Ha llegado a nuestras manos el cuaderno de un hijo de Santervás, Eulogio Berzosa Rodrigo, hijo de Marcelina y tomás, que tuvo el acierto de escribir todo lo que pudo sobre las costumbres, los trabajos del campo, el nombre de los parajes y la forma de llamar a unas cosas y otras y del modo de hacer las tareas del campo y los animales.
Iremos poniendo aquí poco a poco lo más importante dejando a un lado que importante y mucho es todo lo que viene en el cuaderno, que ahora podemos conocer todos gracias al trabajo que se tomó en su día Eulogio Berzosa.
Éstas son algunas cosas de las que habla:
- El principio del cuaderno.
- El agua, los huertos, las hortalizas…
- Los cangrejos, las ratas de agua, los caracoles… …
- Setas, níscalos y otras plantas comestibles.
- Legumbres y tubérculos.
- Las praderas, la vacada y las ovejas.
- Las plantas.
- El aprovechamiento del agua.
- Días de estorbados.
- Fiestas y Día de la Caridad.
- Algunas travesuras de la infancia.
- Juegos tradicionales.
El principio del cuaderno.
En las primeras páginas hace una aproximación inicial al nombre del pueblo de Santervás, a algunos antepasados importantes de su propia familia y da unos apuntes sobre la historia del pueblo.
A continación dedica unas cuantas páginas a resumir el escrito de compra-venta del término municipal al marqués de Castroserna con detalle de cada uno de los vecinos que lo compraron y una mención destacada al cura Juan José de Pablo Romero, hijo de la santervasina Lorenza Romero que estaba casada con el secretario del Ayuntamiento del Burgo, que fue quien hizo las gestiones para comprar el Coto.
Pasadas las primeras hojas del cuaderno, Eulogio habla del maestro que había en la escuela en 1936 y dice que fue destituido de sueldo por motivos políticos, según dice que consta en algunos apuntes históricos.
Un poco más adelante nos habla de sus recuerdos de cuando hicieron la primera excavación en el yacimiento de la villa romana. Lo explica así:
«Sobre los años 1950, año arriba o abajo, antes o después, se llevó a efecto una excavación (Plan Nacional) en el paraje denominado Los Villares, término de nuestro pueblo. Se descubrió cierto suelo con mosaico romano, comprendiendo su extensión el de algún palacio, ya que fueron hallados ciertos cimientos que delimitaban sendas habitaciones. En una de ellas, bien centrada y bastante bien conservada, la figura de un personaje de aquellos tiempos, hecha de piedrecitas, igualmente ciertas líneas hechas del mismo material bordeando la misma.
Yo trabajé unos días en dicha excavación. Jornal: 10 pesetas diarias.
Lo dirigió don Teógenes Ortego, Inspector de Enseñanza Primaria de la zona. Tal material hallado fue manipulado con cierta sustancia química. Se cubrió con tela de saco. Hecho un cuerpo salió todo el mosaico haciendo un rollo.
En un principio no se le dio tal importancia, pero al ver cómo quedó la habitación, después ya se lamentó.
Ne momento se lo llevaron al Museo Numantino, pero se tienen noticias que se halla en el Nacional.
Tiene que quedar más por descubrir, aunque aquel hombre ya lo miraría. Además, en aquellos años que se labraba con arado romano ya se tocaba con los cimientos, pues ahora que se labra con tractores que profundizan más las rejas, habrán destruido lo que quedara.
Yo recuerdo aquella sala de la casa del tío Saturio, hoy de Santiago Cabrerizo, que el suelo estaba embaldosado de aquellas piedrecillas, claro que puestas sin control. Tengo noticias de que aquella sala fue reformada a la vida moderna y el tal apreciado material fue retirado de la misma. No sé si guardarán algo como recuerdo. Desde luego fue una lástima.»
El agua, los huertos, las hortalizas…
Encontramos en las siguientes hojas el detalle del nombre de los distintos parajes del término, los sitios donde había corrales y la clase de ganado más corriente. Se queja con mucha razón de que cada vez haya menos animales y se vayan perdiendo las costumbres de antes.
