La rosca de la Virgen.

-Los tiempos van cambiando y nosotros, queramos o no, vamos cambiando con los tiempos.

El tio Avelino estaba filosófico aquella mañana. Llamó a nuestra puerta con un cesto de mimbre lleno de trozos de la rosca del Día de San Isidro que iba repartiendo de casa en casa. Andaba con ganas de pegar la hebra y pasar un rato de cháchara.

-Esta cesta me la dio tu padre hace ya qué sé yo los años. A él se le daban bien esas artes. Coge un cacho.

Me la alargaba para que cogiera un trozo.

-Entra si quieres, y tomamos una copa de aguardiente con ella.

-Sí señor, aguardiente tomábamos entonces con un rosco o un par de ellos cuando era el santo de alguno. Ahora hay de todo en las casas, pero por entonces…

-A los chicos nos daban media copa de vino rancio, que era dulce igual que el moscatel.

-Quién me iba a ver a mí, que nunca he sido de curas, subastando por la rosca a la puerta de la iglesia.

-Sí, ya me dijeron que te arrancaste con un billete de cincuenta.

-Cuando yo era joven se sorteaba yendo las mozas por las casas, y las mujeres echaban a la rosca para ver si les tocaba a sus hijos o a quien quisieran poner en cada papeleta.

-¿Y qué ponían?

-Lo que quisieran. «Para el Gerardo, para que tenga suerte y no le toque hacer la mili en Guinea». «Para que el Esteban se cure de las fiebres que le tienen en la cama y no le dejan ir con las ovejas.» «Para que a la Emilia le salga pronto novio.»

-¿Y quién hacía la rosca?

-Ahora see encarga al panadero y santas pascuas, pero antes muchas veces era una promesa a la Virgen para que curase a alguno que estaba enfermo o por alguna desgracia, y las mujeres las hacían aprovechando cuando cocían pan, que entonces se cocía cada dos por tres, y la costumbre era hacer una rosca grande para la Virgen y otra más pequeña para el Niño. Si te has fijado, ahora le ponen una a cada uno, las dos igual de grandes, y no tiene la gracia de antes.

-Estar, está buenísima.

-Tú porque no te acuerdas de lo buenas que estaban aquellas. No tienen nada que ver con estas. El sorteo se hacía el Domingo de Pascua por la tarde. Unas cuantas mozas salían al balcón del ayuntamiento, y desde allí una iba sacando las papeletas de un taleguillo, y otra iba cantando lo que ponía en ellas para que lo oyéramos los que estábamos en la plaza. Por eso me dio el pronto de pujar por ella, y llevármela.

-No sé si entiendo bien.

-Sí, hombre. Pues la cosa es que un año, después de una papeleta que decía «para los pastores de arriba, para que se junten y hagan una merienda entre todos;, y después salió la de «La bendita rosca», y resultó que nos tocó a todos los que íbamos con las ovejas por la parte del monte El Señor, que hacíamos una buena cuadrilla entre los de Fuentearmegil y los de Fuencaliente, que careábamos los mismos parajes.

-No me digas que la tia Lorenza también iba con las ovejas por allí.

-No. Los de mi mujer no tenían atajo, y los míos tampoco, pero yo iba ajustado para unos y para otros, según la temporada, y todavía me acuerdo de la juerga que armamos por lo de la rosca, que convidamos a las mozas y nos acabamos un pellejo de vino que compramos a uno que venía vendiendo de la parte de la Ribera, y acabamos bailando y cantando al son de unas mozas que eran pandereteras y otras que tocaban las tarrañuelas.

-Y con la rosca del Niño, ¿qué se hacía?

-La rosca del Niño era para el cura, y no se sorteaba. Algunos contaban que todos los años se la metía entre pecho y espalda acompañada con una botella de coñac porque decía que le venía mejor para que le pasara por la garganta. Cosas de don boni.

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