La falta de iniciativas de nuevos emprendimientos en los pueblos pequeños no está ni mucho menos, vamos a decirlo en pocas palabras, ni en la pobreza de la tierra ni en la falta de ambición de las personas que la trabajan.
Nuestros cereales, nuestras legumbres, nuestras patatas, las hortalizas de nuestras huertas, nuestros cochinillos y nuestros corderos se han apreciado siempre por los mejores a cien leguas a la redonda, y podrían volver a asentarse en el mercado si se diesen las circunstancias adecuadas para recuperar el protagonismo que tuvieron durante siglos enteros.
La catástrofe empezó con la apertura de los grandes Centros Comerciales de las ciudades, que se hicieron cada vez más populares a partir del desarrollo económico moderno, concentrándose en grandes capitales financieros de ámbito nacional y multinacional, capaces de imponer condiciones arbitrarias en beneficio de sus propios intereses.
No lo decimos sólo nosotros. Los técnicos especialistas en el sector de la comercialización de alimentos sugieren alternativas como los llamados Canales Cortos de nuevas modalidades de compra-venta, fomentando las relaciones directas entre productores y consumidores y acortando las cadenas de suministros de alimentos, que son las verdaderas responsables de los brutales desequilibrios entre los precios en origen y los que pagan los consumidores cuando los compran en el supermercado.
El problema estructural es el intervencionismo estatal de los precios de los cereales, que se fijan teniendo en cuenta argumentos políticos de interés general, lo que provoca una falta de rentabilidad insostenible del sector a causa de los altos precios de las semillas, los fertilizantes y los muchos trabajos estacionales para su siembra, manipulado y cosecha.
Prueba de ello es que el balance negativo de ingresos y gastos, a pesar de las subvenciones públicas destinadas a compensar el desequilibrio económico, obliga a dejar los campos sin cultivar para no perder dinero.
La producción de trigo ocupa el lugar central del problema, y al mismo tiempo podría ser la solución del mismo si se resolviese acertadamente. El meollo de la cuestión es que abarca a todo el sector alimentario y tiene efectos devastadores.
El juego de la oferta y la demanda está concentrado en muy pocos distribuidores, lo que favorece a los intereses económicos que imponen condiciones agresivas con precios inferiores a los costes. En algunos casos la diferencia entre los precios de origen y de destino se multiplican por dos, por cuatro y hasta por ocho y más en los meses de fuera de temporada.
Hace cuatro años se aprobó la Ley de la Cadena Alimentaria para prevenir y denunciar las malas prácticas de las poderosas industrias alimentarias, pero el desequilibrio de los precios sigue campando a sus anchas sin que ningún Gobierno haya sido eficaz poniendo orden en un mercado cada vez más voraz, que está destrozando familias enteras dedicadas tradicionalmente a labores agrícolas y ganaderas siguiendo técnicas artesanales y que se ven obligados a dejar de sembrar y pastorear porque los beneficios que obtienen con su trabajo cotidiano no les llega para cubrir gastos y vivir con dignidad.
El mal es sistémico, y sus consecuencias nos afectarán a todos.
Desde que se entro en la Comunidad Europeo. Tiene sus ventajas y muchas deventajas para el sector agricola.
Nos vemos obligados a consumir productos de otros paises con una calidad muy inferior .
Y el intermedirio sin arriesgar nada es el que se lleva el trozo mas grande del pastel.