Historias entrañables

La Tartana del Mois

Andando, así es como se iba a todos los sitios antes. O en carro si había que llevar la “lechigá” de cochinos a vender a la Feria; la de San Esteban y la de Almazán, los Martes, la del Burgo, los Sábados y la de Huerta, los Jueves. Lo que no encontraras en la Feria de Huerta del Rey, no lo encontrabas en Nueva York, que dice mi padre.

En aquellos años, en el pueblo, solo había un coche, el del Mois; era negro, al estilo del Ford T y todos le llamábamos “la Tartana del Mois “. Era de los que había que arrancar dándole a la manivela, como si lo estuviera uno dando cuerda. ¡Era un espectáculo cuando lo sacaba de la cochera!

Uno de Alcubilla, “puso una rubia”, que es como les gusta a la gente del pueblo decir que compró una furgoneta-taxi , una Auto Unión, parecida a la que poco tiempo después “puso” el cartero de Fuencaliente, y ya quedó todo el asunto del transporte solucionado, pues siempre estaba disponible para todo el que necesitara ir al Burgo o a Soria.

¡Anda que no habrá hecho kilómetros el Cartero!, y eso que entonces las carreteras eran de tierra, y en verano ¡se levantaba una polvareda! Y en invierno, cuando llovía, se llenaban de charcos y se preparaba cada barrizal.

Cuando hicieron las carreteras, traían con camiones la piedra desde la cantera de Fuencaliente, y los chicos los estábamos esperando en la bodega del tío Chato, haber si nos llevaban hasta la mojonera de Villálvaro y nos traían de vuelta; ¡menuda excursión!

Las ciruelas

La mejor fruta que había, era la del árbol del vecino. Si no, que se lo digan al Jacin al Teo y al Pepe, sobre todo a este último, que se quedó a vigilar mientras los otros dos se subían al ciruelo del Cosme y se atracaron de ciruelas.

Pero el que se puso enfermo fue el Pepe, ¡menuda “vigarrera”, que decía mi tía Espe le entró!, que casi se muere.

Esto dio lugar a un refrán: “unos se comen la fruta y a otros les entra la diarrea”.

La matanza

Lo de hacer picias al vecino que estaba de matanzas era una costumbre. Unas veces se le ponía el Cóscoro, otras veces se le robaba un somarrillo del cochino recién matado para hacer una merendola los mozos o se ponían piedras en la “puertacasa” para que al terminar de echar la partida y salir hacia sus casas los invitados después de cenar patatas con carne, que era la costumbre y sin “gota sed” se tropezaran en ellas.

Una vez, cuando mi padre era mozo, en una calleja que hay detrás de la casa del tío Perico, atravesó un cacho de machón, pues estaban de matanzas en la casa del Pepe, con tan mala suerte que pasó la tía Micaela, tropezó, se cayó y se la salieron las gangajas. ¡Menuda broma!

Los mozos de San Leonardo

La tía María, era muy buena cocinera, tanto que hasta los mozos de San Leonardo venían a su bar a merendar.

Una noche la trajeron 5 o 6 pollos de corral (entonces todos eran así) para que se los cocinara, y ella, siempre servicial, se los preparó de la mejor manera que sabía y merendaron de rechupete. Estuvieron de juerga hasta bien entrada la madrugada y se lo pasaron pipa.

A la mañana siguiente, cuando la tía María fue al castillo a echar las gallinas, se encontró la puerta del gallinero rota y el suelo lleno de plumas.

La tía Bernarda.

Cuentan que la tía Bernarda y el Tío Navas tenían una pensión. Una noche oyeron ruidos en el corral que tenían al lado de casa, donde guardaban los animales y se levantaron con el candil a ver que pasaba. En el corral, al pasar por detrás del macho, este se asustó y dio unas coces y la tía Bernarda también se asustó , se le cayó el candil al suelo y se apagó. El tío Navas, con voz potente gritó: ¡Bernarda, corre, enciende el candil que el macho ha dao una coz y no se si me ha dao a mí o a la pared!

Entonces había poco que comer y en esa casa tenían muy buen humor, tanto que la tía Bernarda decía a menudo: ¡En mi casa comer no comeremos, pero rinos, hay que modo rinos!

Su nieto pequeño la decía: ¡Abuela, Usté no se preocupe de nada, usté solo a comer y a beber! Y la abuela Bernarda le contestaba. ¡pero dande hijo, dande!

Las pilas

Años ha, quizás demasiados, nos hallábamos los mozos, rondando los 16, de tertulia en el bar-tienda tras la cena dando cuenta de una cerveza, pues entonces no se estilaba el café, más que nada porque no había cafetera, cuando apareció la tia Águeda, ya ochentona, viuda casi desde que se casó, sufridora ella, que siempre nos hacía rezar un Padrenuestro cuando íbamos a su casa a pedir del Gallo en vez de cantar “De Colores se visten los campos en la primavera” o “Este Gallo que mal canta que le duele la garganta”.

