Octubre, tardes de sol y días enteros entrados en agua.

Terminadas las labores de las alubias en las eras y hecha la vendimia, se abría un tiempo más calmado que se aprovechaba para mirar hacia las tareas desatendidas porque no vagaba en otra época del año.

Algunos trabajos eran de hombres y otros eran de mujeres, pero en muchas de las labores se afanaban todos sin importar que fueran lo uno o lo otro.

Ellos eran los que retejaban las casas y reparaban los desperfectos de las paredes echadas a perder por los aguaceros. Ellas escarmenaban la lana de las ovejas, tejían prendas nuevas y zurcían o remendaban las que llevaban apaño. También se ocupaban de las gallinas del gallinero y los conejos que criaban en conejeras, pero sobre todo de las dos o tres cochinas de la familia, primero cuidando de que parieran para poder vender los cochinos, y luego de que engordaran para que cogieran unas cuantas arrobas antes del tiempo de matanzas. Algunas también iban de pastoras en las casas que había rebaño de ovejas, pero eran más los mozos que las llevaban de careo de pradera en pradera. Las mujeres siempre han trabajado mucho en el campo, aunque nunca se haya reconocido en su justa medida.

Octubre es un tiempo de mudanza en el que las tareas dependen mucho de si el tiempo viene metido el lluvias o si el otoño llega seco y no puede entrar la reja en la tierra.

Entre últimos de mes y primera quincena de noviembre se recogían las patatas antes de que llegara el tiempo blando, aunque era fácil que si estaba de cambio las tierras se encharcaran y no podía entrarse en ellas para sacarlas. Años atrás, cuando se sembraba remolacha forrajera, también se recogían cuando las patatas, cargando los carros hasta el tope de los tapiales, y al llegar a casa se pingaban pértiga arriba quitada la compuerta trasera para que cayesen por su propio peso.

Si venían bien dadas y podía adelantarse la sementera, a finales de mes el campo era un ir y venir de hombres y yuntas encaminándose a las besanas. Delante la yunta de bueyes o machos, detrás el hombre empuñando la esteva. Al cabo de unas semanas se cubría el color pardo del terruño con los primeros brotes verdes, y los espantapájaros defendían los sembrados asustando a los gorriones que acudían a escarbar la tierra en busca de granos. El trigo y el centeno se sembraba en otoño, mientras que la avena y la cebada se sembraban hacia febrero o marzo, cuando quedaba atrás lo más duro del invierno y asomaban ya las primeras claras de la primavera.

Octubre era el tiempo de ir al monte a buscar leña preparándose para el frío, gavillas de estepas y enebros principalmente que se amontonaban en leñeras, pero también troncos y toconas de encina y roble que se troceaban en rajas a golpe de cuñas y mazos. Las brasas de encina hacen la mejor cama de ascuas para asar bellotas y patatas cuando zurrea el cierzo por las esquinas y se mete la cellisca.

El principio del otoño es un tiempo cambiante que nos trae algunas tardes preciosas para tomar el sol al abrigo del viento del norte, pero también amanecen días con el cielo cubierto de ceniza, recordándonos que el invierno se acerca.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.