La picota de Fuentearmegil

Puede verse delante de la torre de la iglesia. Son siete piedras cuadrangulares de medio metro de espesor que representan la identidad de del pueblo.

Siempre no estuvo en el mismo sitio. Los vecinos que tienen más de cincuenta años la recuerdan a la entrada de la Casa Pueblo. Más tarde estuvo en la plaza. En aquel tiempo no le habían puesto todavía el doble juego de cadenas y los tres candados que estaban en el calabozo que hubo en la trasera del Ayuntamiento.

Entre la picota y la Casa pueblo antes de que hiciesen el teleclub podían pasar los carros. Los chicos jugábamos a tirarnos desde las piedras donde estaba a la calle de abajo, y había uno que de mozo cuando se emborrachaba se ponía de cabeza en la pingurucha. Yo me acuerdo de cuando metieron preso en el calabozo a uno del pueblo de al lado que ahogó a su novia en el pilón y los chicos le tirábamos piedras por una mirilla que daba a la calleja.

Se dice que el tio Avelino es el que más sabe de las costumbres del pueblo y fue zarragón mucho tiempo. Se le puede encontrar por la calle en cualquier momento del día dispuesto a pegar la hebra con cualquiera que le haga caso.

Antiguamente la picota no representó lo que ahora representa. Durante nueve siglos prácticamente enteros el término municipal padeció el sometimiento al dominio absoluto de quienes lo fueron heredando por favores concedidos por los antiguos reyes de Castilla, y la utilizaban como lugar de ajusticiamiento de quienes contravenían sus mandatos.

Hasta que a finales de 1923 los hombres y mujeres del concejo que sufrían el avasallamiento secular pusieron todo su esfuerzo en el empeño de alcanzar el derecho a la propiedad de sus casas y el suelo que trabajaban, y en el mes de abril del año siguiente compraron el coto al último propietario, alcanzando el derecho a su progreso y el de sus descendientes.

La picota se levantaba entonces sobre un pequeño promontorio formado por unas piedras que había delante de la puerta de la Casa Pueblo, es de imaginar que desde que el emperador Carlos V hacia 1550 otorgase al pueblo el rango de Villa y la mandase construir como más tarde otros reyes hicieron en tantos otros sitios y se emplease para dar escarmientos y hacer justicia.

Las piedras son siete, incluida la de arriba que le sirve de remate, labradas a pico por los vecinos, todavía se conserva la costumbre de hacer las obras públicas municipales juntándose, y las sacaron también con su propio esfuerzo de la cantera del monte. En la temporada que estuvo en la plaza un vehículo pesado derribó una parte en una maniobra rompiendo una de las piedras originales y la sustituyeron por otra parecida que había pertenecido a un monasterio cercano en ruinas que se colocó en la parte inferior de la estructura.

En su asentamiento actual se puso en los últimos años del siglo XX con las cadenas y los tres candados del calabozo que fueron heredando los que ejercieron el señorío sobre la villa como testimonio de dominio.

-Si las piedras pudieran hablar nos contarían más cosas que cualquiera de nosotros. Cuantísimos se habrán sentado en todo este tiempo a tomar el sol en la picota y cuantísimos más se habrán bautizado en la pila bautismal de piedra de la iglesia…

-¿Ya no vive nadie de los que lo compraron?

-¿No ha de vivir? Ahí está el mismo Damián hecho un roble con sus más de ochenta años, que su padre estuvo en la Junta con tu abuelo Santiago y el padre del Rufino, que le enterramos estos años de atrás. Dice que iba de zagal cuando todo aquel ajetreo, y bien que se acuerda de cuando roturaban los cazaderos del conde y subían los trigos que se las pelaban. Se pasa las horas sentado a la puerta de su casa en una tocona, tomando el sol por el invierno y la sombra por el verano. Cada vez vale menos y ya habla poco, pero cuando coge confianza con alguno se lía a hablar de aquellos tiempos y no hay quien le pare.

Al final sin razón aparente han venido a reunirse en la parte más alta las dos construcciones distintivas del término municipal: la que representa el credo religioso heredado por sus gentes y la que refleja la voluntad de ser de un pueblo. La iglesia cuenta con más de mil años de historia, sobresaliendo en ella como auténticas joyas arquitectónicas dos pequeñas puertas califales y el artesonado mudéjar que puede admirarse en el techo. La torre del campanario fue reformada a lo largo del siglo XVII, según reza el epígrafe que puede leerse sobre la puerta junto a un reloj de sol: «Plantó esta obra Francisco Antonio de la Vega Cordero, maestro de obras, año de 1641.»

-A ti ¿qué te parece la picota, Avelino?

-Pues, ¿qué quieres que te diga? Me parecía mejor cuando estaba delante de la Casa pueblo, porque allí la vieron nuestros padres y nuestros abuelos y los que vivieron antes que ellos, y además estaba en medio de todo y los viejos se sentaban de cháchara a su alrededor, los chicos la usaban para jugar a sus cosas y los mozos empezaban el reinado dándole tres golpes con el bastón de mando.

La picota tiene prácticamente quinientos años. En estos tiempos en que los pueblos se están despoblando conviene prestar atención a la memoria de las piedras. Pasaron quinientos años de veranos con sus fatigas, de inviernos con sus fríos, de otoños y primaveras cada uno con su sementera. Son muchos años. Y ahí está, puesta de pie, delante de la torre de la iglesia, como un árbol hecho de piedra, saludando al sol que sale cada mañana por la parte de los pinares y se pone al atardecer por más allá de la vega, dando testimonio de la reafirmación de un pueblo que quiere ocupar su propio espacio en el corazón de la historia.

Es la picota de Fuentearmegil.

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