Para jugar al juego pelota sólo se necesitan dos jugadores, aunque pueden participar más. Lo principal es una pared alta y una pelota que pueda manejarse bien con la palma de la mano.
La pared, conocida como frontón, trinquete o juego-pelota propiamente dicho, tiene en su parte superior central una piedra tallada en la que suele figurar la fecha de su construcción, los estribos utilizados por los jugadores para dificultar el juego de su adversario, y dos líneas horizontales para marcar el sitio donde tienen que dirigir sus tiros los jugadores.
La elaboración de la pelota cuando no era fácil comprarla entrañaba cierta dificultad que no estaba al alcance de todos y requería habilidad y aprendizaje.
-Yo puedo explicarte cómo las hacíamos nosotros cuando yo era mozo -me dice un amigo que el tiempo hará centenario que ahora vive por Cataluña pero que fue muy aficionado en sus buenos años-. Primero hacíamos un pelotín o botarín, que era como una nuez de grande con tiras sacadas de algún calzado viejo de goma, que era lo que más botaba. Luego la agrandábamos ovillando a su alrededor hilaza de lana de las ovejas de la que no querían las mujeres por no estar bien ahusada para tejer con ella, hasta que alcanzaba el tamaño que hacía falta. Lo último era forrarla con piel de la que empleaba en tio Follero para haceros fuelles, que poníamos un buen rato en remojo para que se ablandara antes de cortarla en dos bandas largas que colocábamos en forma de cruz y cosíamos fuerte con bramante bien apretada todo alrededor para que quedara bien redonda.
-¿Y cómo se jugaba?
-Se echaba una moneda al aire para ver el que empezaba, y el primer golpe tenía que rebotar por encima de la raya de arriba. Los siguientes rebotes se hacían entre una y otra, y era falta si golpeaba en la raya metálica de abajo o por debajo de ella. Los partidos por lo general iban a veintiún tantos, y el que hacía de juez, que muchas veces solía ser el boticario, iba tomando nota de los tantos en un papel, marcando una raya vertical larga y poniendo rayas pequeñas a un lado y otro, según el tanteo de los jugadores, como si fuera una raspa de pescado. Algunos días se juntaba mucha gente para ver jugar, y se ponían en los bordes comentando las jugadas.
-¿Y qué premio daban a los que ganaban?
-La costumbre era apostarse un porrón de vino en la cantina del Lobo, que luego tuvo el Pedro, y en los días grandes se jugaban la merienda, que como es normal apoquinaban los que perdían. Lo bueno era pasar un rato jugando.
Mi padre contaba que el primer frontón que hubo en nuestro pueblo no estuvo libre de polémica. Parece que empezó a levantarse siendo alcalde uno y se terminó siéndolo otro, y la cosa fue que el primero mandó grabar su nombre y la fecha de la construcción en una piedra bien labrada que se colocaría en la parte más alta en conmemoración del evento, que a la vez le inmortalizaría a él como alcalde, pero su mandato terminó de mala manera en el Ayuntamiento con grescas entre los que estaban de concejales y corregidores, y el nuevo alcalde, a la hora de colocar la piedra grabada con el nombre del anterior, pensó que no era lo más conveniente.
-¿Y qué hizo?
-Pues ahí está el busilis. Hay quien dice que mandó picar el nombre de su antecesor de forma que se vieran sólo los números del año de la inauguración, y que un mozo la partió por la mitad con un pico y después la hizo trozos pequeños como si se vengara del que llevaba el nombre escrito. Mi padre decía que el alcalde nuevo, que a lo que dicen era un hombre con dos dedos de frente, le pareció que la piedra era buena y no debía desperdiciarse.
-Y al final, ¿qué pasó?
-Según la versión de mi padre decidió que se utilizase en la construcción del frontón, pero que se asentase de espaldas de manera que no se vieran las letras al quedar por la parte de dentro de la pared, y en lo más alto mandó colocar una estela medieval de las muchas que aparecían en nuestro pueblo por entonces.
-¿Y cómo saber lo que ocurrió habiendo pasado casi cien años?
-Difícil. Habría que desmontar toda la pared del frontón por si aparece la piedra vuelta, pero… ¿Y si la verdadera historia es la otra?…