A don Boni era fácil verle trabajando en su huerta, y haciendo muchas tareas diarias como cualquier vecino. Para las labores más duras, como arar la viña, podar o vendimiar, procuraba buscar voluntarios que le ayudaran, cuando eran especialmente esforzadas o se necesitaba la colaboración de varias personas.
La parte de atrás de la casa del cura tenía una buena cuadra para la yegua y el pajar, el gallinero y el cortijo de la cochina que mataba todos los años con la ayuda de algunos vecinos, muchas veces los mismos con los que pasaba ratos echando partidas al subastao, que era su juego preferido porque solía ganar casi siempre, unos decían que porque le iban las mejores cartas, y otros porque el ángel de la guarda se las ponía como a Felipe II.
Pues es la cosa que a mediados de enero de aquel año, que algunos recuerdan por asomos de la memoria que sería el de 1959, le ayudaron a matar la cochina el tio Enrique de la tia Inocencia y su hijo Vicente, el Justino y Santiago Sierra, que andando el tiempo marchó a Bilbao a ganarse la vida y desde entonces ha vuelto poco.
De lavar las tripas y hacer las morcillas se encargaron unas cuantas mujeres, entre las que más iban a misa y al rosario, además de la señora María, que era el ama del cura.
Al día siguiente volvieron a la faena desde bien temprano, después de tomarse una copa de coñac para defenderse del frío de la mañana y comerse un trozo de torta que la señora María había hecho la víspera. Descuartizaron la canal, hicieron el picadillo para los chorizos y pusieron perniles, tocinos, costillares y huesos en adobo. La comida de mediodía fue de las buenas, lo mismo que el vino que corrió sin cuento, el café, que por entonces no todos los días se tomaba, y las copas de Terry, que dieron cuenta de una botella entera y de otra que hay quien dice que pudo desaparecer en el bolsillo de la sotana del cura para no separarse de ella en toda la tarde.
Después de la cena, en la que la comida y la bebida siguieron siendo abundantes, se pusieron a jugar al subastao, pero don Boni andaba algo achispado por el Terry, y le costaba un poco centrarse en el juego.
Al final de la noche, el ganador fue el Vicente, el más joven de la cuadrilla, y a don Boni le gustó bien poco que le ganase un mozo, acostumbrado como estaba a salir ganando siempre.
Cuando se fueron a dormir le dejaron sombrío, rumiando la derrota como una digestión pedregosa. Ninguno pensó que el enfado fuera a tener más consecuencias, pero a media noche la señora María llamó asustada a la casa del tio Enrique diciendo que fueran corriendo, que se estaba muriendo don Boni. Y así fue. Cuando acudieron, había muerto, y nada pudieron hacer por salvarle la vida.
Desde entonces, y mucho es lo que ha llovido desde aquello, el Vicente sigue relacionando la muerte de don Boni con haberle ganado aquella noche al subastao, y a veces piensa que fue el disgusto por haber perdido, lo que le provocó la muerte. Ninguno sabemos lo que el futuro guarda para cualquiera de nosotros.