La España vaciada (5). La desescuelización de los pueblos pequeños

Un camino derecho hacia su desintegración

Han pasado casi cuarenta años desde que en las primeras décadas de la democracia los políticos creyeron que la creación de Colegios Rurales Agrupados en las cabeceras de comarca produciría el desarrollo de las zonas afectadas y mejoraría la calidad educativa de los niños de los pueblos, que siempre habían ido a ellas a contrapelo y deseando que les diesen suelta para irse a matar pájaros por las leñeras, correr la rodancha calle arriba calle abajo, o, según vinieran dadas, echar una mano en casa en lo que se terciara. A la larga se ha visto que no fue un acierto. Es verdad que en un principio mejoró la enseñanza, haciendo posible la realización de estudios superiores y adquiriendo conocimientos nuevos impensables hasta ese momento, pero no lo es menos que supuso un alejamiento de las costumbres tradicionales, que en nada contribuyó al progreso de los pueblos que era la razón principal para el cambio de modelo educativo.

Qué lejos nos parece ahora cuando había dos escuelas en cada pueblo, una de chicos y otra de chicas, con un maestro y una maestra para atender todos los cursos como buenamente se podía. Aprendían cantando a coro la tabla de mubtiplicar: «dos por dos, cuatro; cuatro por dos, ocho. Las paredes estaban llenas de mapas y estampas de la biblia. Unos y otros crecían y se relacionaban siguiendo el orden natural de la vida con que siempre se había hecho. A los catorce años entraban en la mocedad pagando la cuartilla, empezaban a hacer los primeros trabajos yendo de pastores o empuñando la hoz y la esteva, se ausentaban en tiempo justo para cumplir con el servicio militar y, ya de vuelta, formaban una nueva familia que daba continuidad a la vida en el pueblo.

La falta de escuelas rompió el vínculo que favorecía la permanencia en el lugar de nacimiento y una cierta continuidad cultural que quedó partida en dos a raíz de la ausencia de los chicos que acudían a la escuela concentrada y después buscaban ganarse la vida descartando en modo en que lo habían hecho sus padres y sus abuelos.

El hecho es que todos los años en Castilla León hay una sangría importante de escuelas que cierran porque en los pueblos no hay ni tres chicos para que vayan a ellas, que es lo que exige la ley de Educación nacional, y si no hay escuela muchas familias piensan en cambiar su residencia a lugares donde sus hijos puedan estudiar sin necesidad de desplazarse, lo que inevitablemente va colaborando al vaciamiento acelerado de los pueblos con menos número de habitantes.

No queremos decir que sea sólo el desmantelamiento sistemático de las escuelas rurales lo que ha provocado la despoblación estructural, pero indiscutiblemente es un factor determinante. La falta de chicos promueve la salida de familias que de otro modo tal vez no lo hicieran, y la falta de población disminuye las posibilidades de nuevos emprendimientos que podrían ayudar a la fijación o aumento del censo poblacional.

Todavía estamos a tiempo. Es la hora de replantearse si algo de lo que se hizo se puede hacer mejor, y si deberían innovarse las políticas educativas de los pueblos pequeños, poniendo en su verdadero valor los conocimientos que les definen como comunidad humana bien organizada y priorizando los aspectos sociales sobre los economicistas. Si se preguntase a la gente que vive en ellos, nadie dudaría lo que sería mejor para el pueblo.

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