El último rebaño de Cañicera

Cuentan que el último vecino que hubo en Cañicera antes de que se quedara sin gente fue un hombre que murió con más de cien años, y que la única herencia que dejó a sus tres hijos fue un hatajo esmirriado de sólo treinta y cinco ovejas.

Lo malo no es que las reses fueran pocas, lo malo fue lo difícil de cumplir que eran las mandas que les impuso.

-El mayor se quedará con la mitad de las ovejas, el mediano con una tercera parte y el pequeño con una novena parte de todas ellas.

Muchas fueron entonces las riñas que hubo entre los hermanos, y ninguno de todos los que quisieron poner paz en medio supieron la manera de hacerlo.

Disfutiendo estaban a la sombra de un árbol a la orilla del río que daba nombre al pueblo cuando acertó a pasar por allí un hombre muy viejo que venía de la zona de Fuencaliente y parecía que iba hacia Alcubilla llevando una oveja tirando de ella de una correa como si fuese una caballería o un perro:

-Buenos días tengan los señores.

-¿Y usted por qué se mete?

-lo pregunto porque estoy en mí que së cómo deshacer el entuerto.

-Mal arreglo tiene porque a todos nos toca un cacho de ovejas y no queremos matar ninguna siendo que tendríamos que matar tres para hacer las cosas como están dichas.

-Yo sé cómo hacer el reparto, pero sólo lo diré si gano algo en ello.

-Difícil vemos que acierte.

Entonces desató del ronzal la oveja que llevaba atada y la metió al corral con las otras.

-Ahora tenéis treintaiséis y podéis hacer sin problemas las particiones que quería vuestro padre.

Así las hicieron, y le tocaron al mayor dieciocho de las treintaiseis que tenían, al mediano doce, que era la tercera parte, y al más pequeño sólo cuatro, justo la novena parte mandada, y todos quedaron contentos porque a todos les tocó una oveja más de las que pensaban.

Cuando los tres hermanos tuvieron su parte se dieron cuenta de que en el corral quedaban dos ovejas que no habían entrado en el reparto.

-Estas dos que sobran son las que me tocan a mí en pago de mi consejo.

Y le dejaron que se fuese siguiendo su camino en direción de Alcubilla, llevándose las dos ovejas atadas cada una con una correa, una de cada mano.

Al cabo de un rato, ya había desaparecido el hombre con sus dos ovejas en la distancia entre la tierra y el cielo, a los hermanos le dio por decir que el viejo a lo mejor era la imagen de San Juan conservada en la ermita, o una aparición del San Bartolomé que había en Ucero, y no hubo forma de convencerles de que sólo era un hombre con dos dedos de frente el que acertó a pasar por allí cuando ellos estaban a punto de ir a las manos discutiendo.

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