En estos días en que nos estamos acercando a la última noche del año 2023, quiero referirme al cumplimiento del primer centenario de la compra de nuestros pueblos sometidos al dominio del conde de Adanero, y detengo un momento otros quehaceres para acordarme de los vecinos que afrontaron aquella epopeya memorable reconociéndoles todo el bien que hicieron a todos los que hemos venido después de ellos.
Son muy pocos los que siguen viviendo de los de entonces, posiblemente ninguno, y los que vivimos sólo lo sabemos por lo que hemos leído y por lo que nos contaron nuestros padres, que eran muy niños cuando se hizo y lo vieron con sus ojos de niños de entonces.
Nos ha llegado poco de las necesidades que se padecían en nuestros pueblos antes de la liberación, ni de lo mal que lo pasaron los vecinos para pagar todo lo que les pidieron por ello.
Sabemos poco de las gestiones que hizo el cura don Juan José de Pablo, que era hijo de una moza de Santervás que se había ido al Burgo a servir en casa del secretario del Ayuntamiento y terminaron casándose.
Las primeras reuniones con el representante del terrateniente empezaron en el mes de septiembre de 1923, pero se alargaron medio año hasta que el conde se avino y fijó un precio razonable que, de cualquier manera, era una cantidad astronómica que obligó a pedir un préstamo para poder pagarlo. Lo más difícil vendría en los años siguientes, cuando tuvieron que hacer frente a los pagos y en las casas se las veían apuradas con lo justo para ir tirando.
¿Qué comerían entonces por Navidad?
Si les contamos a nuestros hijos y a nuestros nietos que en la mesa de los días de fiesta lo que se comía como si de un lujo se tratara era el gallo más gordo del gallinero, o garbanzos con oveja y bola, si les contamos que era raro que en las comidas de diario hubiera postre de ninguna clase, y que el café sólo se tomaba los días de fiesta mayor del pueblo, abrirían los ojos de par en par a punto de salirse de las órbitas, y moverían la cabeza de derecha a izquierda sin poder creérselo.
La cena tradicional de Nochebuena en muchas familias solían ser lentejas, que no solían comerse a lo largo del año, o alubias coloradas, que se sembraban pocas en nuestra vega, y luego pollo guisado o chicharros asados a las ascuas. Al acabar la cena se comía de postre un trozo pequeño de turrón duro que muchas veces se cortaba dando golpes al cuchillo con un martillo de duro que estaba. Yo recuerdo de muy pequeño que mi padre hacía el turrón en casa con almendras nuestras que se pasaba toda la tarde cascando y miel de las colmenas de mi abuelo.
El frío que pegaba entonces nos arrimaba a todos alrededor de la lumbre, y pensando en ello me viene a la cabeza lo que me contaba ayer uno de Santervás rico en vivencias que custodia con el celo de un tesoro, que antes de la compra de los pueblos los guardas del conde no les dejaban coger ni leña del monte para poder calentarse.
En estos días en que nos estamos acercando a la última noche del año 2023, quiero referirme al cumplimiento del primer centenario que el próximo año celebraremos, poniendo en todo su valor el mérito de los vecinos que afrontaron aquella epopeya memorable y darles las gracias por todo el bien que hicieron a cuantos hemos venido después de ellos. Que podamos disfrutar de su legado por mucho tiempo. Feliz 2024 para todos.