Si la enciclopedia Álvarez hablase…

Cuando empecé a ir a la escuela creía que me había hecho mayor para siempre y estaba contenta -dice Feli, acordándose de su primera cartilla y su primera pizarra con sus primeras muestras-. Sólo aprendíamos a leer y escribir y las cuatro reglas. Prácticamente nada.

Había dos escuelas unitarias a las que íbamos todos desde los seis a los catorce años. Una veintena de chicos y chicas con un solo maestro o maestra que procuraba cumplir los planes de estudio marcados en unas condiciones casi imposibles de aplicar.

Muchos se fueron a los frailes o las monjas, aprendiendo conocimientos que cuando volvían de vacaciones resultaban extraños y nada provechosos para lo que hacíamos en el pueblo.

A primera hora de la mañana las calles se llenaban de maletines camino cada uno de su escuela. Los chicos, medio desaliñados y peinándose con los dedos, pasaban corriendo haciendo mucho ruido con los cuadernos y los lapiceros que se movían dentro de sus maletines grises de madera. Las chicas iban más modositas y algo mejor arregladas. No mucho.

El maestro y la maestra esperaban con la puerta cerrada, y sólo abrían cuando estaban las filas formadas para que pasaran con orden, ellos cantando himnos políticos que no entendían en absoluto y ellas rezando una oración a coro sin comprender su sentido.

Las más pequeñas nos sentábamos en las mesas delanteras, y las mayores en bancos de dos en dos en los pupitres con su rebaje para dejar plumas y pizarrines y con sus agujeros para los tinteros que la maestra rellenaba todos los días con la tinta mezclada con agua para hacerla más líquida.

Cinco por tres quince. Cinco por cuatro, veinte. Cinco por cinco, veinticinco -el vellón de la memoria se va haciendo hilo de recuerdos casi olvidados, como la guedeja de lana en el huso manejado por manos sabias-. La tabla del cinco era la más fácil de todas, y las más difíciles las del siete y las del ocho. La mayor parte aparentábamos que nos la sabíamos moviendo los labios por debajo de los que la cantaban a coro.

Los chicos no lo sé, pero las chicas todos los días teníamos que extender los brazos hacia delante, y la maestra nos pasaba revista para ver si teníamos limpias las manos y cortadas las uñas -dice Julia, recordando todavía el temor de no llevarlas bastante limpias a los ojos de la maestra-. Cuando creía que alguna las tenía sucias, la mandaba a su casa para que su madre se las lavara.

Una vez obligó a una chica algo mayorcita, no sé cuántos años tendría, no muchos, para que su madre la lavase los pies, y la chica volvió poco más tarde sin haberlo hecho: «Dice mi madre que con todo el frío que hace lo último que haría sería mojármelos para que me ponga mala. Que se los lave usted si quiere, si es que los lleva sucios.

La primera hora la dedicábamos a estudiar la lección de la enciclopedia que tocaba y después íbamos pasando por la mesa de la maestra para repetir lo que habíamos aprendido. Si nos quedábamos calladas o se nos atascaba la retahíla a medias, nos pegaba con una vara de mimbre en la mano abierta, o nos castigaba de rodillas pegadas a la pared con los brazos en cruz y un libro en cada mano.

Las tardes eran peores. Doña Petra se sentaba en su sitio sin moverse, yo creo que a veces se dormía, y encargaba a las mayores que enseñaran costura y punto de cruz a las pequeñas. A mí me tenía que enseñar la Teo del tio Chato -dice Julia-, pero ella no quería y siempre andaba a la gresca con la maestra.

En los recreos venían los chicos y nos arrancaban de las manos los saltares de jugar a la comba que nos hacíamos con juncos del río.

A pesar de la educación precaria que recibíamos en aquellas escuelas caóticas de la mayoría de los pueblos, la veneración que sentían nuestros padres hacia los libros como si fuesen un tesoro, insistiendo en que aunque algunos de ellos no supieran ni leer ni escribir nosotros teníamos que esforzarnos en aprender, hizo nacer en nosotros el convencimiento de que debíamos seguir su consejo si queríamos abrirnos un camino en la vida y llegar a ser algo. Muchos podemos decir que gracias a ellos lo alcanzamos.

Un comentario

  1. Muchos niños y niñas de esa epoca con poco mas de 7 años ya tenian que hacer algun Trabajo
    Y salian Sabiendo Leer y escrivir pero muy justito
    Eran tiempos muy dificiles
    Y mozas jovencitas se ivan a Servir a Madrid Bilbao, Barcelona ,Valencia. etc, etc
    Y el poco sueldo que ganaban
    Lo tenian que mandar a sus Padres del Pueblo

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