Liturgia del cultivo de lo que comemos

La introducción de la patata en España fue el avance más grande para erradicar el hambre de la humanidad. En la dieta de nuestros pueblos era indispensable.

La frase suena sentenciosa y sabia en la voz de Feli, que tiene el don de hablar de las costumbres y de las tradiciones de antes como si no las hubiese herrumbado el polvo del olvido y el paso del tiempo.

-¿Tú te acuerdas en qué témpora se ponían?

Me pregunta, y yo me quedo pensando, casi sin saber la respuesta.

-Pues… Por la primavera, creo, pero no me preguntes porque tengo bastante emborronado el calendario de las labores del campo.

-Eso les pasa a casi todos los que se fueron de chicos del pueblo, y aprendieron mucho de los libros pero no saben distinguir por el sabor una patata blanca de otra colorada -su voz es serena, sin reproches hacia los que se fueron ni dolor del pasado que recuerda apacible y ordenado.

-Pues yo soy uno de esos. Casi no recuerdo cuándo se sembraban. -le digo.

-Se sembraban por marzo o abril, según vinieran las calendas de seco o de blando. Las patatas piden jugo en la tierra para arraigar, y si no llueve es como si no las sembraras.

-¿Y había que ponerlas a mano?

-Es de imaginar que hoy en día habrá invernaderos modernos que sólo necesitarán pulsar clic en un ratón para que un robot se ponga en marcha y lo haga todo solo, pero cuántas veces habré iddo yo a sembrarlas con mi padre, y cuántas veces me enseñaría el mejor modo de hacerlo como a él se lo enseñaron sus padres y a ellos sus mayores.

-¿Era duro?

-A mí me hacía sentirme bien, como si hiciera algo importante. Mi padre iba abriendo los surcos con el arado y la yunta de machos, y yo iba siguiendo su estela, echándolas. Las llevaba en el halda de un delantal con mucho vuelo, y las iba dejando caer a cada paso que daba, una patata pequeña o media si era grande, y pisándolas un poco con el talón al avanzar para que se hundieran algo en la tierra y quedaran mejor enterradas al pasar por segunda vez la reja para que los surcos se voltearan.

-Tienes que agacharte un poquito más, hija, buscando que la patata acune en lo hondo del surco y que los ojos miren hacia arriba para que nazcan primero -me decía armado de infinita paciencia, pero a mí se me olvidaba inclinarme al cabo de poco, y volvía a las andadas.

-¿Cuánto tardan de nacer?

-Las patatas dan trabajo: sembrar, cavar, regar, sulfatar… Pero son agradecidas porque al comerlas ayudan a entrar en calor al cuerpo en los días más fríos del invierno. Se solían cojer algo antes de Los Santos, pero podían empezar a entresacarse hacia la virgen de agosto. La cosecha también la hacíamos a mano. Primero se abrían los surcos y tras el arado íbamos sacándolas de una en una y echándolas en cestas para que soltaran la tierra. De allí al carro, y del carro a la patatera.

-La patatera…

-Era el sitio donde se guardaban todo el año para ir haciendo el gasto diario. Antes se comían patatas cocidas casi todos los días, muchas veces machacadas.

-Lo que vendría a ser lo que ahora llamaríamos puré, que suele ponerse como acompañamiento de algunos platos.

-Sí pero entonces era uno de los alimentos principales, y en muchas casas se comían también para cenar y como primera comida del día al levantarnos por la mañana.

-Madre, qué decirá la gente. Todos los días comiendo patatas -Los chicos no valorábamos la suerte de no pasar hambre, y creíamos que en otras familias del pueblo comerían mejor que nosotros-. Los de las capitales nunca comerán alubias ni patatas, y sus casas estarán llenas de pasteles y cosas ricas.

Después de cocidas, arregladas con grasa de los torrendos, unos ajitos y bien de pimentón, mi padre era el encargado de machacarlas. Sujetaba el asa del puchero con la mano izquierda, y con la cucharrena iba desmenuzándolas poco a poco hasta hacerlas puré. A los chicos nos gustaba tanto los restos que quedaban en la cucharrena, que nos peleábamos por barrerla siguiendo el turno de un día a otro, dejándola limpia limpísima, que casi no hacía falta fregarla.

-Tomad y comed de estos alimentos que hemos cultivado con nuestras manos, hemos cocinado en nuestro fuego y nos dan la vida.

Y, cada uno con nuestra cuchara, nos poníamos a ello.

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