Leyenda de La Charca de los Enebrales

Copio un cuento curioso, una especie de recreación legendaria que escribí para poner en el primer libro que publiqué, allá por el año 2000. ¡Cómo pasa el tiempo! A ver si os gusta:

NACIMIENTO DEL RÍO OCULARES

Cerca del lugar donde resido hay una montaña bastante alta y redondeada que se llama La Pedernala, que tiene en su cumbre una gigantesca roca que parece tocar el cielo con la punta, y justo a sus pies nace el río Oculares, como si la piedra estuviese tapando una bolsa de agua subterránea. En la parte más baja de la montaña se conservan restos de un poblado primitivo, y en alguna de las cuevas que existen por allí pueden verse pinturas hechas con sangre de animales y tierra de colores, y relieves que recuerdan figuras humanas en actitud de caza.

Pues bien, parece que los hombres primitivos creyeron que La Pedernala era una montaña sagrada, y que en la parte más alta vivían los espíritus que les enviaban los animales de caza y hacían que las plantas diesen frutas para que les sirviesen de alimento.

Pero ocurrió que hubo una larga época de sequía en que las plantas se secaban y los animales escaseaban hasta el punto de que los hombres pasaban hambre, y pensaron que los espíritus habían dejado de ayudarles y les habían abandonado a su suerte. En el poblado primitivo muchos enfermaban por falta de suficiente comida, y otros morían de hambre sin nada para llevarse a la boca.

Una noche se reunieron en torno a una gran hoguera los más ancianos de la tribu y, mientras los demás dormían, pasaron horas y horas pensando lo que podían hacer para agradar a los dioses de la montaña y conseguir de ellos el agua y la comida que necesitaban para vivir. Cuando llegó el día, habían encontrado la solución: el jefe del poblado subiría a la cima de La Pedernala sin comida ni armas, y rogaría a los espíritus la protección que necesitaban, sin que debiera bajar de la montaña hasta alcanzarlo.

Todos le vieron subir cabizbajo y pensativo, lentamente pero sin mirar ni una sola vez hacia atrás. Llegó a la cima y le vieron levantar los brazos hacia el cielo en señal de oración, y así se quedó horas y horas, días y días, tiempo y tiempo, sin que nadie supiera cuánto.

Un día, al levantarse por la mañana los que esperaban abajo, vieron con asombro que un pequeño río había aparecido por la noche y atravesaba el poblado llevando en sus aguas el germen de la vida y la esperanza de una época próspera. Las plantas volverían a dar frutos en abundancia y los animales que amamantaban se acercarían a sus márgenes rodeados de sus crías en busca del agua.

Todos se alegraron en sus corazones, y pensaron que el jefe de la tribu bajaría triunfante desde la cumbre donde todavía se le veía con sus brazos levantados al cielo. Sin embargo, aquel día no bajó ni tampoco en los días sucesivos, aunque le llamaban entonando canciones de alegría y gritando su nombre.

Una mañana decidieron enviar a la montaña un grupo de mensajeros, que regresó al atardecer de aquel mismo día con la noticia: el jefe nunca podría dejar la cumbre porque se había convertido en estatua de piedra, y debajo de él había nacido el río que pasaba por el centro del pueblo y había resuelto su falta de alimento.

A partir de entonces los hombres atribuyeron al jefe que se había quedado en La Pedernala convertido en piedra la abundancia de los campos en animales y plantas, y pusieron al río el nombre de Oculares en homenaje a los ojos que lloraron para que su pueblo no pasase hambre.

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