Noviembre: fríos, hielos y nieve.

El penúltimo mes del año tiene fama de ser uno de los más planos del calendario, y esa afirmación podría ser cierta para la vida repetitiva de las ciudades, pero lo es mucho menos si hablamos de poblaciones pequeñas especialmente relacionadas con el medio ambiente y la naturaleza. El mes de noviembre corresponde con la época de recoger los últimos frutos de la temporada, y cuando se hace la siembra de los que tienen que pasar sembrados el invierno para rebrotar con los primeros soles y los primeros aguaceros de la siguiente añada. Un mes importante, como veremos.

La tarea principal de este mes en nuestros pueblos consistía en arar los barbechos y las rastrojeras de la última siega para poder ponerlas de avena y cebada al final del invierno, y sembrar el trigo y el centeno, que tienen un ciclo más largo.

Es el tiempo de coger las patatas, que en nuestra tierra produce una sola cosecha por año. En otras partes la tierra produce dos cosechas, pero los fríos que siempre han pegado en los nuestros sólo permitían dar una cosecha que duraba asta la siguiente temporada.

Los ajos se sembraban a mediados de mes, fieles al refrán que aconsejaba hacerlo en la novena de San Martín, aunque hay quien prefiere esperarse a enero, que empiezan a alargarse los días.

También es por ahora cuando se celebraban ferias de ganado en distintos puntos de la provincia: por Los Santos, en Almazán; por San Martín, en San Esteban; por La Purísima en Berlanga. Muchos recordamos como un acontecimiento inolvidable el paso interminable de vacas y bueyes, bueyes y vacas, atravesando los pueblos de uno en otro camino de las ferias. mucas veces los desplazamientos eran muy largos aprovechando las posibilidades de desplazamiento con los camiones y el tren. Recuerdo que mi padre contaba anécdotas chispeantes ocurridas en las fondas y cerrando tratos en la feria, y cuando se juntaban varios vecinos y sacaban el tema, la conversación alcanzaba carácter de epopeya revivida, disfrutando apasionadamente reviviéndola.

Suele decirse que noviembre es mes matancero, y así es en muchos sitios, pero en nuestros pueblos solía esperarse hasta diciembre o enero, que era cuando más frío hacía para el oreo de los jamones y los chorizos.

Los más mayores cuentan que hace años, cuando había más mocedad y gente joven, era costumbre que muchos se casaran en la segunda quincena de noviembre, después de acabar la siembra y antes de la fiesta de San Andrés, y es de creer que así sería porque las ovejas que habían quedado machorras o eran demasiado viejas para criar formaban parte de las comidas de las bodas y las tornabodas.

Noviembre termina con la fiesta de san Andrés, que traía a nuestro pueblo cuadrillas de mozos y mozas de todo alrededor ilusionados al son de la gaita y el tamboril, aunque algunos años se amontonaba la nieve en la plaza y había que guarecerse en la Casa Pueblo para seguir con el baile.

Para la fiesta de San Andrés el mosto se había convertido ya en vino nuevo, y se echaba la primera espita para probarlo.

-A la salud de todos.

-Que sea por muchos años.

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