La escuela de fuencaliente entre los años 1847 y 1901

Nota: Resumo un artículo que me ha facilitado Juan Aguilera, que según se deduce del archivo recibido fue publicado por José Andrés Gallego en la Revista Española de Pedagogía, correspondiente a OctubreDiciembre de 1973. La fuente de donde lo tomo presenta errores de transcripción debidos al escaneado del original, por lo que me veo obligado a subsanar algunas deficiencias conforme a mi criterio, que espero no vaya en perjuicio del texto. dice así:

al estudio no ha mucho realizado por Ivmne Turin sobre la situación de la enseñanza en la España de la Restauración, lo cierto es que el tema, cuya importancia nos parece obvia, requiere todavía un esfuerzo más detallado. Faltan para él, como en tantos aspectos de la historia contemporánea, estudios monográficos de las grandes figuras e instituciones, de las corrientes intelectuales y de las condiciones jurídicas, pero también y no con menos importancia de la influencia que toda ella tuviera en la realidad concreta del aula universitaria o la escuela rural.

Cómo subsiste, dónde y de qué, qué tipo de enseñanzas imparte un centro educativo campesino durante la segunda mitad de la última centuria. Sólo en este sentido, los documentos que comentamos ahora, olvidados en un archivo parroquial de una aldea del Duero, podrán ser empleados co’mo un ejemplo vivo de la situación de la enseñanza primaria.

Hemos podido consultar y recuperar estos documentos del Archivo Parroquial de Herrera (Soria) gracias a la colaboración de don Mariano Corredor, cura párroco de Casarejos y encargado de Herrera. Es obvio que no permiten deducir ninguna conclusión de valor nacional. Más bien ilustran las que puedan trazarse. Pretendemos, por tanto, aportar solamente un testimonio de cuantos justifican la corriente de pensamiento sobre la promoción del magisterio que constituye una de las constantes de las preocupaciones intelectuales de hoy. Ejemplo cuyos datos podrán servir a quien intente el estudio global que un día ha de abordarse. Únicamente una intención así puede justificar la microhistoria de esta pequeña escuela de pueblo en las últimas décadas del siglo XIX.

Las condiciones del trabajo docente

Fuencaliente del Burgo es una aldea de las cuatro enclavadas en el término municipal de Fuentearmejil, en la provincia de Soria, lindante ya con Burgos. Emplazada en un llano regado por el Perales, junto al camino que desciende de San Leonardo a Aranda, sus hombres viven de labrar el campo, en tierra de secano de mediana clase, según las fuentes de esa época. La población, con todo, aumenta en estas décadas de la última mitad del siglo XIX de modo inexplicado. Los 49 vecinos de 1859 -180 almas- son, en 1888, 96, si las afirmaciones del maestro, a quien va en ello la remuneración, son ciertas.

En 1888 46 pequeños están matriculados en la escuela: 26 chicos y 20 niñas, de los que acuden a diario, con más o menos regularidad, 22 y 18 de cada sexo.

La localización de estos papeles en este lugar hubieron de ser llevados por algún familiar sacerdote del maestro Félix Vicente Barrio.

Cfr. instancia de Félix Vicente Barrio al Rector del Distrito Universitario de Zaragoza, 25-VI.1888, Archivo Parroquial de Herrera, leg. Escuela de Fuencaliente. Sin precisar la fecha, da cifras de población distintas el Diccionario geográfico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de Ultramar publicado en Barcelona en 1883 por Pablo riera y Sans, pero no son verosímiles a tenor de las cifras del alumnado que da el maestro.

Pero no es ésta toda la población del pueblo en edad escolar. Hay, en total, 79 u 80 personas de 5 a 13 años: de ellos, 20 ó 21 de g a 13, 38 de 6 a g y 20 de 4 a 57. Pirámide de edades que realmente denota ampliación de base desde el período 1879-1882 y una proporción de población escolarizada superior a la media de España, según el cuadro adjunto, que, en definitiva, coincide con la valoración sobre analfabetismo del censo de 1887, que situó las provincias de Castilla la Vieja entre las menos afectadas.