Con el monedero en una mano, la cayá en la otra y coronada con un chal, pues ya era entrada la noche y refrescaba, nos causó extrañeza su presencia, tal vez por lo tardío. Solicitó la presencia en el mostrador del hijo de los tenderos y en voz baja, como para no molestar, de dijo.

“Mira majo, cambéame estas pilas que me has vendido esta tarde pues “el arradio”, con ellas solo canta en extranjero y dame otras pa´que cante en español”.

Nos costó un viaje a su casa para enseñarla el funcionamiento de “ese aparato del demonio que no sabe cantar en español” y un recuerdo entrañable en la memoria.

Otra borrachera

Pero ¿qué hace el tendero a la una del mediodía cantando “A Ti levanto los ojos, a Ti que habitas en el Cielo“en la ventana del Cayo a voz en grito?

Nada, que anoche entre la merienda de chuletas y liebre guisada que habían cazado los mozos, el cayo se metió más vino del que podía digerir y después de pasarse la noche cantando por todo el pueblo “la ronda y la contrarronda se encontraron en la calle” y “esta noche no alumbra la farola del mar”, hubo que llevarle a casa en el angarillón de la tia María. Como no ha dejado dormir a nadie, el tendero le devuelve la pelota, rondándole con la canción de difuntos, pues al Cayo los Curas no es que le caigan demasiado bien, pero más le dolerá el madrugón.

El Nuevo Maestro

Años setenta. Después de pasar los años anteriores con un maestro, Don Jacinto, de los de “la letra con sangre entra” y acostumbrados a castigos varios, como por ejemplo empleando a fondo sobre nuestras posaderas una vara fina de mimbre que traían los de Valdealvín y algún que otro tortázo o capón que nos caía sin saber por donde, por no hacer bien las muestras, llegó un maestro nuevo al pueblo a la escuela de los chicos que entonces estaba encima del ayuntamiento, en la plaza.

Se llamaba Don Julio, con barbas y lo primero que hizo al llegar al pueblo fue decirnos que le llamáramos de tú y comprarse un capote . Nuestra vida fue otra, desaparecieron los castigos y nos cambió el sistema de enseñanza, de manera que de ir a la escuela a regañadientes, pasamos a desear que se acabara cuanto antes el fin de semana y que llegara el lunes. Potenció con ejercicios que a nosotros nos parecían juegos el uso de nuestra memoria y sobre todo nos abrió la imaginación con historias y relatos.

Nos propuso un plan: en cada uno de nuestros cumpleaños y sin decírselo teníamos que gastarle una broma. Así que nos pasábamos el tiempo pensando qué broma le podíamos gastar y siempre nos pillaba. Recuerdo que una vez le pusimos un cubo lleno de serrín del que empleábamos para encender la estufa y agua encima de la puerta medio abierta, para que cuando entrara le cayera a la cabeza, pero se dio cuenta y el cubo cayó al suelo, así que encima nos tocó limpiar. Otra vez, pensamos comprar en la tienda comida y bebida para hacer una merendola a su costa pero no nos atrevimos.

Le gustaba mucho el deporte y preparamos un equipo de fútbol para ir a jugar contra los de Fuencaliente y Zayuelas. Le gustaba también la música y aprendió a tocar la gaita con el gaitero del pueblo, en la bodega, entre trago y trago de vino. ¡Menudo Maestro!

Las perras del Tomás

Habíamos estado en la iglesia ayudando al Señor Cura en un entierro. Nos estábamos repartiendo la propina recostados en la pared de la casa del Señor Tomás, uno que se había casado de mozo viejo con una de Fuencaliente. Acababa de vender un burro y dejó las perras que le dieron encima de la mesilla, a la vista, en el cuarto que daba a la calle y con una ventana sin cortinas ni nada, ¡a quién se le ocurre, hombre! Con nuestros seis o siete años, los ojos nos hacían chirivitas al ver tanto dinero junto, nos pusimos a investigar y encontramos una ventana abierta que nos decía: “entrad, que no hay nadie en casa”. Así que decidimos entrar y tomamos prestadas las perras que había en la mesilla y la cartilla del panadero de Berzosa, esa que iba arrancando un sello por cada hogaza grande y medio por cada pequeña.

Nos fuimos a la otra punta del pueblo a contar lo que había: 1.624 pesetas y un real, ¡menuda fortuna! Estuvimos un rato pensando qué hacer con ese dinero, que si ir al bar de Santervás a gastarlo, que si comprarnos en el Burgo unas alpargatas del Tao para cada uno… que al final y pensando que hiciéramos lo que hiciéramos nos iban a pillar, decidimos por unanimidad ir de nuevo a la casa del Señor Tomás y devolver íntegramente todo el dinero y la cartilla del panadero.

Volvimos a entrar por la ventana abierta y cuando estábamos dejando el dinero en la mesilla se abrió la puerta de la calle y entró el Señor Tomás, que venía de cavar viñas con el azadón en la mano, pero se llevó tal sorpresa que no le dimos tiempo a que nos atizara un azadonazo a ninguno y salimos disparados por la ventana. ¡Casi le da un ataque!

