Tiempos de siega a hoz y zoqueta.

Al llegar el verano me gusta releer los escritos que durante años me fue mandando desde Gerona mi amigo Pausilipo Oteo Gómez, que era natural de Santamaría de las Hoyas pero pasó buena parte de su vida en tierras catalanas, y desde allí compartía conmigo sus recuerdos de cuando vivía en el pueblo, que llevó en el corazón hasta el final de su vida en el año 2012 a una edad avanzada que supo llenar de proyectos y de inquietudes culturales.

Su memoria se remontaba a los años anteriores a la guerra civil española, aunque a lo largo de su vida nunca dejó de volver a Santa María con frecuencia, hablando con todos y mostrando interés por las costumbres y los usos de nuestros pueblos, por lo que esta remembranza suya que copio aquí tiene un valor inmenso por lo que cuenta y el modo de contarlo. Yo no sabría reflejarlo con la misma autenticidad ni siquiera si pretendiera escribirlo procurando ceñirme lo más posible a su escrito.

Del modo que Pausi nos cuenta es como se vivía en aquellos tiempos por aquí, y de esta manera se hacían las faenas de la cosecha que les proporcionaba el alimento diario y les daba la vida. Gracias, Pausi, allá donde te encuentres: por tu amor a nuestra tierra y por compartir con nosotros tus recuerdos de ella:

«El trigo, la cebada, la avena y el centeno se segaban a partir del mes de Julio, normalmente después de la Virgen del Carmen, que era fiesta en el Burgo de Osma.

Antes de empezar la siega había que hacer los vencejos, que procedían de las gavillas de centeno que no habían sido trilladas el año anterior, los granos de estas gavillas se sacaban dando golpes sobre el trillo o en una piedra, una vez sacado el grano, se ataban en manojos, se llevaban al pilón de la fuente o a un arroyo si había agua, se metían las cabezas para que una vez remojadas cogieran correa, seguidamente se ataban por las espigas en manojos pequeños con un nudo especial, y se guardaban hasta el día que se iba a segar.

En la siega se llegaba al tajo entre dos luces,, cada uno con su hoz y su zoqueta , ésta última que era de madera, hueca por dentro para poder meter cuatro dedos de la mano izquierda con el fin de resguardarlos de la hoz y al mismo tiempo era la que recogía las manadas de la mies que cortaba la dicha hoz, las cuales se habían haciendo montones en los surcos, para después con estos montones de gavillas hacer los haces, que se ataban con los vencejos que se habían llevado remojados y metidos en un saco para que guardaran la humedad, en previsión de que no se partieran al atar los haces.

Cuando llegaba el tiempo de la siega intervenía toda la familia, hasta los de 12 años de edad, incluso la madre aunque tuviera algún niño de pecho.

Antes de marchar al tajo y sin tiempo de lavarse la cara, los mayores bebían un par de copas de aguardiente, con unos trozos de torta de chicharros, para almorzar, chorizo y jamón con unos buenos tragos de vino, en la comida, el cocido unos días, otros patatas con bacalao o carne con patatas, el postre de fruta no existía y además no había costumbre, la bota de vino no faltaba,incluso se bebía entre comidas, para refrescar la boca, primero un trago de vino, después otro de la botija, ambas se metían en un hoyo arropadas con una manta, con el fin de que guardaran el frescor. La mayor parte de los días se comía en la parcela a la sombra de un enebro o cosa semejante.

El rato que teníamos para descansar después de comer, era casi imposible soportarlo :, tábanos,moscas, mosquitos y algún que otro insecto, no te dejaban en paz, pero era tanta la necesidad de dormir que no te dabas cuenta de que estaban picando, luego una vez despierto, veías los abones que habían dejado las picaduras.

La madre si en la casa había algún niño de pecho, se venía un par de horas antes de la hora de comer, con el fin de preparar las viandas que llevaría el acarreador y para dar de mamar al niño.

Una vez terminada la siega, se empezaba a acarrear los haces con las caballerías, a éstas después del aparejo normal, se les ponía la jalma, después las jamugas bien prietas a la barriga del animal, se colocaban tres haces de unos 25 a 30 kilos de peso a cada lado de las jamugas, se les llevaba a la era, y cuando se terminaba de segar al finalizar el día en las parcelas, había que ir a la era a poner los haces que se habían traído durante la jornada, en el tresnal o sea bien apilados, con el fin de que ocuparan poco espacio para más tarde poder trillar y en caso de lluvia se escurriera por la parte externa de los haces. También se acarreaba con carro, siempre que los barrancos, cirates u otros inconvenientes no lo impidieran.»

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