El largo y cálido verano de 1983

El verano del 83 acababa de estrenar mis dieciséis años. Esa edad en la que todo parece inmediato, importante, vital. Fui con mi familia a Fuentearmegil, un lugar hasta entonces prácticamente desconocido para mí, pues no había pasado más de una semana seguida allí, y hacía dos años que no volvía.

Todo y todos me parecían tan diferentes como yo debí parecerles a ellos. Era una «forastera», apelativo que conlleva una serie de libertades y otra de prohibiciones. No pasas los duros inviernos allí, no tienes que preocuparte en exceso de los comentarios, pero tampoco puedes acceder a una serie de privilegios reservados a los que viven en el pueblo todo el año.

Poco a poco fui descubriendo encantos que hasta entonces habían pasado inadvertidos: la inmensidad de los campos plantados de cereal, cuajados de amapolas, el verde escaso de una chopera al margen de un río, el sonido del viento al pasar entre las hojas de los árboles…….

Ese verano, la juventud nos reuníamos después de cenar en las escaleras del Teleclub. Éramos tantos, que a veces barrábamos el paso de los que querían entrar o salir, por lo que más de una vez, Santi, que lo regentaba ese año, nos tiró un cubo de agua para ver si a la fuerza nos apartábamos, ya que a las buenas decíamos que sí, que sí, pero no se movía nadie.

Una de esas noches, sentada de forma prudencial apartada de la puerta, se me acercó el alcalde (¡el señor alcalde!) y, tras saludarme con un apretón de manos, me pidió que le acompañara a su casa. Muy intrigada le seguí y, una vez allí, en el vestíbulo, me explicó que se iban a celebrar unas jornadas deportivas, que se había enterado que yo era nadadora y me invitó a participar representando al pueblo. No dudé ni un momento en aceptar. Tuve que pedir prestado un bañador (sólo me había llevado un bikini), buscar quién me llevara a San Esteban y desear que no esperasen demasiado de mí.

Llegó el día y la primera prueba consistió en cruzar el Duero de orilla a orilla. Por poca distancia, quedé en primer lugar. Salí del río y la organización nos llevó al resto de competidoras y a mí un kilómetro más hacia arriba, a pie. Una vez allí, nos volvimos a tirar y realizamos el descenso. Mientras nadaba, veía a parte de la gente del pueblo acompañarme, animándome, desde el margen. Una vez más, la fortuna quiso que quedase en primer lugar, esta vez a bastante distancia de la segunda. El pueblo en pleno aplaudió mi llegada, haciendo caso omiso de los comentarios de la gente de otros pueblos que preguntaban: «¿Los de Fuentearmegil no eráis de secano? ¿Esta dónde a aprendido a nadar, en el Perales?….»

Por la tarde entregaron los trofeos. Durante unos minutos, dejé de ser forastera. En ese momento, por la megafonía se oyó: «Ganadora de la travesía y del descenso del Duero, Rosa Castejón, de Fuentarmegil».

De Fuentearmegil. Por supuesto.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.