Luego dedica bastante espacio a hablar de las aguas y de las tareas que solían hacerse en los huertos:
El término desagua todas sus vertientes al río Cejos. Como afluente tiene al río La Veguilla, que desemboca al Cejos en Los Huertos. El Cejos nace en Nafría, recogiendo las aguas de la zona de Muñecas y Santa María.
El río La Veguilla nace en el Monte El Señor, en el término de Fuentearmegil, y recoge las aguas entre otros de los arroyos Hundideros, Valdelalobera, Valdegarcía y Las Charquillas. Al Cejos van los arroyos Rotura, Vitomares, Espinoso, Castillejo, Valdehondillo, Valdepedro, Valdencina y otros.
Estas son referencias para saber dónde vierten las aguas, ya que debido a la enorme sequía, ninguno de los arroyos aportan agua al Cejos. En los años lluviosos brotan Los Ojos a más no poder, pero ahora no lloran. ¿O sí?…»
En las vegas se criaban unas alubias que llamaban la atención: pintas, blancas y rojas. También otras de menos calidad llamadas arroceras o de cuarenta días, patatas en cantidad, alfalfa, berzas…
Los huertos gozan de una de las mejores tierras quizá de España. En ellos se crían Hortalizas varias: por ejemplo tomates, pimientos, guindillas, pepinos, calabacines, zanahorias, repollos, vainillas excelentes, remolachas forrajeras enormes…
Los semilleros de las berzas se ponían a últimos de abril, y había un refrán que decía: por San Marcos el llantal ni nacido ni por sembrar. San Marcos es el 25 de abril. Las plantas de las berzas se plantaban a primeros de julio. Se regaban con cubos, echando un poco de agua a cada planta. Era precioso ver esas tardes a la grey, unos plantando la berza y otros acarreando el agua, ayudando las mujeres los chicos y los abuelos. se las regaba cuatro veces y después ellas se valían por sí mismas.
Los cangrejos, las ratas de agua, los caracoles…
Eulogio nos cuenta luego la forma de aprovechar los animales comestibles que se criaban alrededor de los arroyos y de los ríos:
En los arroyos se criaba tal cantidad de cangrejos que se podían comer en cualquier época del año, aunque su tiempo es el verano y el otoño. ¿Y qué decimos de las ratas de agua? Merodeaban por los arroyos y la gente las cogía con cepos de hierro, que se ponían en los escondites o senderos que ellas preparaban entre los hierbajos. Al pisar en los cepos se disparaba el dispositivo y zas!, quedaban atrapadas. Dicen que su carne es finísima y muy rica, y posiblemente lo sea, si pensamos en la persecución constante que hacia ellas dirigían los degustadores, aunque también podían comerse por la necesidad que había en las casas. Recuerdo que Eusebio Romero era muy aficionado a coger ratas y más de una vez me invitó a comerlas. En aquel tiempo también solía haber bastantes pollas de agua, que los cazadores cazaban con disparos de escopeta. Son de la familia de las anátidas, más pequeñas, pero tienen una carne muy rica. Por los arroyos de los huertos antes había muchos caracoles, que salían a comer hierba en las noches templadas de abril y mayo. La gente iba mucho a cogerlos, por lo que por las noches se veían muchas luces recorriendo los huertos en busca de caracoles: faroles, teas, alpargatas viejas y gomas que empleaban para alumbrarse. Siempre había alguno que pegaba un terronazo o tejazo al farol que dejaba a su dueño a oscuras gritando: «a tomar por el saco la farola», mientras que los graciosos se mondaban de risa, marchándose corriendo de allí. Ahora se emplean linternas.
Setas, níscalos y otras plantas comestibles.
