El zurrón de ir con las ovejas

-El capote, la cachava, una perra bien enseñada y el zurrón, son los mejores amigos de un pastor. Por el verano no se podía aguantar la calorina y por el invierno te quedabas arrecido, se te ponían moradas las uñas por el frío y se te congelaba el hálito al respirar. 

    -Los que hemos ido de pastores estamos llenos de anécdotas que nos pasaban, y no siempre eran buenas.

    Todavía vive alguno que recuerda la desgracia de tres pastores a principios de la segunda república, que les explotó un cohete de los nublados y a uno de ellos le costó la vida, a otro le llevó por delante un brazo y al tercero le averió algo un ojo. Cuentan que estaban en lo de la Carrascá tirándolos y que uno de los cohetes cayó en una lumbre que habían encendido para secarse la ropa calada.

    La Carrascá parece que entonces era un monte de estepas y enebros y que en la parte de arriba hubo un chozo que usaban los pastores para guarecerse si se metía en agua y tirar cohetes por el verano para deshacer las nubes y espantar el peligro de la piedra y el rayo. 

    La mayor preocupación de la gente eran las tormentas del verano por la amenaza del pedrisco, que en menos de media hora podía desbaratar la cosecha de todo el año, y en primavera se temía que no lloviera y granasen las espigas sin llegar a cuajar el grano.

    Nuestros campos fueron hasta la compra del Coto Redondo montes de encinares, pegujales valdíos y tierras de secano buenas para cardos y caza. Parajes dedicados ahora a la siembra del trigo y la cebada eran antes de la concentración parcelaria barranqueras y laderas cubiertas de estepares y enebrales, tomillo y grama.

    -¿Tú sabes que desde La Carrascá pueden verse las casas de los cuatro pueblos?

    -Hombre, Zayuelas y Fuentearmegil no te digo yo que no, pero las casas de Santervás y las de Fuencaliente me cuesta pensar que puedan verse a esa distancia. 

    -Pues yo no lo he visto, pero siempre lo oí decir y seguro que es cierto.

    -Lo uncimero del Castillo está alto, y sería más fácil.

      -Desde el Castillo no se ve Santervás porque el alto de La Golinosa lo tapa, pero desde La Carrascá te digo yo que sí. Cuando yo iba de pastor la echaba más por lo del monte El Señor, pero los que pegaban hacia Valdeberzosa y Cortajabina lo contaban… -¿Tú te acuerdas del zurrón que yo llevaba cuando iba con las ovejas?

    -¿Cómo no me voy a acordar? Uno que era de cuero, con dos correas que se atacaban con hebillas.

    -Ese. Pues no sé si sabrás que se lo dieron a padre en la guerra, cuando los Nacionales entraron en Vall de Uxó y liberaron una fábrica de calzado que era de una marquesa.

    -¿Y qué tiene que ver eso con la historia del zurrón?

    -Pues que en la fábrica hacían petates de cuero y botas, y la marquesa repartió un almacén entero entre los soldados que habían ganado la batalla. Quién le iba a decir a ella que uno iba a llegar hasta nuestro pueblo y que le iba a usar yo de zurrón para ir con el rebaño. 

    -Vete a saber.

    -Dicen que, andando el tiempo, los dueños de la fábrica se convirtieron en millonarios porque estuvieron cuarenta años fabricando las botas para el ejército y se hicieron de oro. -Muchos días íbamos a llevarte la comida por la senda de Valdemoro Grande hacia el Vallejito Las Fuentes, y la perra salía a buscarnos a medio camino, y cuando se hacía tarde tocabas el cuerno para que te encontráramos.

    -Le llevaba siempre en el zurrón, con la navajilla y la bota. Allí cabía de todo: el cantero de pan, la fiambrera con algo de matanza y lo que se terciara.

    -Me acuerdo de cuando guardabas en él los tapiales y las compuertas de un carro que estabas haciendo de tablas.

    -Pues habrán pasado más de cuarenta años desde aquello. Ir con las ovejas dejaba muchos ratos libres mientras careaban, y había que entretenerse pegando en algo. A veces me daba por hacer chiflos con una rama verde de chopo, y en el tiempo de ello andaba buscando hongos para asarlos a las ascuas.

    -No era buena vida aquélla, pero al cabo de todo lo vivido, ahora nos gusta traerlo a la memoria.

    -Se llamaba Martín, y tenía catorce años. 

-¿Quién?

    -El pastor que se mató cuando la segunda república en la Carrascá con un cohete de los que se usaban para espantar nublados. 

    -Si te parece, podemos dejarlo escrito en letras de imprenta para guardar su recuerdo y que el que lo lea lo sepa.

    -Sí. Puedes hacerlo. 

Un comentario

  1. La historia del zurrón es una de esa anécdotas llenas de sabor popular en las que es difícil adivinar lo que de verdad pasó de lo que conservamos en la memoria, quien sabe si cambiado por los años y por el mucho repetirse de unos a otros. En realidad aquí tenemos dos historias diferentes, y no sabríamos decir cuál de las dos es más importante que la otra, o si lo son las dos, cada una a su manera. está bien compartirlas con todos.

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