Mi abuelo contaba que en Bilbao vivía un gato que era de nuestro pueblo, y estaba seguro porque, según repetía una y otra vez, parece ser que hace una veintena de años se lo llevaron unos veraneantes que venían mucho por aquí.
-Y si no tienen el mismo tendrán otro de aquél porque el gato era gata y ya se sabe que cuando en una casa entra una gata hay gato para rato.
Yo me acordaba algo de aquella gente que llegaban al pueblo un poco antes de empezar la siega y estaban aquí hasta finales de agosto, cuando se barrían de arriba a abajo las eras después de la trilla en espera de coger las alubias. Se les veía por la calle hablando con unos y con otros como si no tuvieran otra cosa que hacer y se aburrieran un poco. Vestían siempre de domingo, con sus zapatos y sus camisas bien planchadas, y pasaban el tiempo presumiendo de los adelantos de las ciudades en comparación con las incomodidades en que vivíamos en el pueblo.
-Era un matrimonio con un chaval mayorcito, que al padre se le habían llevado a Bilbao sin empezar la escuela y le gustaba esto, digo yo que porque se acordaría de cuando pequeño, y como no tenían la casa de sus padres, que vivían en frente de la iglesia y me acuerdo que eran una lechigada de mocosos todos como aquel que dice de las mismas edades, y la tuvieron que vender cuando decidieron marcharse y necesitaban perras, pues se quedaban de pupilo en la taberna, que tenían un par de cuartos preparados para cuando venían forasteros. A él le gustaba algo lo de la caza y algún día salía con alguna cuadrilla de cazadores a las perdices y siempre le daban alguna, digo yo, porque escopeta no tenía y sin escopeta no creo que cazara. Vamos, digo yo. Ella era muy dada a recoger plantas del campo que luego se las llevaba en manojos atados con un junco y decía que todo aquello era una mina de salud para pasar el invierno. Cogía manzanilla por la parte de San Roque, flores de té por la mojonera de Valderrejas, hierbabuena en los cirates de los huertos, y cuando ya se iban a marchar llenaba bolsas de papel con hojas de tomillo y de romero. Se conoce que sabía de hierbas medicinales o algo por arreglo.
-Abuelo, nos ibas a contar algo de un gato…
-Ah, sí. Pues es la cosa que un día unos primos le regalaron al chico un gato marrón sucio, como parduzco o así, ya se me entiende, que había parido su gata unos meses antes y cuando llegó con el animal a la taberna su madre empezó a dar gritos descompuesta diciéndole que no quería verle, que los gatos oscuros atraían a la mala suerte y que se deshiciese de él como fuera. A la tia Tomasa, que era como se llamaba la del de la taberna, el tio Bartolo me parece que se llamaba él, se echó a reír en sus narices y le afeó que una señora de la capital creyera en supercherías y que el gato vendría bien para coger ratones fuera del color que fuera. Pero la de Bilbao dale que dale y al día siguiente tuvo que agarrar al animal y llevárselo de vuelta a sus primos.
-¿Y entonces qué?
-Pues que el gato tardó menos que él en volver a la taberna. Se conoce que aquella noche cenó bien con los ratones que engordan con todo lo que guarda la tia Tomasa en la trastienda. En cuanto que la vasca, que tampoco era vasca porque venía de gente de la parte de pinares, pues en cuanto que le vio entrar por su cuenta se le fueron todos los demonios por la boca y cuando llegó el hijo le mandó que le diese hierba adormidera y fuera a ahogarle metido en un saco al río, pero él no se atrevió y le dejó abandonado en el plantío que hay entre el prado grande y el puente que lleva hacia la balsa.
-¿Falta mucho, abuelo?
-No. Ya falta poco. Pero ahora llega lo mejor. Pues resulta que el gato echó a correr por mitad de los sembrados y como el chico tiró camino adelante, no hay más que hablar. Encima se entretuvo con su madre que estaba por la senda del castillo cogiendo escaramujos, que parece que son buenos para algo, y le dijo que el gato corría que se las pelaba hacia el pueblo, y la mujer no sabía si enfadarse más o reírse de la chanza del dichoso gato. La cosa es que le mandó que fuera a abandonarle al monte porque aquello estaba lleno de gatos monteses y se acostumbraría a vivir con ellos.
-Y el gato vuelta a las suyas…
-Pues sí y no al mismo tiempo. El muchacho metió el gato en una cesta con tapa de las que se usan para los huevos o para la costura y se acercó hacia el monte pensando que encontraría por allí a su padre y que entre los dos buscarían la manera de desentenderse del bicho, pero no encontró cazadores ni escuchó disparos de escopeta. Lo raro es que tampoco pegase con algún pastor, que siempre suele haber alguno con las ovejas a la entrada del monte. La cosa es que el chico se iría metiendo por un sitio y por otro sin ver a nadie y cuando llegó a las barranqueras que quedaron donde antes se sacaba piedra, que está lleno de agujeros y grietas aprovechados por los animales, decidió que aquel podía ser un buen sitio y dejó al gato en el suelo, pero al echar a andar para volver al pueblo se dio cuenta de que no conocía el camino de vuelta y ya estaba empezando a asustarse viendo que estaba atardeciendo cuando se fijó en que el gato, en vez de meterse entre los agujeros de las piedras como pensó que haría al encontrarse fuera de la cesta, resultó que echó a andar decidido hacia el pueblo y que siguiéndole encontraría la manera de volver sin tropiezos.
-¿Y llegó?
-¿Qué iba a hacer más que llegar? Tardó un buen rato porque el gato no se dejaba coger y se detenía queriendo cazar moscas o perseguir a algún pájaro. Cuando llegaron el uno detrás del otro su madre había empezado a preocuparse, así que al verle venir por el camino llevando la cesta vacía en la mano y siguiendo los pasos del gato, decidió quedarse con él para siempre y llevárselo a Bilbao en el coche junto con todas las hierbas que cogía cada verano y dos buenos peroles de perdices y palomas torcaces escabechadas para que su marido pudiera presumir de buen cazador con sus amigos de parranda. Por eso digo que en Bilbao vive un gato que era de nuestro pueblo. No sé qué habrá sido de aquella gente, que hace que no viene. El chico se habrá hecho mayor y ya se sabe que de esto se acuerdan los hijos que nacieron aquí y se fueron, pero no los nietos del pueblo.
Ya te envié un email allá por el mes de marzo, creo recordar,en el que te comunicaba la gratisima impresión que me produjo la lectura de libro»Cuentos de un pueblo con picota»
He leido tu página web y me ratifico en la opinión altamente positiva que me produjo la lectura del libro.
Adelante con tu buen hacer.Seguiremos en contacto.
Recibe un cordial sqludo de Pepe Cáceres
Me ha gustado mucho tu cuento Eutiquio.
Un saludo
Jorge – Villa de Ines