Habla en las siguientes páginas del aprovechamiento de las plantas silvestres que daba la tierra, sobre todo en primavera y otoño, cuando llovía más y había humedad en las praderas:
Al ser agua limpia de manantial en el borde de los arroyos se daban mucho los berros, haciendo con ellos buenísimas ensaladas. También se empleaban las achicorias, planta que al nacer forma debajo de la tierra un cogollo amarillo y tierno. Nacían después de alzar la tierra de labor, antes de la bina. Donde más había era en la cabecera de los huertos, al pie del plantío y en Los Villares. Su planta original es la tamarilla. Con las aguas de primavera y en octubre salen las setas rileras. Qué delicia para el paladar y el que las come! Las gentes las buscan con un tesón fuera de lo normal. Solían salir en las eras, Las Charquillas, Valdegarcía, Valdelalobera y en otras praderas. Ahora no sé si seguirán siendo praderas o si se sembrará en ellas. También nacían muchos hongos, a los que algunos llamaban manserones. Hoy en día una de las aficiones más grandes es ir a coger níscalos para después venderlos. Se crían en el pinar del Horcajo y también en el de Berzosa. Debido a la gran sequía de los últimos años salen muchos menos.
Cada vez se va más a coger endrinas para hacer pacharán. Hay muchas en la pradera de Valdepedro.
Legumbres y tubérculos
Eulogio es un gran conocedor de su pueblo y guarda en la memoria los sitios donde se sembraba cada cosa que, hablando de alubias y patatas dice que se hacía en cualquier parte que tuviese terreno fresco y hubiera posibilidad de riego.
«En octubre las alubias se llevaban a la era para su secado. Se tendía durante el día y se amontonaban por la noche. Después, visto su estado, se procedía a su trilla. Todas las tardes, particularmente nada más comer, ala!, a moverlas y algún palo que otro. Después a aventarlas. Las que se desgranaban solas sin necesidad de apalearlas o trillarlas, eran las mejores. Después, puestas en casa, había que proceder a su tendido en los trojes o desvanes para que no se amogaran o encanecieran. Aunque parece fácil las alubias dan mucho trabajo. Hay que preparar la tierra, abonarlas, surqearlas, sembrarlas golpe a golpe empleando una azadilla pequeña. Se juntaban la mayor parte de la familia. La siembra se hacía en los quince primeros días de junio, y unas semanas más tarde se cavaban y se escardaban.
La patata se recogía en la segunda quincena de octubre. También se tenían tendidas algún día para que se soltara la tierra que pudieran tener pegada. Después se seleccionaban: las grandes para el consumo, las medianas para la nueva siembra, y las pequeñas y defectuosas para los cerdos. La verdad es que más de cuatro de las pequeñas se comían las personas después de cocidas para los cerdos: las abrías, las echabas un poco de sal y, ala!, para el estómago. Y el cerdo a gruñir…
Las praderas, la vacada y las ovejas.
En las siguientes páginas habla del aprovechamiento de los pastos, de las costumbres con los bueyes y las vacas y sobre los rebaños de ovejas.
Las tierras se sembraban por añadas. Si un año se ponía de legumbres la vega de arriba, se sembraba de cereales la de abajo. También se dejaban por añadas las barbecheras.
Excelente trigo en Vitomares, en Castillejo y en la Veguilla. En La Lomera hasta la mojonera Rejas se daba bien el centeno. En Valdepedro y Valdencina se criaban bien las avenas. La vega del Cejos es inmejorable para trigo y cebada.
En aquellos años se sembraban yeros y guijas para el ganado, pero en caso de haber necesidad las comían los humanos con bola y tocino rancio.
El forraje se sembraba en la dehesa de abajo: beza, avena, trigo, centeno, bien abonada la tierra para que su vicio fuera cuanto más mejor. Se segaba de verde, llamando a este forraje alcarcel. Servía para cuidar al ganado durante el mes de julio, particularmente a las yuntas de trabajo. También se sembraba en las arrenes con el mismo fin.
Las praderas se vedaban con toda rigurosidad para pastar las ganaderías. Citaremos algunas: La Dehesa, Cubillo Barrancón, Uncimero, Valdepedro, El Carril, Cubillo de la Vega, Valtibáñez, Vallejo los Lobos, La Matilla, Las Charquillas, Valdegarcía y Valdelalobera, entre otras de menos importancia. En ellas pastaban de 60 a 80 reses vacunas y alrededor de 2.000 cabezas de ganado lanar.
