En las estribaciones de la sierra de Nafría, poblada de jaramagos, enebros y sabinas; muy cerca del lugar donde el río Lobos (famoso por su cañón) desemboca formando una hoz, justo allí donde nace el río Ucero, mirando hacia el norte se llega a divisar entre breñas y peñascos la pequeña ermita románica que dicen fue, junto con las ruinas de algunas antiguas construcciones que por allí se esparcen, morada de Caballeros Templarios; (famosos por el proceso que determinó la extinción de la Orden en la lejana Edad Media). Y mirando al oeste, como a un tiro de piedra, se yergue altiva la atalaya que las gentes de los contornos conocen por «la roca de la música mágica».
En verdad el lugar tiene algo de mágico; como si fuera la consecuencia de la equidistancia en línea recta que el paraje posee de Finisterre y Creus; (los dos puntos situados más al oeste y al este de la península Ibérica). De qué manera y por qué medios los Templarios llegaron a ese conocimiento, decidiendo habitar aquellos inhóspitos parajes, se ignora.
El río discurre encañonado entre las altas paredes de caliza a veces verticales. Apenas hay a ambas márgenes diminutas praderas donde pastan algunos animales que en verano, allí llegan a beber de las escasas aguas que el río, en su estiaje trae.
Por el empinado, estrecho y zigzageante sendero que los pastores y rabadanes conducen sus rebaños otra vez a lo más fragoso y abruto de la sierra, se llega, (cuando ya se ha ascendido a lo alto y al mirar hacia abajo se ve el riachuelo formando meandros, como si fuera tan sólo una cinta serpentina de plata; y la ermita igual que una casita de juguetes), torciendo hacia la izquierda, a lo alto de «la roca de la música mágica».
-¿Por qué se llama así esa roca saliente? – pregunté a los pastores que a nosotros se habían acercado mientras cuidaban de sus ganados aquella tarde de bochorno del verano pasado, en que desde Vinuesa, (nuestro lugar de veraneo), nos habíamos acercado a ver una vez más «El Cañón del Río Lobos».
Y uno de los dos, el mismo que momentos antes nos había explicado otras cosas curiosas acerca del lugar, nos contó el origen de que aquella atalaya fuese conocida por «la roca de la música mágica». Empezó así su relato:
-Una antigua leyenda, trasmitida de abuelos a nietos, al amor de la lumbre, en las noches de invierno, dice, que hace muchos años, no sé bien cuantos, en el castillo de Ucero, del que ahora sólo queda la torre del homenaje rodeada de muros en ruinas, situado sobre el alto que domina el pueblo y la vega, vivía el último Señor de Ucero. Tres hijas tuvo, a cual más hermosa, pues grande era la armonía y dulzura de sus semblantes.
Cuando llegaron a la edad adulta, en la que debían cambiar de estado, y tener por dueño y señor, en vez de al padre, al esposo, y para lo cual habían sido educadas en el conocimiento de todas las bellas artes que debía conocer una dama, ( incluso la música, que conocían e interpretaban de manera virtuosa, acompañándose de algún instrumento), las tres muchachas fueron aquejadas de un misterioso mal, que las inclinaba y seducía a buscar inspiración y refugio en lo alto de esa roca.
Solían llegarse hasta este lugar, que dista del castillo media legua, por las tardes; de manera que cuando aún no había expiado debilitándose de eco en eco la última campanada que en la ermita cercana, llamaba a los Caballeros Templarios al rezo de «Vísperas» y todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando ellas, ya estaban en lo alto de la roca. Un año, el día del solsticio de verano, se reveló claramente el lugar como mágico. Al terminar de sentir el oído el sonido de la última campanada de la ermita, comenzó a oírse un acorde lejano que quizás pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que eran un conjunto de voces lejanas y graves. Entonces, las muchachas aún sin proponérselo, comenzaron a cantar. Una música sonaba al compás de sus voces; aquella música era como el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se aleja murmurando. Era como el ulular del viento que gemía en la concavidad del cañón. Era como el monótono ruido de las esquilas del ganado que pastaba ahí abajo. Era como el grito del búho que escondido en lo más profundo del monte, marca con él su territorio. Todo esto y mucho más era la música que acompañaba al melodioso canto de las muchachas; todo esto y mucho más que no puede explicarse ni apenas concebirse. Parecía como el eco de un antiguo clavecín, acompañando a una música celestial.
Estos fenómenos extraños duraron hasta después de que el sol se puso tras los montes lejanos; y así que cesó la música mágica, dejaron las muchachas de cantar. Absortas y aterradas, habían sentido estar fuera del mundo real; viviendo en esa región fantástica del sueño, en la que las cosas se revisten de formas extrañas y mágicas.
De pronto había comenzado a caer una lluvia ligera; las nubes flotaban en oscuras bandas por entre cuyos jirones, se deslizaba a veces un furtivo rayo de luz de una luna llena, pálida y dudosa que hacía poco tiempo había salido. Un estremecimiento vino a sacar la las muchachas de aquel estupor que las dominaba, embargando todas las facultades de sus espíritus. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima; y un horrible espeluzno las agitó convulsivamente. El aire, al azotar con fuerza los enebros y sabinas, diríase que exhalaba gemidos.
Las muchachas descendieron de la roca por la senda tortuosa y empinada que ahí al frente veis; y cuando la tormenta, cargada de relámpagos y truenos, hacía largo tiempo que había comenzado, llegaron al recinto de los Templarios a pedir refugio. La enorme puerta, al empuje simultáneo de las tres, cedió; se abría chirriando sus goznes, como si llevase mucho tiempo sin ser abierta; como si la costase ser franqueada por seres extraños a sus recintos, a sus secretos. a sus misterios…
Al abrirse el portón de par en par…, sus cabellos se las erizaron de horror; tal fue la espeluznante y espantosa escena que en aquel momento presenciaron sus ojos que fue la causa de que las tres perdieran entonces para siempre la razón.
Y dicen – concluyó el pastor, – que desde entonces, en la tarde del solsticio de verano, se oyen sus voces entonando cánticos junto con extrañas y fantásticas músicas en lo alto de «la roca de la música mágica».
ste es el relato que nos hizo el pastor; (al que habíamos escuchado sin parpadear) y que a mí me tuvo muchos días sin apenas dormir, pensando qué sería lo que vieron las muchachas al abrir la puerta del recinto de los Caballeros Templarios en el Cañón del Río Lobos…