de su valentía la expresó el general victorioso cuando entró en el edificio. Su expresión: ”¿Estos cuatro gatos ofrecían tanta resistencia?” prueba la valentía y pericia con que defendieron la plaza.

Allí fueron tomados prisioneros y conducidos a tierras pirenaicas, conformando un batallón de trabajos civiles, en condiciones climáticas extremas, desprovistos de las mínimas condiciones de supervivencia: calzaban abarcas sin calcetines, cruzando montañas nevadas. ¿Cómo pudieron sobrevivir? Fermín nos contaba cómo tuvieron que amputar un sinnúmero de pies congelados por la nieve. Su estado físico era muy precario. Los más débiles iban cayendo.

Cuenta Fermín que estaba tan famélico que se abarcaba el cuello con una sola mano.

(Y no la tenía muy larga).

En una de las travesías por el pirineo aragonés, en pleno invierno, le sorprende una bonita coincidencia:

_ ¡¡¡ Carro!!! , Le gritan por la retaguardia.

_ ¡¡¡ Hostia!!! ¿Qué haces tú por aquí?

La sorpresa es mayúscula: su compañero Antonino de Santervás , al que lleva un siglo sin ver, aparece por detrás portando un saco a la espalda lleno de carne de burro. Está en suministros. Como una aparición milagrosa, celebran el encuentro. Pero del contenido del saco sólo pudieron probar un bocado que sustrajeron por un agujero. Hasta la llegada al barracón, imagino.

La estancia en el pirineo aragonés fue una experiencia muy fuerte pero estuvieron a resguardo de las balas. Eso sí, en condiciones muy penosas. Incomunicados con la familia, mal alimentados, trabajando duro… En la revista de cartilla militar se lee ”desaparecido en campaña.” Durante casi dos años les dieron por muertos.

En Jaca debieron pasar los últimos meses peleando con el frío y la nieve. Y de allí a Zaragoza, donde entregaron las armas y fueron aseados y despiojados.

La guerra había terminado.

El 14 de marzo, liberado, se incorpora al Regimiento de Infantería “Gerona 18”, el suyo.

Y el 12 de mayo pasa al Batallón de Zapadores número 5, hasta el fin de junio que se licencia.

¡¡ A SEGAR OTRA VEZ !!

NADIE DEL PUEBLO MURIO EN LA GUERRA.

UN PUEBLO CON SUERTE.

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