La vacada. Era custodiada por un vaquero y su familia. se le ajustaba entre todos los vecinos que poseían vacas o toros por repartimientos proporcionales. Su ajuste era a especies, es decir, a trigo y centeno, patatas y alubias. En lo que se convenía. Su campaña era de San Pedro a San Pedro, o sea, por un año. Todas las mañanas hacía la señal de suelta tocando un cuerno, y se bajaba el ganado a la fuente. Desde allí se hacía cargo del ganado, dirigiéndolo donde él creyera conveniente, según épocas y circunstancias atmosféricas, dándoles el careo correspondiente.
Durante el verano el ganado pernoctaba al raso en los sestiles y sesteaban al mediodía en los mismos, guardando las añadas. El vaquero dormía también al raso para su cuidado. En esas noches de tormenta lo pasaba mal el vaquero, ya que el agua los granizos o los truenos les hacían levantar iniciando muchas veces la marcha teniéndoles que parar a voces hasta que se pasaba la tempestad. También se levantaban si tenían hambre, principalmente las vacas viejas, que eran más veteranas que las ratas con bigote.
Un peligro para el vaquero era cuando les picaba la mosca en aquellos días de julio. No podía hacer gavilla de ellas. Desaparecían como por magia, unos para cada lado, unos a casa, otros al río, ot+os a los corrales… En fin, donde menos se esperaba. Enroscaban el rabo y a correr, que vienen dando. Qué clase de mosca sería, que no tetían miedo ni a avispas ni a tábanos, y a la mosca la temían más que a la muerte.
Cuando había que sacrificar alguna res por alguna desgracia, como muertes, accidentes o cornadas, todos los vecinos salían responsables y todos tenían derecho a su carne, piel o astas. A veces alguno no quería tomar parte en el aprovechamiento de la carne por darles lástima de haber perdido el animal. La res se valoraba y se pagaba entre todos. A continuación el desafortunado compraba otra según sus posibilidades.
Después del verano se preparaba el ganado para las ferias. La primera era la del Pilar, en el Burgo de Osma, luego la de Los Santos, en Almazán, la de San Martín, en San Esteban de Gormaz, y la última la de La Purísima, en Berlanga de Duero. De las ferias de primavera la más importante era la de Almazán. Buenas zumbas y collares se ponían a los animales.
Había varios rebaños de ganado lanar. Cada cual guardaba las ovejas que sus fuerzas le daban de sí para poderlas dominar, ya que entre los sembrados y la estepa que había que guardar mejor que los sembrados, una persona sola se hacía casi imposible. La importancia de guardar la estepa era porque en los meses de mayo y junio estaba en estado de floración, que se ponían los estepares como un jardín blanco, y se cegaban a comer capullos y flores y caían al suelo completamente drogadas y resultaba alarmante ver un rebaño entero estepado.
En invierno pasaban muchos días en los corrales sin salir y se alimentaban de pienso y hierba seca. El resto del año el pastor las soltaba por donde pensaba que estaban mejor las praderas, y al mediodía solía tocar el cuerno para que el encargado de cada casa de llevarle la comida pudiera encontrarle.
El pasto lo regulaba el alcalde. El día primero de marzo de cada año se procedía a vedar el término oportuno, particularmente las praderas que estaban entre los trigos. Ese mismo día se establecían las multas por cada res que no guardase la veda.
El pasto lo regulaba el alcalde. El día primero de marzo de cada año se procedía a vedar el término oportuno, particularmente las praderas que estaban entre los trigos. Ese mismo día se establecían las multas por cada res que no guardase la veda, que podía ir desde diez céntimos por res hasta las diez pesetas como mucho.
El día que se rabonaban a las corderas se hacía con los rabos un plato que te acordabas de él durante varios días. Después de prepararlas y limpiarlas se freían con aceite y, ala!, para el estómago.
A los bueyes y las vacas se les dejaba entrar en los vedados antes que a las ovejas porque con ellos se hacía la labor. Respecto al ganado cabrío nunca superó la docena y se juntaban con los rebaños de ovejas. En general en las casas había toda clase de animales domésticos y eran el sostén de una familia.
Las plantas.
