La cuesta de enero en nuestros pueblos.

Remontamos como si fuera la ladera de una montaña día a día el mes de enero, y cada mañana observamos que le mordemos un trozo a la oscuridad de la noche y que van agrandándose paso a paso los días. Yo siempre le oí decir a mi padre que para el veinte de enero la luz del día duraba una hora más que en santa Lucía, pero nunca he comprobado si tiene algo de científico o si era algo que él le había oído decir a su padre y nos lo repetía a nosotros para que también nosotros lo supiéramos.

El mes de enero fue siempre en nuestros pueblos un período de reposo de la tierra y de las gentes. En aquellos tiempos las nevadas se metían en cuanto acababa la sementera y no se retiraban hasta bien entrado febrero o marzo.

Los hombres aprovechaban para reponer los desperfectos de los aperos de labranza, adecentar cuadras, corrales y gallineros. El que tenía ovejas, atenderlas echándoles pienso cuando no podían sacarlas de careo, y cuidando de ellas y de sus recentales cuando se ponían de parto.

Los que conocían el oficio, empleaban el tiempo en hacer arados, ubios y otros enseres, como astiles para azadones, palas y bieldos, cuezos, artesas, angarillones, adoberas, talangueras y otros cachivaches, además de las distintas partes de madera de los arados y los ubios que se hubiesen roto: barzones, costillas, estebas, dentales, pezcuños, timones y lavijas nuevas. Los más diestros también hacían cucharas y cucharomes de madera, badajos para los cencerros y candelabros para poner las velas cuando fallaba la luz eléctrica.

Era también tiempo de matanzas, que siempre se dejaban para cuando hiciese más frío porque le venía mejor a los adobos y a los chorizos y morcillas para curarse.

En los huertos no había gran cosa ni tampoco necesitaban atención diaria. Berzas y remolachas para las cochinas, algún nabo o repollo que entonces se echaba más que ahora a las alubias. Los que no habían sembrado los ajos antes de San Andrés los sembraban en enero, y también había quien prefería hacerlo las dos veces para alargar la temporada de cosecha.

Los temporales no dejaban parar en la calle con las ventiscas y las nevascas, se helaban las uñas de las manos y había que soplárselas para que no se congelaran. Muchas mañanas amanecía con las bocacanales de los tejados cuajadas de chupones de hielo, que los chicos se comían chupándolos.

Buena lumbre, un buen puñado de bellotas y unas cuantas patatas para poder asarlas. Si era caso, un cacho de tocino envuelto en papel de estraza para asarlo entre las ascuas sin que se llenase de ceniza, o algo de morrera de la cochina puesta a curar colgada de las varas del techo.

En la tercera semana empezaban a poner huevos las gallinas. Si venía bueno, a primeros de febrero habría que empezar a sembrar los tempranos y preparar los semilleros de los huertos y remover la tierra para las hortalizas de primavera.

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