La liebre de la huerta del cura de Berzosa

Esto que voy a contar ocurrió hace más de cincuenta o sesenta años, hacia la mitad del siglo XX.

Por entonces todos los pueblos tenían un cura para atender las cosas de la iglesia y casi todos sembraban su correspondiente huerta, que solían estar cercadas o cerradas por paredes de piedra o por alambradas para que no entrara el ganado a desbaratarles las cosechas.

Bueno, pues dicen que el cura de Berzosa, que como sabéis linda con términos de Fuentearmegil y Santervás del Burgo, se dio cuenta de que había un animal que todas las noches se las arreglaba para meterse en su huerta y comerse una planta desconocida por aquí y que nadie sabía cómo se llamaba.

Lo normal era sembrar hortalizas, como pimientos y tomates, patatas y nabos, judías y garbanzos. los curas solían cultivar también plantas florales para ornamentar la iglesia y adornar su casa. Podríamos pensar que el de Berzosa sembraría además algún rincón de valeriana, belladona o cáñamo, aunque nada sabemos de eso. De ese modo entenderíamos que un animal desconocido acudiera todas las noches a la querencia de la planta sin ocuparse de las otras y sin hacer mal en las demás de todo el pueblo.

Trató de capturarle, pero nunca pudo conseguirlo porque no caía en los lazos ni tocaba los cebos envenenados que le dejaba preparados.

A todo esto a finales del mes de enero de aquel año cayó una gran nevada de las que acostumbraba a haber por entonces, y por las huellas de las pisadas descubrieron que el animal que se comía la planta resultó ser una liebre.

Los cazadores le fueron siguiendo el rastro pensando en que la encontrarían cerca, porque en todo el término de Berzosa había mucha caza, como liebres y conejos, perdices, palomas torcaces y en su tiempo codornices. También había zorros en el monte, y más de un lobo mataban por el invierno los pastores para que no pegasen en los corrales de las ovejas.

pero se llevaron decepción porque las huellas pasaban al término de Valdealvín y seguían por Rejas del Burgo y de aquí pasaban al término de Nafría de Ucero.

Por fin, la encontraron echada en la sierra de Nafría, donde se había desplazado para descansar después del largo viaje de ida y vuelta, y no ha llegado hasta nuestros días si la liebre consiguió salir por patas o si cayó en manos de los cazadores, porque cuando nieva está prohibido cazarlas, pero lo cierto es que no volvió a cenar en la huerta del cura de Berzosa.

Algo tendría la planta aquélla del cura para que el animal recorriera kilómetros y kilómetros para dar en ella. Lo curioso es que desaparecida la una desapareció también la otra, fuese lo que fuese, y lo único que ha llegado hasta nosotros ha sido la anécdota de la liebre viajera.

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