Entre las plantas que abundan en nuestro pueblo diremos que en el monte hay encinas, jabinas, enebros cabrunos y ginebreros, además de estepas, brezos, tomillos de varias clases y matas de savia, ruda, aliaga y espliego que cubren el monte bajo. La especie de leña que más se empleaba y sigue empleándose para calentar las casas es la estepa, que después de arrancada y dejada secar arde con mucha facilidad. De verde echa mucho humo.
Las cabrunas. Hace varios años la recolección de las cabrunas en los enebros cabruneros tuvo mucho auge. se recorría todo el término en su busca. Las pagaban a buen precio el kilo, por lo que la gente se agrupaba en cuadrilla para que no quedara nadie sin recibir beneficios. Empleaban para la recogida un harnero y un palo corto para apalearlas. las pinchas se cernían con el harnero con el fin de que las cabrunas fueran limpias al saco. Las compraban para la destilería de ginebra y güisqui de Segovia. Había que recogerlas maduras después del verano. Si te ponías una cabruna en la boca era muy amarga y daba el gusto a ginebra.
La leña. Dos o tres veces al año repartían Suertes, que consistían en hacer treinta y cuatro partes correspondientes a los treinta y cuatro socios que compraron el baldío. Y ahí a quemar los padres, los hijos o quien tuviera derecho. Se cambiaban de lugares cada año.
Igualmente existía el aprovechamiento de la hierba que se segaba en algunas praderas y en el prado comunero. Esto se refiere al terreno del común de todos. Esta labor se hacía alrededor de San Juan, ahora bien, la hierba, que también se segaba en los arroyos y cirates de las fincas particulares correspondían a los dueños de las mismas. La labor se llevaba a efecto con toda normalidad y orden.
El aprovechamiento del agua.
El agua para riego era rigurosísima. No se desperdiciaba ni una gota. Cada día se regaba en un lugar fijo, finca por finca, quiere decirse que no se podía desviar el agua a otros lugares. Cada finca tenía adjudicado su tiempo con arreglo a su medida según considerase La Junta. Pasado el tiempo marcado lo tenía que entregar al lindero. A veces le faltaba por regar dos o tres surcos, pero lo tenía que dejar. El que no llegaba a tiempo no regaba ni tenía derecho a reclamar.
El Secretario del pueblo, que era también el sacristán, era el encargado de entregar una papeleta a cada vecino en la que venía el lugar del riego y la hora o tiempo asignado.
A principios de verano los vecinos se dedicaban una tarde o las que hicieran falta a limpiar las regaderas y a hacer las presas en el río para dejar preparado todo antes de empezar la siega. Las presas se hacían de céspedes cortados en las praderas por los vecinos que mejor sabían hacerlo para que no se repasaran con el agua. Se hacían presas en Los Ojos, Tobar, en El Puente y Valdesllama. Ésqa para regar la vega de abajo.
La red de regaderas era una obra de ingeniería casera: una partía de Los Ojos para regar Cejos, ladera del Casar, con sus servidumbres a varios puntos. La del Tobar se hacía en El Quemado y se regaba con ella hasta El Cubillo. Otra presa se hacía en El Cubillo y la regadera partía desde la presa hasta Las Escuelas para regar hasta la cabecera de Los Huertos y se aprovechaba para regar las berzas. La Regadera de La Laguna a Valdescalerón está bien trazada, aprovechando bien todo el terreno para el riego. Desde la presa de Valdesllama partían dos regaderas, una por cada lado de la vega, y llegaban hasta el Puente del Burgo de Fuentearmegil.
El día que se soltaban las presas después del verano se recogían tantos cangrejos que se llenaban varios cubos. Se subastaban. Y por la noche a beber.
Día de estorbados.
Consistía en realizar trabajos, realizar cobros, viajes, consultas, etc., tales como limpiar las regaderas, arreglar caminos, retejar edificios del pueblo, arreglar las calles, arreglar los puentes que antes eran de madera, plantar y podar campos, arrancar, cortar y traer leña para la escuela, repartir y sortear azas de los baldíos, hacer y limpiar arroyos y otros que no digo para no alargarme. todos estos trabajos los regía el alcalde pedáneo. Para ello en la tarde-noche del día anterior los alguaciles recorrían el pueblo casa por casa diciendo a cada uno: «Fulano, mañana estorbaos. Bajo la multa de tantas pesetas o reales», a lo que había que contestar: «Entendido». A la hora convenida se reunían en la Casapueblo, no sin antes haber tocado la corneta por dos veces.
