Cuando los chicos iban a pregonar.

-De orden del señor alcalde se hace saber…

Hasta la llegada de los medios de comunicación modernos, el aguacil del Ayuntamiento era el encargado de informar de las ordenanzas municipales y de la junta de vecinos en concejo. Recibía la información del alcalde, y la iba difundiendo siguiendo siempre el mismo recorrido para asegurarse de que les llegase a todos, lo mismo si vivían en las calles más anchas que si vivían en cualquier calleja. Antes de dar el bando hacía sonar dos o tres veces la corneta, y parece que más atrás tocaban el cuerno. Esta costumbre ha sido fruto de burla en el cine y la televisión demostrando la falta de conocimiento del sentido práctico de esta costumbre en los pueblos.

Cuando la noticia que había que dar era de tipo más doméstico, como la llegada de algún vendedor ambulante, eran los chicos y las chicas los que se encargaban de que se conociera pregonándola por todo el pueblo para que todos se enteraran y pudieran salir a comprar lo que les hiciera falta.

-Se venden sardinas, jureles, zapatero y merluza en la plaza.

El fresquero de Aranda, el cacharrero de Tajueco, los tenderos de telas de San Esteban, y así casi hasta una docena o más de comerciantes, como pimentoneros y esquiladores, capadores, pellejeros, cochineros, afiladores… Algunos acudían un día o dos por semana, y había otros que iban días sueltos. Los afiladores y los pimentoneros llegaban con el pimentón de La Vera y las especias coincidiendo con la temporada de matanzas al asomar los primeros fríos, o la de esquilar las ovejas antes de verano, aprovechando para afilar las tijeras de la esquila y las hoces de la siega.

Los chicos casi adivinaban su llegada, y se arrimolinaban alrededor de ellos para que les encargaran ir a pregonar el género a cambio de dos o tres pesetas como mucho, a lo mejor sólo una peseta y cinco perras gordas.

Cuando llegaba el cacharrero de Tajueco con su carro de varas, tardaba mucho con los preparativos de botijos y botijas, cantarillas y cántaros, jarros, barriles, barreños y tinajas. Siempre llevaban en el carro uno o dos cuezos grandes con tapa, pero en nuestros pueblos casi no vendían ninguno porque había mucha agua y nadie almacenaba tanto porque no costaba nada ir a buscarla cada día a la fuente y tenerla recién traída. Además de la propina, solían darles unos jarrillos pequeños de regalo, que yo creo que en mi casa todavía queda alguno de aquellos.

Había veces que coincidían dos vendiendo lo mismo, y en esos casos los chicos hacían el agosto porque les encargaban que volvieran a pregonar otra vez lo mismo, pero bajando el precio.

Eso pasó una vez que las dos tiendas que por entonces había en el pueblo vendían pescado que habrían conseguido a buen precio en el mercado del Burgo o de San Esteban. A lo mejor en Aranda.

Una pandilla de chicos empezaba por una punta del pueblo para terminar por la otra:

-Se venden sardinas a 5 pesetas, chicharros y abadejo a 4, y merluza a 6, en casa de la Mercedes…

Casi a la vez, cuatro o cinco chicas pasaban pregonando las de la competencia:

-Se vende bacalao fresco a 4 pesetas, chicharro a 3, anchoas a 2 y verdeles casi regalados en casa del Pedro.

Dicen que aquel día en la mayoría de las casas comieron pescado a mediodía y por la noche, y que lo habían comprado más barato que nunca. Buena estrategia de ventas.

Ir a pregonar era casi como un juego, y a cuenta los chicos se ganaban unas perras para comprarse unos confites o unos caramelos, a veces hasta una botella pequeña de gaseosa. Hablar ahora de aquellas costumbres con los que las vivieron, nos hace brotar una sonrisa en la cara recordándolo.

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