La torre de la iglesia se levanta por encima de los tejados de las casas, y llega a rozar casi el manto azul del cielo sin llegar a rozarlo. Allí hacen sus volteretas las golondrinas dibujando garabatos en el aire, y allí tenía su nido la cigüeña cuando había cigüeña en la torre de nuestra iglesia. Y, más que nada, están las campanas: la grande, de sonido resonante y ancho que puede oírse a buena distancia. La pequeña, de uso más cotidiano. Y el campanillo. El que ha oído alguna vez el toque de las campanas de su pueblo sabe distinguir una de otra y de las de todos los demás sitios donde quiera que vaya.
Del toque de las campanas se encarga el sacristán o sacristana, que todavía hoy en día sigue ejerciendo sus funciones como lo hicieron los que les precedieron desde el principio de los siglos.
Tradicionalmente el primer toque era el del Alba al filo de la aurora para que los que dormían supieran que amanecía una nueva jornada, pero dejó de hacerse con la llegada de los relojes.
El toque del Mediodía era el más esperado para los que trabajaban en el campo, y les servía de orientación para saber que debían de ir dejando la tarea para dar a la comida la oportunidad de recuperar fuerzas antes de seguir con la faena hasta que anocheciera. Muchos desandaban el camino de casa, pero los que no podían dejar el trabajo extendían una manta en el suelo y sacaban lo que hubiera en el zurrón o las alforjas. Un cantero de pan, la bota de vino y la fiambrera con algo de matanza, un cacho de magro o lo que se terciara.
Al anochecer tocaban a La Oración para que todos supieran que era hora de ir dejando la labor y preparar la cena. Si al día siguiente era domingo o día de fiesta, la campana grande tocaba animosa como si estuviera contenta, y las caras se alegraban escuchándola.
En algunos meses del año, en mayo y octubre si la memoria no me falla, había rezo del Rosario todas las tardes, y el campanillo lo hacía saber dando unos tañidos tranquilos, lo justo para que quien quisiera asistir acudiera.
El toque a Misa de los domingos se hacía tañendo la campana grande con fuerza, y, después de unos momentos de espera, dos toques serenos con la mediana, y por fin tres toques de tres campanadas para señalar que la misa empezaba. los días de fiesta mayor, los mozos subían a la torre y volteaban las dos campanas al aire arreboladas, más viva la grande y unos tonos más rezagada la mediana, despertando en la gente el alborozo de la gaita y el baile al son de los gaiteros que recorrían el pueblo con sus pasacalles.
El resto de los toques se hacían por motivos concretos. Cuando se acercaba alguna nube de tormenta se tocaba el Tentenublo para ahuyentarla y que se dispersara el riesgo de los rayos, y que un pedrisco no arrasase la cosecha del verano. El Tentenublo era un toque apresurado por la urgencia de evitar el peligro que amenazaba.
El toque a Clamores daba a conocer la muerte de alguien. Una campanada grave. Después otra. Y otra, y los semblantes de todos reflejaban el dolor por la pérdida.
En caso de incendio las campanas tocaban a Arrebato, y el pueblo entero era un sólo cuerpo enfrentándose al pánico atávico del fuego. Unas veces pegaba en el monte, otras veces venía de una chispa caída del cielo en un tresnal o un carro cargado de haces hasta la punta de los palos. La peor desgracia era cuando se ardía la chimenea de una casa y la llama podía pegar en las vigas de madera. Los hombres subían al tejado para ahogar las llamas con mantas mojadas antes de que la quema se propagara.
Cuando se bautizaba a algún recién nacido el campanillo tintineaba alegre a Bautizos, y los chicos acudían corriendo porque al salir de la iglesia los padrinos tiraban puñados de confites y caramelos para que ellos los recogieran a repelea.
La costumbre de tocar las campanas sigue haciéndose hoy en día sin que la modernidad haya influido demasiado. El sentido práctico de las cosas ha incorporado motores eléctricos para ponerlas en movimiento, y todos los días del año pueden oírse en nuestros pueblos cumpliendo la función que tuvieron siempre, la de acompañar a los vecinos en sus tareas diarias dando fe de que la vida sigue y cada mañana es un motivo para la esperanza.