El adra. Consistía en un trabajo para el pueblo en el que sólo se necesitaba uno o dos vecinos. Pongamos un ejemplo: ir a buscar al maestro a algún sitio, traer al predicador para la fiesta con caballerías o con carro, llevar algún escrito o citación a algún pueblo, acompañar a alguna personalidad que necesitase ayuda y otros más.
Los Cobros.
Después de pasado el verano y tener recogida la cosecha, se procedía a los cobros para pagar con ello a todos los servidores que se hallaban contratados a especie, trigo o centeno, como el vaquero, el herrero, el sacristán, el cura, el guarda y otros que se ajustaban para hacer algún servicio.
Era un día emotivo para el que cobraba ver sacos de trigo o centeno lipio y bueno, claro está, a cuenta de su sudor y trabajo. Curioso era ver a los vecinos llevar el grano a la Casa Pueblo. Allí había dos o tres vecinos inspeccionando el grano y midiendo lo que tenía que pagar.
Empleaban las medidas siguientes: la media, que eran 21,50 kilos; el cuartal, 10,75 kilos; el celemín, 3,58 kilos; el medio celemín, 1,79 kilos; el cuartillo, 0,850 kilos; el cozo, 0,223; y el medio cozo, 0,111 kilos.
La fanega es la medida usual, que equivale a 43 kilos, que son dos medias, cuatro cuartales, doce celemines o 48 cuartillos. Estas medidas es posible que no sean del todo exactas pero sí muy aproximadas.
Había otros días de cobro, que consistían en pagar al médico, al veterinario, al farmacéutico, etc.
No había que olvidar los pagos de gasto e ingresos que los vecinos tenían entre sí por los gastos de vino, de remates de ciertas cosas, como el impuesto que todos los años ponían a las eras por trillar en ellas. Porque a las eras todos los años el día de san Pedro una comisión de vecinos reconocía los deslindes de años anteriores haciendo tres tramos: las de adelante, las de medio y las de atrás, y las repartían entre 34, igual al número de compradores del baldío.
Cada era se le ponía una cantidad conforme a su trapío, llanura o sitio, y se procedía al sorteo. Se metían en una taleguilla las 34 fichas con los nombres de los compradores, se revolvían bien, y una mano inocente a sacar las fichas y a cantar el nombre del afortunado y otro a cantar el importe impuesto. Al que le tocaba clavaba una estaca con su nombre para reconocerla. Las más deseadas eran las de delante porque les daba más el sol y el viento, importante cuando se beldaba a bieldo y a horca.
A partir de aquel día cada uno cortaba los cardos y las hierbas, barría y limpiaba su era para cuando llegaran los primeros haces.
Fiestas y Día de la Caridad.
A lo largo del año había días señalados en los que se juntaban los vecinos para cumplir con alguna costumbre o alguna obligación, y también para celebrar las fiestas tradicionales:
Algunas eran: El día de Año Nuevo, el relevo de alguaciles y de cuentas, el dia de Reyes, el día 2 de febrero por celebrarse Las Candelas, la robra por ajustar el vaquero o el herrero, Las Letanías, la bendición de los campos, el día de San Pedro, Pascua de Navidad con el Reinado.
Una fiesta destacada en Santervás es el Día de la Caridad, que se celebra el día de Todos los santos. Por la mañana se lleva a misa a bendecir el pan y el vino para repartirlos por la tarde.
La costumbre de La Caridad consiste en dar a cada persona que acuda a la puerta de la Casa pueblo un cuarto de pan y un vaso de vino sin hacer diferencia entre los del pueblo o los que van de fuera a participar en la fiesta.
Algunos llevan una cesta y un jarro porque se acostumbra a pedir también por los de casa que no pueden ir a la fiesta. Muchos besan el pan al dárselo. En la cesta suelen llevarse unas buenas nueces, cacagüeses y otros frutos secos para invitar a comer con el pan y con el vino.
