Los albores de la luz eléctrica en el Coto Redondo.

Todavía no ha pasado demasiado tiempo, y todavía viven personas que guardan en la memoria los primeros años con luz eléctrica en las casas de nuestros pueblos. Al principio estaba limitado el número de bombillas en cada vivienda, y ni siquiera podía asegurarse que funcionara continuamente.

Eran momentos de escasez, y la gente procuraba encenderla sólo cuando no quedaba más remedio, aprovechando la luz del día hasta que oscurecía del todo y se hacía totalmente necesario encenderla.

En los meses de enero y febrero las mujeres se juntaban al sol para zurcir mudas y cardar o tejer con la lana de las ovejas, y aprovechaban los rincones al abrigo del aire para alargar la tarde hasta que se metía el frío y tenían que entrar en casa.

Si daban la llave de la luz, unas veces faltaba la corriente, y otras veces era una llamita mortecina oscilante, como una hoja seca a punto de desprenderse de la rama del árbol. Si se iluminaba con fuerza, era una alegría la luz que daba y la claridad de las cocinas y los cuartos. Lo peor era cuando bajaba de potencia y el filamento amarilleaba dentro de la bombilla, temblando y enrojeciendo hasta extinguirse del todo y quedarnos a oscuras.

En ese tiempo la luz eléctrica convivía con los candiles de carburo y de bujías de aceite, que siempre estaban cerca por si había que echar mano de ellos.

Sobre el esconce de la lumbre, además de los candiles, en mi casa siempre había dispuestas dos buenas teas de pino preparadas, en previsión de que fallaran los demás sistemas. Las teas de pino daban una luz viva que llenaba de resplandores toda la cocina y desprendían el olor reconfortante de la resina.

Las velas empezaron a usarse algo más tarde, cuando se retiraron los candiles a medida que se fue ganando confianza en la estabilidad de la electricidad, y sólo se encendían cuando se fundían los plomos y había que reponer los hilos de cobre para que volviera a pasar la corriente.

Recuerdo a mi padre arrimado a la bombilla para aprovechar la poca luz que daba, leyendo la hoja del almanaque o un libro que teníamos de fábulas de Samaniego, y cómo se contrariaba cuando fallaba la luz y se le emborronaban las letras.

Hoy en día, que la marea del consumismo nos puede hacer pensar que siempre tuvimos lo que ahora tenemos y que no existió un tiempo de escasez en el que carecíamos de lo que consideraríamos lo más básico, es bueno recordar estas cosas, porque todavía viven personas que guardan en la memoria los primeros años con luz eléctrica en las casas de nuestros pueblos.

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