La venta de las ovejas que no valían

A principios del otoño era costumbre mejorar los rebaños de ovejas, echando morecos nuevos y guardando las mejores corderas para la recría.

Las que eran viejas se aprovechaban como carne para el consumo dentro de la casa, que no hay cosa mejor que un buen plato de patatas con carne de oveja vieja o con los garbanzos, pero por lo general trataban de venderse a alguno que quisiera hacerse con un atajo por poco dinero y podía sacarlas adelante un par de años.

La pericia en estos casos consistía en que el comprador las buscaba en las mejores condiciones posibles y el vendedor procuraba deshacerse de las que le hacían menos juego. Y eso fue lo que nos pasó a nosotros con un hombre que se llamaba Timoteo o algo así, de un pueblo de hacia la parte del Burgo que se presentó buscando una veintena de ellas, que las quería para un mozo suyo que andaba haraganeando en casa y quería que aprendiese el oficio.

-Al hombre se le veía que entendía poco de ovejas.

-¿Y es que no encontró más cerca del Burgo, que tuvo que venir hasta aquí a buscarlas?

-No me digas. La cosa es que caí en que llevaba la bota en una taleguilla, y yo le di vino de la mía:

-Vaya vino cojonudo que hay en este pueblo.

-Pues las ovejas son mejores, le dije. Mire usted qué ubres tienen.

-Esa que se va quedando atrás de las otras parece que anda un poco renga.

-Así que la tiré un canto y al espantarse se juntó con las otras y al hombre se le fue de la cabeza.

-Y no veas el vellón que puedes sacar de cada una, que es la mejor lana para capotes.

Para mí que el tío no sabía lo que era un capote, porque en vez de contestar volvió a sacar la bota y volvimos a echarla a ver cuál de las dos era de mejor cosecha.

Estábamos en la majada de pegando al monte y di un cachavazo a la rama de una encina cargada de bellotas para que el hombre diese en comerse alguna de las que cayeron y fuese entrando en confianza y se quedase con las ovejas.

En cuanto se comió un par de ellas y volvió a echarse otro trago, me chocó la mano y cerramos el trato. A otro día vendría con una camioneta a buscarlas.

-¿Y eso fue todo?

Te parecerá poco. No las miró ni una sola vez a la boca, así que no se enteró de que no les quedaba ni un diente en la boca de viejas que eran. Como cencerro sin badajo las tenían. Si llega a darse cuenta seguro que no se las lleva.

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