El reparto se hace entre cuatro vecinos de los más jóvenes, dos el pan y otros dos el vino, y al final se rezaba un Padrenuestro por los difuntos del pueblo.
Para terminar el día de La Caridad los vecinos merendaban juntos. Allí no faltaban buenos platos de liebre, conejo o machorra, y sus buenos platos de pimientos rojos asados y tomate de la cosecha. El vino lo servían los mozos, que también merendaban en una sala aparte. Había mucha hermandad. Igual se probaba del plato de un amigo que de otro.
La Caridad es una fiesta en la que se junta la tristeza y el recuerdo de los que faltan y un poco de diversión y alegría. Lo principal es que se sigue haciendo.
El Día de Todos los Santos las mujeres llevaban a la iglesia canastillos y latas de trigo y durante la misa se encendía una vela por cada persona fallecida que querían ofrecer. El sacerdote recorría las sepulturas una a una rezando y bendiciendo. Cuando terminaba los monaguillos vaciaban los canastillos y las latas en unos sacos preparados en la sacristía. Esta costumbre se llamaba Limosna para las ánimas.
Esa noche tocaban las campanas doblando sin parar el toque de ánimas hasta poner los pelos de punta. Estas costumbres son muy antiguas a juzgar por lo oído a mi madre, y tampoco sé el motivo del Día de la Caridad, que podría ser por el hambre, por caridad o por alguna guerra.
Algunas travesuras de la infancia.
En las siguientes páginas Eulogio recuerda sus aventuras de niño, y leyendo lo que dice se entiende bien la mezcla de cargo de conciencia y de nostalgia de unos tiempos que, si fueron malos, se recuerdan con cariño. Así cuenta en su manuscrito cuando una vez le quitó las zapatillas al tío Leoncio, que estaba dormido a la sombra de un olmo, y que un día tiró piedras a la cigüeña de la torre teniendo que irse sin cenar camino de la cama como castigo, y todavía se acuerda de ello con algo de arrepentimiento. Tampoco ha olvidado el miedo que pasó la vez que un perro rabioso de otro pueblo merodeaba Santervás y todos los vecinos se apostaron con escopetas para abatirle en caso de peligro. Cuenta más cosas que ahora vemos:
«Otra travesura de mi niñez fue que tiré una piedra desde la cuestecilla de al lado de mi casa a casa de Francisco Cabrerizo que se hallaba de matanza, con tal puntería que rompí una olla de barro llena de agua caliente que mi difunta tía Nicolasa había sacado para fregar algún otro enser, llevando un susto morrocotudo. Como no sabían la procedencia de la piedra, culparon a Santiago, dándole algún sopapo y tremendos gritos, defendiéndose éste a toda firmeza de que él no había sido. En total, que yo rompŒ el puchero y el pobre Santiago pgó los cascos. Me imagino que yo lo haría por tener envidia o algo así, ya que unos días antes me dijeron Santiago, Agapito y otros primos y primas que ellos no iban a la escuela el día de su matanza, por lo que al ir yo a la escuela y ellos no me daría rabia y lancé la piedra, no a la olla sino al grupo de mis amigos, que les vi de repente enemigos. Nunca lo dije. Mala acción. Peor suerte pudo correr mi vida una vez que mis padres estaban retejando la casa a últimos de septiembre o prime+os de octubre, y cegado por la curiosidad de ver cómo lo hacían y subí por una escalera que estaba puesta en la pared. Hacía algo de fresco y me senté al abrigo encima de un saco de paja que encontré arrimado a la chimenea. La cuestión es que me quedé dormido tumbado en el saco y que cuando los retejadores dejaron la tarea al final del día todos se marcharon sin darse cuenta de que yo estaba en el tejado. No se dieron cuenta de que faltaba hasta la hora de la cena y la preocupación fue aumentando rápidamente en poco rato al comprobar que nadie me había visto desde media tarde. El alguacil tocó la corneta para buscarme todo el pueblo y recorrieron las márgenes del río, la fuente, la laguna y todos los sitios que podían resultar peligrosos.