En los años 80 la Inspección ya ha insistido en que es preciso conseguir la asistencia diaria de los matriculados. Pero no piensa nadie en imponer la obligatoriedad real de la enseñanza. En el aula sólo hay espacio para 40 ó 42 alumnos de los ochenta niños del lugar, cuya diferencia vaga por las calles, hasta tanto no se les obligue a construir el nuevo local a las autoridades.

¿Cómo es el local? La escuela mide, sin equivocación posible, 7.70 metros de profundidad, 5 de anchura y, sobre todo, 1,70 de altura nada más. Se halla en mediano estado, urgida de reboque y de blanqueo en los muros y reparos de consideración en el tejado.

Tampoco el mobiliario cede un punto en pobreza. Sólo hay tres sillas y seis cuerpos de carpintería para la escritura, que esperan un arreglo y pintura, en donde deben reposar una docena de tinteros de plomo y algunos portaplumas. Desde una plataforma muy reducida y en mal uso, precisada asimismo de restauración, el maestro contempla el escenario, sentado en uno de los dos sillones -rotos ambos-, tras una mesa simple, con un solo cajón y una estropeada escribanía de madera y de bronce.

Un brasero templa la estancia. En las paredes preside un crucifijo, una estampa de Cristo y dos de María Santísima. En 1888, a los tres años de su muerte, un retrato de Alfonso XII. En una estantería, se hacina la biblioteca. Un reloj estropeado ha dado alguna vez la hora.

Hay en alguna parte de la sala un pequeño bagaje de medios pedagógicos: una colección de láminas de Historia de España y otra Sagrada -que es preciso pintar de nuevo-, una tercera de carteles de varios temas, un relamido árbol genealógico de Jesús. La aritmética cuenta con seis tableros contadores de Bolas alguno roto ya. La ortografía, con casi dos docenas de muestras de escritura con sus cristales, fijas en las mesas. Las demás ciencias, con una regadera, un cogedor de fiemo y un termómetro roto.

En los tres años que dejan los inventarios de 1885 y 1888, se suman a ello un mapa provincial y otro de la península.

Orientaciones pedagógicas.

En los estantes de la enfática biblioteca, hay además manuales aviejados por el uso y unos pocos volúmenes de cabecera. Dominan absolutamente los libros de lectura, casi todos muy usados: un libro de Lectura de Avendaño, 8 Flores de la infancia, 7 Cuentos de moral escritos por Vidal, 10 Manuales de Lectura por don Toribio, 3 Plutarcos, 6 Libros de Lectura por Martín de la Rosa, 5 Tesoros de los niños, 6 Juanitos de Iriarte, 18 Manuscritos editados por Calleja, 11 de Antorcha de la Juventud y 6 Cuentos morales del Pastor que aún se han leído ya bien entrado nuestro siglo.

Se diría que los muchachos tan sólo aprenden a leer. Pero también estudian la gramática en manidos y numerosos Epítomes de la Real Academia y en libros de Ortografía castellana, atendidos por el maestro, que emplea un diccionario de la lengua.

La aritmética comparte en menor grado su esfuerzo. Quedan en los estantes 14 Aritméticas teóricas y prácticas de diversos autores. A veces el educador invita a hacer alguno de los Mil y tantos problemas de que puede servirse.

No falta un punto de preocupación por adecuarse a la realidad social. Cuatro Cartillas agrarias de Oliván, 6 Manuales de Agricultura por él mismo, 6 de Agricultura por Pla, una Guía del Artesano por Paulici, atestiguan una intención que en ningún caso predomina.

Entre los temas humanísticos prima indudablemente la Religión. Hay en la biblioteca 18Catecismos del Padre Astete -cuyo contenido antiliberal, por cierto, dará pie a las protestas de los liberales en las

Cortes de la Regencia, 6 de Historia Sagrada de Fleuris, 4 Historias de Jerusalén de Alfaro y 15 Obligaciones del hombre.

El maestro cuenta además con un Catecismo de la Doctrina Cristiana expuesta por Mazo, una Explicación del Decálogo y dos de las Obras de misericordia. A lo que pueden añadirse tres únicos volúmenes de Geografía y seis de Historia de España de González en una poco alentadora buena conservación.

