Los trabajos del mes de septiembre

Cada temporada del año tiene su color, su olor y hasta su sabor distinto uno de otro, pero es posible que septiembre venga más cargado que los demás de sensaciones que nos dicen que ha terminado o que está terminando el verano.

Las tareas de las eras lo normal es que quedasen acabadas a finales de agosto, menos en los años en que se adelantaban las lluvias de otoño y no dejaba hacer las cosas a tiempo. En las primeras semanas empezaban a cogerse las alubias y los garbanzos, que se dejaban unos días en las tierras en pequeños montones y se iban a buscar con los carros para amontonarlas en las eras en grandes montones separados con clases, por un lado las tempranillas, por otro las blancas, por otro las coloradas. Lo cierto es que los quehaceres de las alubias han seguido haciéndose a mano y todavía se hacen hoy aunque sea en menos cantidad que antes, debido a que la mecanización agrícola de las legumbres está menos desarrollada que la del cereal.

Las alubias hay que cogerlas en cuanto maduran para que no se maladen con las nieblas y los hielos de otoño, y antes de trillarlas hay que extenderlas al sol en las eras para que acaben de secarse aprovechando los ratos de más calor y volviendo a amontonarlas cada día a la puesta del sol. Cuando eran pocas para trillar se les desgranaba apaleándolas una y otra vez hasta que las vainas quedaban vacías. Después había que cribarlas para terminar de limpiarlas y por fin desmotarlas para quitarles a mano hasta la última broza.

Las alubias de nuestra tierra siempre han tenido fama de ser una de las mejores de toda España, y hoy en día siguen siendo de las más apreciadas por la firmeza de su cuerpo y la finura de la piel, de superior calidad a las de otras de mayor precio y bastante más bastas.

Este mes es también el final del ciclo en los huertos para muchas de las hortalizas, como los tomates, los pimientos y guindillas, las lechugas y las cebollas. que se extendían encima de las trojes del grano, se embotaban en conserva, o, como las guindillas, se echaban en vinagre para ir gastándolas a lo largo de la temporada después de tenerlas tres o cuatro meses curándose.

Es también el tiempo de ir a ver las viñas, y de empezar a prepararlo todo para la vendimia, que por lo general se hace en la primera semana de octubre. Pero antes había que revisar los cestos, lavar las cubas y cubetes, que a veces se hacía llevándoles al río para tener agua en abundancia, y comprar alguno nuevo si la cosecha prometía o si no podía repararse los que tenían desperfectos.

En esta época del año era tradicional ocuparse en el arreglo de chamizos y casas, reponiendo paredes rehundidas o recaladas por la lluvia, y retejando tejados en mal estado para prevenir goteras. La gente solía aprovechar los días de buen tiempo para hacer adobes, y eran conocidos los parajes que se dedicaban para eso por la clase de la tierra que se sacaba en ellos y la existencia de algún manantial para hacer la masa con el barro y la paja. La herramienta más importante era la adobera, además de las azadas y las palas, y se hacían de distintos grosores y larguras dependiendo de que los adobes fueran para la parte exterior de la construcción, para separaciones internas, de medio tamaño para hilarlos contrapeados, o de formas especiales para utilizarlos en hornos de cocer pan.

Si el otoño entraba lluvioso, hacia finales de mes empezaban a verse las primeras setas y las primeras quitameriendas. Todas las señales eran de que el verano había terminado.

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