Lo que se hacía por el mes de enero

Los meses invernales no permitían hacer muchas cosas en el campo porque los helazos que caían y las nevascas duraban casi toda la temporada y no hacían posible ninguna labor al aire libre.

Los que tenían ovejas las daban de comer cerradas en los corrales y las sacaban sólo para darles agua y en los pocos ratos que había de oreo. En este mes nacían la mayor parte de los corderos, teniendo que atender a los partos y separar a las madres y los recentales del resto del rebaño. Los pastores y ganaderos tenían un mes muy laborioso, echándoles de comer por la mañana y por la noche en las canales o pesebreras dentro de los corrales, paja de avena, salvado, las aristas de las alubias, además de hierba y alfalfa.

El mes de enero era uno de los meses en que se acostumbraba a hacer la matanza, aprovechando que el frío ayuda a la conserva y la cura de los chorizos y los magreros. Solían juntarse las familias enteras para ayudarse unos a otros, y era un acontecimiento social en el que mayores y pequeños tenían un cometido, los chicos arrimándose a la chamusquina y comiéndose el rabo recién asado. Los hombres se encargaban de descuartizarla, y las mujeres de lavar las tripas en el río y hacer los adobos y los mondongos para chorizos y morcillas. Las sobremesas por la noche eran inolvidables, jugando hasta las tantas a las cartas en torno a la mesa con el brasero bien lleno de ascuas.

Es también el tiempo de la corta de la leña del monte que se acarreaba en gavillas si eran parrameras delgadas, o apilados unos sobre otros cuando eran tocones o troncos para hacer rajas para la lumbre.

En ocasiones, cuando se encontraba alguna rama aparente, las personas que entendían el oficio heredado de sus antepasados las reservaban para hacer utensilios para la casa o aperos de trabajo, como cerraderos, talangueras, ubios, y las distintas partes de madera de los arados: cama, esteba, dental, pezcuño, orejeras y el timón. Los otros complementos eran obra de los herreros como la reja, Las bellortas y las clavijas.

Los gallineros y las conejeras también pedían su tiempo, reponiendo alambradas y cambiando nidales y ponederos pensando en la nueva temporada de puesta que empieza a medio mes, como dice el refrán tradicional de san Antón, que las gallinas vuelven a poner huevos todos los días.

En los huertos había poco que hacer, menos los que no hubiesen sembrado los ajos a partir de san Martín y quisieran aprovechara última oportunidad de la temporada: «en enero plante sus ajos el ajero, mejor que a últimos a primeros», aunque en esto como en todo también hay sus más y sus menos, y el que tarde sembraba tarde cosechaba y podía llevárselos a casa. También son de invierno los nabos, las berzas y los repollos que por entonces se echaban más que ahora a las alubias.

Hasta finales de enero está abierta la veda de la liebre y la perdiz. En tiempos hubo también muchos conejos de monte en estos términos, pero la enfermedad terminó con ellos. De tarde en tarde también hay quien sale al ojeo del jabalí y el zorro, aunque cuanto menos monte queda más fácil es volverse de vacío sin toparse con ninguno.

Buena lumbre, un buen puñado de bellotas y unas cuantas patatas para poder asarlas. Si era caso, un cacho de tocino arreguzado en papel de estraza para asarlo entre la ceniza, o algo de morrera. En la calle no se podía parar porque se helaban las uñas y había que soplárselas para que no se congelaran. Por entonces amanecían muchas mañanas con las bocacanales de los tejados cuajadas de chupones de hielo, y los temporales de viento y nieve se metían desde mediados de noviembre hasta bien entrado enero o febrero. Eran otros tiempos.

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