Matar pájaros en tiempo de nieve

Por Los santos, la nieve en los cantos. Por San Andrés, la nieve en los pies.

Acababan las últimas labores de las alubias en las eras, se juntaban los hombres para pisar las uvas en el jaraíz, y poco a poco empezaban a verse yuntas arando las tierras para sembrar. Con las primeras nubes borrascosas de otoño se veían montones de palomas torcaces y golondrinas que se juntaban en el cielo para irse a tierras con más calor que las nuestras. Un día dejaba también de verse la cigüeña en el nido del campanario, y sabíamos que su marcha anunciaba los primeros algarazos del invierno.

Una mañana amanecían los tejados blancos, el suelo, blanco, las tierras cubiertas de blanco… Y un impulso irresistible nos sacaba a los chicos a la calle empujados por la nieve que nos llamaba asomándose a la puerta de todas las casas.

En aquellos años el invierno era un tiempo duro con el frío metido en el cuerpo día y noche, y pasábamos el rato en las cocinas alrededor de la lumbre, asando bellotas entre las ascuas, alguna patata, también castañas cuando teníamos, pocas veces.

Los mejores días eran los de la matanza porque se juntaba mucha gente y jugábamos hasta media noche a las cartas con dos barajas. En esos días en vez de asar bellotas y patatas asábamos el rabo de la cochina, que nos repartíamos entre los chicos,algún somarrillo, y la morrera, que era la mejor tajada.

La nieve se amontonaba en los abrigos de las paredes arremolinada por el cierzo y la gente que tenía que salir a la calle se arropaba con mantones, capotes o tapabocas. Los que iban a por agua a la fuente volvían diciendo que se había helado y que había que rajar el hielo con un azadón para poder llenar los calderos. En las bocacanales de los tejados se formaban chuzos de hielo que arrancábamospara chuparlos, y era raro ver algún gorrión solitario tiritando por las leñeras muerto de frío, sin un claro de nieve donde detenerse a descansar ni un grano de trigo para engañar al hambre.

La mejor forma de matar pájaros cuando nevaba era echando una buena paletada de basura sobre la nieve donde la viesen bien volando, y poniendo encima un cepo de alambre tapado con unas pajas ycebado con un trozo de pan. Entonces nos metíamos en algún cachimán que estuviera cerca y esperábamos hasta que alguno picara. Pasaba bastante tiempo porque las bandadas de gorriones y de tordos buscaban el arrimo de la torre.

Así estábamos media hora. Una hora. A veces más. Cuando ya nos cansábamosde quedarnos quietos escuchábamos el chasquido del muelle del cepo al saltar, seguido del aleteo nervioso de un gorrión que escapaba en el último momento dejándose detrás unas pocas plumas caídas sobre la nieve. La cosa es que conseguíamos matar pocos pájaros de esa manera, y era casi más como una forma de llenar el tiempo cuando el temporal arreciaba y no podía pararse en la ccalle de frío. Alguna vez el cepo pillaba alguno intentando picotear el pan o le tronchaba una pata y la nieve se teñía con unas cuantas gotas de sangre que destacaban rojas sobre la nieve blanca. Si llegábamos a matar cuatro de ellos, hacíamos una gran merienda de pájaros. Por entonces no todos los días se merendaba.

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