Un libro de Inspección, un registro de matrícula, dos de asistencia diaria, otro de contabilidad que arranca en 1859, varios presupuestos del Centro y algunos libros completamente destrozados completan el bagaje de letra impresa en 1885.

En cursos sucesivos, acaso hasta 1894 se suman solamente los textos abandonados por los alumnos y algún escaso material didáctico. Fuera de los manuales están tres tinteros de plomo, una regla, dos carteles, de ortografía al parecer, un encerado de hule con su cuadrante, dos textos de Rosado sobre la Historia Sagrada en láminas, dos carteles de cartón con las oraciones de entrada y de salida, un libro de matrícula y clasificación, dos listas de asistencia diaria y un libro nuevo de contabilidad.

La orientación será, por otra parte, expresamente consignada por el maestro Félix Vicente y Barrio, al declarar que imparte conocimientos sólidos en Religión, en lectura, en Escritura, en Gramática, en Aritmética.

El fruto de esta labor no disgusta a los padres. En la visita de la Inspección de 1882 ya se ha hecho constar que el régimen, método y disciplina adoptados eran los convenientes; que los frutos que había dado el sistema adoptado por el Maestro eran buenos; que el estado de la instrucción primaria en el pueblo era mediano y en los niños de la escuela bastante regular, y que la conducta pública y privada del Maestro era buena según informes. Valoración tanto más convincente cuanto que los tribunales examinadores -según reza en el acta de una prueba de Navidad hecha según costumbre- están formados por seis miembros además del educador, presentes unos con el carácter de individuos de la Corporación municipal, otros con el de la Junta Local de Instrucción Pública y los demás como padres de familia.

La mecánica de las pruebas sospecha cierta organización cuidada cara sólo al examen. Los miembros del tribunal entran en el aula recibidos cortésmente por todos los alumnos y alumnas asistentes. Abre el acto el maestro con un discurso de salutación floreado y solemne:

“No es la primera vez -comienza en 1887- que he tenido el honor de presentar exámenes. Mas no ‘por eso es fácil realizarlo ahora: cuando los adelantos en el estudio le han dicho al hombre que es muy poco lo que sabe, y lo que puede, entonces mira las cosas bajo otro prisma. Y, además, si siempre son respetables las corporaciones populares, con cuánta más razón no lo será la que ejerce sus funciones en un pueblo tan importante como este”.

Tras el discurso, que es en definitiva un alegato pro-indulgencia, un alumno recita algunos versos de rima fácil con idéntico fin:

“Muy ilustre Ayuntamiento,

muy digna Junta local,

respetable concurrencia

que el acto venís a honrar:

yo, al dirigiros mi voz,

con notoria cortedad,

humilde debo ante todo

vuestra indulgencia implorar.

Mis queridos compañeros,

niños todos de mi edad

faltos, cual yo, de esperiencia

poco amigos de estudiar

seguros de no portarse

como sin duda esperáis

piden que a nombre de todos

apele a vuestra bondad.

Si dispensáis nuestras faltas,

os prometemos de hoy más

con aplicación constante

nuestro pasado enmendar.

Al tiempo un rayo precioso

de pura luz celestial

nuestro naciente criterio

ha venido a iluminar.

A tiempo reconocemos

que nuestra primera edad

del pasado en el avismo

rápida a esconderse va”.

Y, a continuación el tribunal los examina por lecciones y según se hallaban dispuestos, dando principio en cada clase por la sección inferior y preguntando según los programas de cada asignatura. Hecho esto, emite juicio.

En 1901, el nivel educativo es considerado en un estado bastante satisfactorio; aunque la Junta Local hace al maestro alguna observación sobre el control de los alumnos y la metodología. Por último, el presidente exhorta a los discípulos al buen comportamiento en confusa oratoria, manifestándoles que, “de la enseñanza y educación, depende todo lo de las personas, y que, sin una y otra, la ignorancia es la cosa más próxima, y que como es consiguiente, el estado en que puede colocar al individuo que adolezca de ella será desastroso”.

