La fiesta de pingar el mayo, igual que la del domingo gordo, la de los quintos que iban al Servicio, la de cantar las marzas y otras por el estilo, nunca estuvo escrita en los calendarios, pero yo creo que era porque a nadie le hacía falta que se lo recordaran.
Ya se sabía de siempre que la tarde del último día de abril los mozos se juntaban para merendar y luego ir a los plantíos a buscarle.
No era fácil saber cuál cortar porque cada uno le había puesto el ojo a un chopo diferente, y todos se las daban de que el suyo era el más grande.
A veces se lo jugaban a las pajas y cogían el que quería el que la sacaba más larga.
En tiempos, iban a por él con una yunta de bueyes y lo traían arrastrando, pero luego, cuando fueron desapareciendo los bueyes y cada vez quedaban menos mozos en el pueblo, empezaron a traerle en un carro, y los mozos venían subidos cantando y bebiendo por todo el camino.
Cuentan que una vez el de la taberna les convidó a beber todo el vino que les entrara en el cuerpo y que aquel año se les olvidó el carro con los machos uncidos al lado del río, y trajeron el mayo a rastras los dos que habían hecho más por arruinar al tabernero.
A la mañana siguiente los que lo habían pingado espiaban la reacción de todos los que iban a ver cómo era el mayo de aquel año.
Los más viejos recordaban cuando eran ellos mismos los que lo pingaban.
Los chicos de la escuela miraban hacia lo más alto pensando que algún día serían ellos los que seguirían cumpliendo con la costumbre.
las mozas se ponían huecas pensando en la fuerza de los mozos que lo habían levantado.
A veces aparecía alguna cosa colgada en la pingurucha, como un nido de gorriones o un porrón con algo de color tinto que no se podía saber si era vino o agua turbia, y nadie sabía quién lo había puesto.
Todavía se acuerdan en el pueblo del año qke amaneció un pellejo de vino colgado en lo más alto, y empezó a correrse la voz de que sería para el que se atreviera a subir a buscarlo y fuera capaz de desatar el nudo endiablado con el que estaba sujeto.
Pero no era fácil el entuerto porque, por un lado la parte de arriba era demasiado delgada y frenaba a los más prudentes y, por otra parte, los que se decidían a intentarlo no sabían deshacer el nudo de lo enrevesado que lo habían hecho.
Al final fue el panadero el que subió una tarde que había un corro grande de gente mirando, y con una navaja que llevaba en el bolsillo cortó el nudo sin pararse a ver si podía desatarlo.
Luego les invitó a todos a que le ayudaran a bebérselo, y hasta sacó dos hogazas de pan recién cocidas y una bacalada que había traído de Almazán para hacer una merienda y celebrar la ocurrencia de hacerse con el pellejo.
Eran otros tiempos.