El olvido secular que sufren las zonas con baja densidad de población pone en riesgo la supervivencia de todas las poblaciones con menos de 1000 habitantes situadas fuera de la franja costera peninsular. Siendo grave esto
en sí mismo, es mucho mayor el peligro que corremos de desertización geográfica y medioambiental, y de aniquilación de nuestra identidad cultural como pueblo y como forma de vida, lo que provocará una pérdida irreversible del Producto Interior Bruto nacional tanto económico como humano que sólo llegará a valorarse en sus verdaderas proporciones cuando haya desaparecido por completo y sea imposible su recuperación.
Lo cierto es que a lo largo de la Historia nunca se valoró en su justa medida la importante labor desempeñada por los labradores del campo y los pastores de ganado extensivo, que son los que se han ocupado siempre de preservar la alternancia de los sembrados y los pastos manteniendo el ecosistema natural, conservando las zonas arboladas y las de labor en el equilibrio justo para la estabilización del suelo y la lucha contra la degradación de la corteza terrestre.
las tierras que se dejan de arar y de pastorear se encaminan de forma irreversible a la erosión de los terrenos fértiles, desbarajustan la armonía del paisaje tradicional y destruyen la biodiversidad de parajes complicados para ser explotados con maquinaria, que son los primeros que deshechan las empresas agrarias economicistas por falta de rentabilidad. El desplazamiento masivo de personas atraídas por el espejismo de las grandes ciudades provoca la concentración desproporcionada y el hacinamiento en espacios mínimos, creando problemas ambientales y de supervivencia que entran en conflicto de intereses con las sociedades agropecuarias de las que dependen directamente para su abastecimiento diario.
La consecuencia es que se produce el empobrecimiento de la vida en los pueblos por falta de renovación generacional y por la insuficiencia de personas en edad laboral a la vez que la masificación de las ciudades desarrolla comportamientos competitivos marcados por las dificultades para conseguir la realización de las espectativas individuales.
La desaparición de los pueblos de menos de 1000 habitantes dedicados a la obtención de froductos destinados al consumo humano tiene consecuencias indeseables para toda la sociedad. Dos ejemplos concretos sirven para ilustrar algunos de los problemas surgidos por la redistribución demográfica descontrolada: Uno de ellos es la necesidad de agua para el consumo doméstico, que se necesita en cantidades incalculables que llevan al agotamiento de los ríos
que antes garantizaban los ecosistemas naturales. El otro es la gran demanda de comestibles para atender a los habitantes de las grandes megalópolis que no pueden proporcionarse por la destrucción de las estructuras productivas tradicionales sin acudir a los mercados extranjeros con enormes gastos que comprometen la economía estatal.
La desarticulación del tejido social alcanzado durante siglos de procesos evolutivos naturales amenaza la continuidad de un modo de ser y de sentir, de unas costumbres milenarias que representaban una identidad de vida bien estructurada que no puede cambiarse por nada. Ablamos de nuestros pueblos.
Releo ahora, después de publicado en la web, el artículo que escribí sobre la importancia de atender mejor a la que hemos dado en llamar España vaciada, y sigo estando cada vez más de acuerdo en lo expuesto y en la forma de exponerlo. Puede decirse más alto y puede decirse más claro, pero posiblemente de nada absolutamente serviría hacerlo. ¿tú tienes otra opinión, y te gustaría compartirla con nosotros? Hazlo.