Eutiquio Cabrerizo es uno de esos sorianos que salieron de su pueblo y de su tierra como otros tantos. Pero no todos han tenido el mismo papel allí donde apostaron ni continuaron la misma relación con Soria desde que salieron. Eutiquio es de Fuentearmegil y siente por el pueblo el mismo cariño que sentimos otros por el nuestro. Pero ese sentimiento él lo sabe transformar en trabajo creativo, desprendido, desinteresado, constante y práctico. Que no es poco.
Eutiquio vive en Santander, donde trabaja como jefe administrativo de la ONCE, y él, aunque no puede ver lo que los demás ven, sabe percibir con sagacidad y crítica el fluir de la vida y el valor de las cosas y de los hombres. Gracias a las tecnologías que nos han regalado los dioses modernos, que de tronantes pasaron a metálicos y después de nuevo a invisibles, pudimos conocernos él y yo, a través del gensoriagroups, que se ha movido mucho en el pasado, alrededor de temáticas sorianas. Eutiquio Cabrerizo, como Homero, Tiresias, Raftery o Max Estrella, sabio y vidente en el sentido lato de la palabra, conoce la creación literaria y acaba de publicar un libro con el título de «Cuentos de un pueblo con picota», subvencionado por las Ayudas del Fondo para Iniciativas Culturales de la ONCE y que ha editado en Soria Ochoa Impresores. Aprovecho la oportunidad: enhorabuena, Bea, por tu buen hacer, tu cercanía y amabilidad.
En la introducción, Gómez Ortega afirma, con razón, que «el autor emplea el tesoro que recibió de sus mayores, la palabra, para pintar con letras un paisaje (paisanaje diría yo, pues el cuadro es pintura viva de las gentes) que guardaba en el corazón, y para abrazar con su literatura a gentes que forman parte de un mundo que sigue estando vivo». Dividido en tres partes, el libro consta de veintiséis relatos, con títulos como «La picota», «Tiempo de lluvia», «El reinado de los mozos», «Si vas a la bodega y no bebes», «Pingar el mayo» o «Entramorríos». Con una estructura circular, buscada, sin duda, con acierto por el autor, los dos primeros párrafos que abren el libro se repiten en el último relato. Su claridad expositiva, casi como si fuera una declaración de intenciones, obliga a reproducirlo para que el lector se sienta impelido a buscar la obra:
«Los que hemos aprendido a vivir lejos de los lugares donde disfrutamos de la inocencia conservamos la memoria preñada de olores, de sabores, de sonidos y paisajes que quedaron sembrados para siempre en nuestra cabeza. El olor de los árboles cuando nos bañábamos en el río, a la sombra de las choperas. El sabor de la fruta de los huertos, que cogíamos todavía un poco agria y comíamos casi de la rama. El sonido brillante y claro que esparcía el campanario de la iglesia los domingos por la mañana y nos despertaba emociones de fiesta. Y, cuando necesitamos coger aire para reconfortarnos en el desarraigo, nos dejamos arrastrar por la tolvanera de todos los recuerdos y volvemos al sitio donde nacimos, buscando las huellas sagradas que ha ido respetando el tiempo».
Si la nostalgia es la llamada de la memoria, ambas florecen, sobre todo, cuando se ama aquello que nos pertenece. Ésa es la magia de Soria y sus gentes, que Eutiquio Cabrerizo ha sabido literaturizar en el cuento local y que no necesitan de otras magias inverosímiles y fabricadas por el mercado o por oportunistas que respetan poco el referente de la palabra y menos la moral de la verdad, fruto del rigor intelectual.
En «Cuentos de un pueblo con picota», se ha reconstruido un mundo con los mismos materiales del que estaba hecho, con las palabras que nos vieron nacer y se formaron durante siglos, dando al castellano de la Soria rural una personalidad sutilmente diferenciada de la lengua estándar. Pero también ha sabido bajar de la memoria el mundo conceptual y vital en el que nacimos, para convertirlo en artístico, porque eso es, en definitiva, la Literatura. En estos cuentos de Fuentearmegil hay verosimilitud porque hay verdad y porque rezuman vivencia de la auténtica. No sólo las historias que cuenta, sino también las descripciones que pinta de nuestros campos, de las actividades de la vida diaria y de la idiosincrasia de los antepasados, que todavía pervive en algunas sutilezas, cada vez más infrecuentes por la generalización de comportamientos en el mundo actual, global, con tendencia a la uniformidad y no exento de cierta banalidad, que desearíamos transitoria.
Pero como decía, Eutiquio Cabrerizo, no sólo nos retrata un mundo pretérito, sino que se imbuye en la Literatura Española para dar a entender que ficción literaria y realidad muchas veces son separadas por lindes sutiles e imprecisas. El «Intermedio» de estos «Cuentos de un pueblo con picota» lo conforman un par de atrevidos capítulos, que demuestran conocimiento de la historia literaria, pero también de sus entresijos. El primero lo titula «Encontrados los papeles del verdadero autor de El Quijote» y el segundo, «De lo que aconteció a Don Quijote buscando la salida de la Cueva de Montesinos en tierras sorianas». Imaginación y datos de nuestra primera novela muy bien traídos a colación en este libro de cuentos, que muchos alumnos de Bachillerato (pienso en los míos que acaban de leer la obra cervantina) sentirían envidia de la capacidad de crear a partir de la creación. Pero la literaturización, propia de quienes conocen bien el mundo de las letras y lo viven con la pasión imprescindible, no acaba con nuestro Don Quijote, sino que Eutiquio, con acierto publicitario para su pueblo, transcribe en su original un cuento de los del Lucanor de don Juan Manuel, en el que el escritor medieval recogió como personaje al caballero don Pero Núñez, el Leal, del Fuentearmegil del siglo XIV, en concreto el «exiemplo» XLIIII, que regala como colofón didáctico en un postfacio.
Entre la ronda de los mozos, los tiempos de la lluvia, los juegos olvidados, las cosas de Mateo y las mozas de Rivalba que iban al baile, qué más da que sean personas reales o hechos concretos, si se es fiel al legado recibido, nos quedamos en los momentos de pingar el Mayo, cuando nuestros campos de Soria se visten, en «primavera tarda» con lo mejor que tienen: «Con las primeras mañanas soleadas y los primeros algarazos de la primavera, reverdecen los sembrados y el campo invita a recorrerlo, alegrándonos de estar vivos. Hay setas y margaritas por los cirates y praderas. El río y los arroyos bajan llenos de aguas claras y heladas del deshielo. En los rebaños que carean la hierba fresca se ven muchos corderos pequeños y los plantíos están llenos de pájaros nuevos que pían entre las ramas revoloteando y alborotando. El invierno queda atrás con la fuerza creciente del sol, que calienta la tierra». Esa estampa de la Soria rural que el autor guarda en los entresijos de su memoria, sigue siendo la estampa de la Soria de hoy. Sólo hay que contemplarla. Tal vez nos ayude a ello tener en las manos estos «Cuentos de un pueblo con picota». Léanlo, que, sin duda, les va a gustar. Como el autor anuncia en la página web de Fuentearmegil, que él mismo construyó y reconstruye cada tiempo, «está a la venta en la librería Santos Ochoa y en Las Heras, de Soria, además de en El Burgo, en Almazán y en las principales librerías de Santander».
(extraído de El Heraldo de Soria, del 19 de febrero del 2008)