SALIR A GANARSE LA VIDA FUERA

Los de mi familia fuimos los primeros que emigramos de estos pueblos de por aquí.

Me hace el comentario por teléfono alguien que se fue siendo bien pequeño, y me quedo pensando en la posibilidad de que sea como me dice, pero dentro de la misma conversación descubrimos que antes de ellos se habían ido otros, y antes otros.

Salir fuera del sitio donde nacimos para mejorar de vida, es un comportamiento natural de las personas que se ha hecho desde siempre, y lo han hecho todos los pueblos del mundo. Todos.

En los años cincuenta en nuestro pueblo había muchos que se iban a Bilbao, a Zaragoza y algunos hacia Valladolid o Santander, pero la mayor parte iban a tratar de ganarse la vida a Madrid o a Barcelona. Pocos al extranjero.

En los años sesenta alguno, la verdad es que no sé quién sería, se fue de emigrante a Zurich, una de las capitales más grandes de Suiza, y poco a poco se fueron animando otros a hacer lo mismo, muchas veces varios hermanos de la misma familia, aconsejados unos por otros como una manera de encontrar una colocación buena donde se podía ganar algo más de dinero para ahorrar un poco y poder mandar alguna ayuda a casa si hacía falta.

Pero en realidad la mayor parte de las veces los sueldos no eran tan altos, porque el nivel de vida estaba en relación con los salarios que había en Suiza, y lo que se conseguía ahorrar era a fuerza de escatimar los gastos. Los viajes eran largos y pesados en aquellos trenes de mediados de siglo que podían tardar 24 horas en atravesar España de parte a parte, metidos como sardinas en lata en aquellos departamentos de seis viajeros con dos asientos uno frente a otro. Cada uno sacaba su comida y su botella de vino o lo que fuera, y se convidaban unos a otros.

Recuerdo que un señor nos dio unas cuantas manzanas de las que llevaba en una cesta, y al año siguiente volvimos a verle haciendo el mismo viaje, y le reconocimos.

-Yo trabajaba limpiando habitaciones en un hotel antes de aprender el idioma, y mi hermano trabajaba de recepcionista y me ayudaba vaciando las papeleras para que terminara antes de trabajar. Podía pasarme contando un año entero cosas de las que nos pasaban todos los días. Por entonces yo coleccionaba sellos, y aprovechaba los sobres que tiraban los huéspedes para quitárselo, pero una vez, al revisar por la tarde los que había conseguido esa mañana descubrí que había recortado también un trozo de un billete de 500 francos que habría dentro.

Un billete de 500 francos era una gran cantidad de dinero a finales de los años 60. Podía ser el sueldo de dos meses de los nuestros. El problema era que el contenido de las papeleras se echaba en contenedores que había en cada planta del hotel, y después en otros más grandes que recogía el camión de la basura a las tres de la madrugada. Si queríamos encontrar el resto del billete no podíamos quedarnos quietos. Por suerte la basura se clasificaba por materiales y lo de papel estaba todo en el mismo, pero aun así no sería fácil encontrar el sobre que tenía dentro lo que buscábamos.

No nos atrevimos a salir hasta que todos los empleados del hotel habían terminado porque no queríamos que nos viesen escarbando en la basura, pero hacia las doce de la noche nos decidimos y fuimos vaciando el contenedor y revisando todos los sobres con el sello recortado. Dos horas más tarde, apareció el nuestro y nos pusimos a dar saltos de alegría en la acera. Dentro estaba el billete de 500 francos que buscábamos. Volvimos a meter todos los papeles al contenedor, y cinco minutos después pasó el camión de la basura.

Lo demás fue fácil. Lo pegamos con celo, y nos armamos de valor para ir al Banco a pedir que nos lo cambiaran por billetes más pequeños. Todavía recuerdo el miedo que me dio, que casi me temblaban las piernas, para explicarle al de la ventanilla lo que quería y que me entendiera sin saber el idioma.

Fue la primera vez que yo vi un billete de ese valor, un dineral comparado con los doscientos o trescientos francos que ganábamos cada mes por pasarnos el día limpiando habitaciones de hotel o en otros trabajos igual de malos y de mal pagados.

Un comentario

  1. Así fué, Eutiquio, tal como lo cuentas, yo, entonces con mis 16 años, guardé el sello y la mitad del billete, siempre pensando que no sería auténtico, cuando se lo comenté a mi hermano que verdaderamente era él el que me guardaba la mitad del sobre con el sello se nos ocurrió que podía ser auténtico, en la otra mitad del sobre de la papelera estaba en blanco, así que no hicimos nada por devolverlo.

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