En realidad, no era tarea envidiable el trabajo docente. En 1880, los alumnos de una escuela cercana muestran con inquietante insistencia gran repugnancia al estudio, con escaso desarrollo intelectual, un tanto separados de las buenas maneras y no tampoco suficientemente dóciles. Cunde entre ellos una completa decisión a devolver las ofensas que reciben. Y, sobre todo, no parece que en sus casas haya preocupación por los estudios. Las familias quieren -y consiguen de hecho, por la necesidad del titular de ganar el corazón de Sus padres- llevar a sus hijos a la escuela apenas saben andar. La asistencia continúa. por otra parte, irregular. Indudablemente los padres tienen la escuela como cosa de poca importancia; pues no de otro modo se concibe que haya, no ya solamente indiferencia, que hasta es criminal, sino aun repugnancia al tiempo de saber. El mal es, por lo visto, muy frecuente. Mediado el siglo XIX, la mitad de los alumnos españoles de enseñanza primaria no asistían a cursos completos o abandonaban frecuentemente las clases para ayudar a sus padres en las faenas agrícolas.

Las condiciones económicas

Pero nada de aquel contento revierte en los haberes del maestro de Fuencaliente del Burgo, que gana exactamente 325 pesetas al año. Su dotación, como el mantenimiento de todas las escuelas públicas de España, corre a cargo del municipio.Pero esta situación tiene sus agravantes a sus enmiendas. Hasta julio de 1887, el maestro de Fuencaliente cobra en especie un tercio de esa asignación. Lo que supone de 30 a 32 fanegas de trigo bueno a razón de cinco celemines de trigo que satisfacían cada niño y niña, que podían valer unas 310 pesetas poco más O menos. Ya en 1882 la Inspección ha concluido que era muy conveniente fijar la dotación de esta escuela por lo menos a 500 pesetas según las disposiciones vigentes, en atención al número de habitantes de que consta el pueblo y a los niños de ambos sexos que asisten. Conforme el Municipio en la subida, no la cumple no obstante, pese a las insistencias del maestro, que recurre por ello en el 88 al Rector del Distrito Universitario de Zaragoza y en 1890 al Presidente de la Junta Provincial de Instrucción Pública.

La morosidad radica, al parecer, en que los dos concejales de este pueblo que vienen representándolo en el Ayuntamiento de Fuentearmejil desde hace ocho o diez años, no han tenido ni tienen niños para haber podido mandar a la escuela, y así es que no han tenido ni tienen interés en la instrucción; sólo sí tienen interés, como son de los mayores contribuyentes, en el no pagar y el que no se aumente el presupuesto de gastos. El caciquismo, pues, flota en todos los aires.

La situación es abusiva, máxime habiendo en el mismo Distrito Municipal otra escuela que con una quinta parte menos de habitantes, la cuarta parte menos de riqueza yla tercera parte menos de alumnos y alumnas, ha conseguido dicho aumento hasta las 500 pesetas.

Pero todo ello está agravado además por problemas de habitación. En 1885, la casa del titular carecía de la capacidad y decencia necesaria, según se venía observando ya hacía años, habiendo tenido los otros dos maestros anteriores que vivir en casas de alquiler y, cuando no hubo Sr. Cura, en la casa del curato. La conservación de la vivienda ha empeorado además porque anteriormente había estado destinada para Casa de Pueblo donde se reunía el vecindario.

En el 85, Félix Vicente y Barrio se ve obligado a reclamar del municipio que se le arregle la dicha casa y se le hiciese una habitación para poder colocar las camas y demás muebles. Pero no lo consigue. Ha de hacerlo él, con la promesa, luego incumplida, de que más tarde se le abonarán los gastos: 125 pesetas que de su mezquino sueldo ha tenido por absoluta necesidad que hacer su desembolso para comprar los materiales y pagar los jornales. Las mejoras consisten, y no parece poco, en el saneamiento de una habitación hecha con tres grandes alcobas y su pasillo con SU nueva ventana, en el piso, así como su cocina y demás. Que se lo abonen así resulta tanto más deprimente cuanto que la inhabitabilidad ha sido subrayada ya en visitas de la Inspección de 1861 y 1882, en las que se acordó se arreglara dicha casa y se construyera en su interior una habitación decente y capaz para poder albergarse el maestro y tener donde descansar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.