Al cabo del tiempo alguien recordó que me había visto recostado en la chimenea y, cuando subieron al tejado me encontraron dormido como un tronco. El ángel de la guarda se encargó de velar por mí porque si despierto y me da por andar, buena la había preparado. Todavía recuerdo cómo lloraban mi madre y mi hermana, y al día siguiente oí comentar que pensaron que me habrían secuestrado los maquis que andaban por cualquier lugar en aquel tiempo de postguerra.
Juegos tradicionales.
El apartado dedicado a las diversiones de sus años de niño lo empieza con la lista bastante larga de los nombres de los chicos, a los que cita con sus dos apellidos haciendo gala de su buena memoria. A continuación explica las costumbres que tenían y los juegos que han ido olvidándose poco a poco, unas veces por falta de chiquillería y otras para cambiarlos por otros más modernos:
Entre los chicos teníamos también un alcalde para organizar juegos. El punto de reunión era un olmo grandísimo, milenario, que en una de sus partes formaban una gran gamella o hueco en el que cabíamos todo. El olmo estaba en el ángulo que formaba la subida a la iglesia y el camino que iba a Fuentearmegil. Lo quitaron al hacer la carretera, no hace muchos años. En nuestros juegos imitábamos a los mayores. Hacíamos particiones de tierras llenas de cardos, como si de monte se tratara. Luego lo sorteábamos, hacíamos presas y regaderas llevando el agua con latas, y debates como los de los vecinos en la Casa de pueblo. Jugábamos al hinque con competición. El hinque que caia al al suelo se lanzaba lo más lejos posible. Se contaba diez, pinchaba o clavados. Si al llegar con el hinque no había terminado, éste lanzaba a los que no habían terminado de igual manera, y a empezar todos otra vez. Había un jurado. Otras veces a La Jeroba, a Pillar o a Los Tones, Tones Tones. El juego de Los Tones se empezaba con una letrilla aprendida de memoria: «A los tones, tones, tones, que mandan los ratones, que vayan y vengan, y no se detengan. A besar, a besar, a la puerta de fulano». Uno de los de la cuadrilla hacía de «madre», sentándose en algún sitio, y otro de nosotros hacía de «burro» inclinándose hacia adelante hasta apoyar la cabeza sobre las rodillas de quien se quedaba de madre. En ese momento todos cantábamos la tonadilla a coro dando pequeños golpes en la espalda del burro, y al acabar éste mandaba ir a besar a cualquier sitio del pueblo y su tarea consistía en agarrar a alguno cuando volvían de besar para que el agarrado fuese el que se quedase de burro en el siguiente turno. Si no podía agarrar a ninguno seguía haciendo de burro el mismo hasta que lo conseguía.
Otros juegos parecidos a éste, en los que uno hacía de madre y otro de burro, eran Al aceitera vinagrera, jarrita de miel, Amagar y no dar, Dar sin hablar y Dar sin reír. El que hacía de madre dirigía el juego, y el que se ponía de burro tenía que acertar quién le daba para que fuera el otro el que se pusiera en su sitio y le diesen los demás. Juegos de otro estilo eran La Pita, La Zorrumba, la Lazada o el lanzamiento de piedras con onda. En una de esas correrías recuerdo que afinando la punta de un palo, al Benito se le desmandó la navaja y me hizo un tajonazo entre el dedo pulgar y el índice de la mano derecha y todavía hoy conservo la marca que me trae a la cabeza lo bien que lo pasábamos aquellos años de la niñez.
Ya sé que es poco probable que eulogio lea su manuscrito en la web, pero por si alguno que le conoce lo lee, quiero darle las gracias por ahberlo escrito. Por haberlo escrito y por habernos dejado que lo pongamos para que los de ahora sepan cómo se vivía en nuestros pueblos antes.
¡Hola Eutiquio! Me alegro mucho que te hallan gustado mis andanzas y añoranzas de este maravilloso pueblo que me vio nacer, y que lo llevo en todo mi corazón, aunque la vida me halla llevado a otros lugares. Gracias de todo corazón