De buen conformar

Dicen que el Facundo y su mujer, la Petra, nunca han discutido. La Petra es de buen conformar, nunca se enfada y siempre tiene una sonrisa para todos.

El Facundo y sus convecinos, una noche en el bar, echando unos chatos de vino y comiendo unas arenques saladas, se pusieron a cavilar a ver la forma de hacer alguna picia a la Petra y hacerla enfadar de una vez, y acordaron que al día siguiente, meterían el burro a la cuadra marcha atrás. Se apostaron un reo en el bar, que el Facundo ya estaba saboreando, pues sabía que su costilla no se enfadaba de ninguna manera.

Y así fue, al día siguiente el Facundo metió el burro marcha atrás por el portal, y la Petra no solo no se enfadó, sino que le ayudó y le animaba diciendo:

“toda la vida entrando pa´lante el burro, ya va siendo hora de que aprenda a entrar arreculas”. La Petra es de buen conformar.

El talanguero

Nos contaba el Colorao que cuando fue a ajustar mujer (entonces se hacía así) a La Muedra, a cambio de un carro de paja, en la entrada del pueblo, en la primera casa que vio abierta, preguntó a una moza que donde vivía la Pepa, a la que venía a rondar, pero tanto se liaron a cascar que al final fue ella la que se vino con el Colorao.

Se llamaba Teodora pero todos la llamábamos la Teo. Se casaron y se fueron de viaje de novios a segar centeno a Valdentanar, pues estaban en época de siega y no se podía perder el tiempo en tonterías. El Colorao y la Teo vivieron unos años de penurias, con una yunta de machos mala y unas pocas hectáreas de labor.

El Colorao, para ganar alguna perra iba a trabajar al monte a limpiar pinos y cerraba el garrafón de vino con llave, pues decía que quien no trabajaba, no bebía. La Teo le correspondía, colocando un talanguero del gallinero en medio de la cama, a modo del Muro de Berlín.

El vino lo traían de Matanza, cuando había alguna perra de sobra. Iban con el carro y compraban un garrafón de una cántara y se traían otra media en la tripa, por eso de aprovechar el viaje. En su casa todo se bebía en porrón, hasta el vermú, el anís y la coñá que traían las chicas desde los madriles de la cesta de Navidad.

Una vez les llevé una televisión en blanco y negro y se la cambié por un trago de vino y una morcilla. Según el Colorao, la televisión “se veía muchísmo reclarita”. Cuando se acabaron las penurias, a la jubilación, el médico no los dejaba beber vino ni cerveza y decía el Colorao: “muerto el burro, la cebada al rabo”.Maravillosa gente.

Dejar este mundo

Ahora la gente se muere de cualquier cosa. ¡Anda que no se han inventado enfermedades!, si hasta se mueren porque sube o baja la bolsa, esa de las acciones. Antaño no era así, la gente se moría de tres o cuatro cosas, Ni siquiera de viejos, porque la mayor parte no llegaban. La muerte más común era de humores, después de cólico miserere, algunos se morían de una rozadura de la albarca mal curada, y los que menos de alguna coz que le daba el macho o porque le amorcaba el buey.

Cuando uno andaba algo enfermo o le cascaba demás al jarro de vino se decía que “está como un águila estropeá de un tiro” o como “un santocristo a media ladera”, según palabras del tendero.

2 comentarios

  1. Cuantos recuerdos, Juan.
    Recuerdos de cuando me salté la misa del día de la Virgen, que era mi último día del verano de mi vida y Pedro me echó de su tienda mentando a todos los santos y acordándose de los cuatro evangelistas.
    Recuerdos, que no son míos, sino historias que me han contado, de el hijo del boticario allá por los sesenta, que rondaba a una moza de Matanza y no quiso pagar las costumbres. Evitó acabar en el pilón porque contó que en la moto llevaba algo contagioso.Imagínate, una moto en los sesenta…
    O cuando mi padre corría por Cañicera e hizo huir a un pastor, pensando que iba a por él.
    O cuando uno del pueblo, que había emigrado al País Vasco y había sido boxeador y se jactaba de ser más ateo que nadie, se encomendó a todos los santos al creer que moría en una bodega.
    O la primera visita de mis abuelos paternos, que pararon en Santervás con su Volkswagen Escarabajo, y preguntaron cómo se llegaba al pueblo y cinco niños se subieron en el alerón y les acompañaron, agazapados hasta Fuentearmegil.
    Que bonito es haber tenido un pueblo al que ir en vacaciones, con el que soñar cuando no has podido ir.

  2. Es muy cierto lo que cuenta Black
    referente a la uida de un pastor por Cañicera.
    el susto que se llevo el pobre hombre al verme en chandal y corriendo.
    Me costo convencerlo y tranquilizarlo, me pare y le dije desde lejos que yo era de Fuenteamegil, yerno del tio Juanito y que estava haciendo ejercicio.
    Esta anecdota me servio como refencia, porque mi suegro no se creia que yo fuera hasta Cañicera.

    un saludo muy cordial para todos

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