La situación de Fuencaliente con relación al agua fue y es muy privilegiada, un pueblo afortunado por sus manantiales, fuentes y río que recogen las aguas de ese anfiteatro que forma la sierra y aparecen misteriosamente en ese valle.
El agua es una inmensa riqueza que hace de la tierra un vergel, un paraíso; bien lo sabían los árabes, por eso digo que es afortunado. Algo así debió de ser el Paraíso, lleno de fuentes y vegetación. Sólo se aprecia lo que no se tiene o lo que se tiene y se pierde. El agua en Fuencaliente, por fortuna, siempre estuvo al alcance de la mano.
Una parte de mis recuerdos está asociada a las fuentes, los manantiales, el pozo; en definitiva al agua.
Todos conocíamos las fuentes del pueblo, repartidas en diferentes puntos y próximas al río, excepto el pozo, me parece recordar que eran cinco, y aquellas otras que, diseminadas en diferentes lugares del campo y tanta sed aplacaron, llenaron cientos de cantimploras y botijas, refrescaron cunado se estaba cerquita la bota o botella de vino. Ese agua, en el duro y caluroso verano, por aquellos secarrales, sabía a gloria.
Este privilegio lo tienen pocos pueblos, haciendo honor a su nombre, Fuencaliente es uno de ellos. .
Seguro que cada uno tiene recuerdos y vivencias asociadas al río, al manantial de la ermita, al molino, a la más reciente piscina, a la balsa, a las regaderas de la huerta, los huertos o la vega, a la fuente más cercana al lugar donde se vivía, al botijo que tantas veces se llenó y transportó como tarea siendo niños, o aquel cántaro que llevaban las madres a la cintura y alguna más osada, haciendo malabares en la cabeza.
Sin la menor duda el más valorado y sorprendente es el manantial de la ermita, no pudo construirse ésta en mejor lugar. Recogiendo las aguas y nieves que vienen de las sierras de Santa María y Nafría, en ese anfiteatro que forman, el espectador se queda absorto por esa magia del agua que parece salir de una roca, extasiado con esos gorgoritos, burbujas de aire que a cada paso salen una tras otra, por ese verdor de los berros y otras plantas que crecen en sus aguas, en invierno por ese vapor que crea un especial ambiente consecuencia de esos constantes 18 grados de temperatura cálida e inalterable, que en verano son frescor y en invierno calor.
Nada más salir del manantial, sólo nacer y ya se sabe río, Río Perales. Apenas ha recorrido unos metros y sin más dilación comienza su labor, repartiéndose por las diversas regaderas, saciando la sed de verduras, hortalizas y legumbres que se cultivaban con mimo, para consumo propio, en los pequeños huertos que cada vecino tiene.
A tan solo unos pasos se detiene en la presa del molino, hoy convertida en gran piscina pública de uso común y gratuito en la que piscina pública, con la que se movía a voluntad del molinero aquellas dos grandes ruedas de piedra.
En diferentes puntos de su recorrido por el pueblo se encuentra a mujeres con el balde y la tabla haciendo la colada de vez en cuando. Con un poco de lejía, aquel extraordinario jabón artesanal, el agua recién salida del manantial, unos cuantos restregones, quedaba la ropa hasta perfumada. Las sábanas de cáñamo, que bien cerca se plantaba, en el cañamal, tendidas al sol, para que al tiempo que se secaban, blanquearan aguardando la llegada del famoso tergal.
En algunos puntos se remojaban los vencejos para atar los haces o algunos mimbres que esperaban unas manos expertas para confeccionar algún cesto o canasta.
Serpenteando por la orilla del pueblo, cerquita de las fuentes, se va alejando con pequeñas curvas entre arboledas de chopos. A medida que se aleja se va llenando de vida, peces, ranas, ratas de agua, gran cantidad de cangrejos y diversa variedad de aves que le acompañan en su camino.
En su recorrido se va haciendo mayor con las aportaciones de las pocas aguas de las fuentes del pueblo, los arroyo de la Hoz , La Estacada, La Golinosa, el de Valdecañicera, el Cañal, pequeñas fuentes a lo largo de su recorrido y la aportación extraordinaria y singular de La Balsa, manantial grande y profundo con un agua muy fría, que ya, pasado el núcleo urbano vierte sus aguas al río.
Dice Rubén Maldonado: La vida va fluyendo como un río, y un río no desanda el recorrido. Tampoco se retorna a lo vivido.
Continúa su camino hacia Fuentearmegil y Zayuelas regando sus vegas, que una vez pasado se une con el Rio Cejos que viene de Santervás, sigue su recorrido, para unirse con el Rio Pilde, perdiendo ya su nombre, pasado el pueblo de Casanova. El río Cañicera se une al Pilde por otra vertiente, por la de Alcubilla. El Pilde a su vez, a corta distancia, se junta entre Casanova y Peñaranda de Duero con el Arandilla que viene de Huerta de Rey . Ya todos unidos, revueltas sus aguas en el Arandilla, continúa unos pocos kilómetros hasta desembocar en Aranda en el río padre, El Duero.
Dedicado al río Perales, del poemario de Javier Heraud
Yo soy un río, un río,
un río cristalino en la mañana.
A veces soy tierno y bondadoso.
Me deslizo suavemente
por los valles fértiles,
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil.
Los niños se me acercan de día,
y de noche, trémulos amantes,
apoyan sus ojos en los míos,
y hunden sus brazos
en la oscura claridad
de mis aguas fantasmales.