Por el mes de mayo y de junio los trigos empezaban a medrar deprisa, y entre las espigas verdes podían verse toda clase de malas hierbas que crecían entre ellos, tambarillas, ababoles y cenizos que había que desbrozar para que no chupasen el jugo de la tierra a los trigos y que granasen con más fuerza. Era el tiempo de la escarda, que hacían principalmente las mujeres y los hijos mayores mientras que los padres recalcaban, pasaban la rastra a las alubias recién nacidas o picaban el dalle para segar la hierba del prado o la alfalfa.
Para escardar se manejaba una vara de enebro o de fresno terminada en horquilla y una hoz para cortar las malas hierbas. Alguna vez venía bien un azadón o una azadilla para arrancar algún raizón más resistente, pero pocas. La labor consistía en ir repasando las tierras de surquera a surquera, cortando cavando o desenterrando cardos, ballicos, retamas y cualquier hierba que asomase del suelo sin tener que asomar, que se iban amontonando en la cabecera. Al final de la jornada se recogía en brazados o en gavillas y se aprovechaban para echárselos a las gallinas o a los conejos que se tenían en casi todas las casas.
Más adelante, pasado el verano, en el mes de octubre y noviembre los días soleados eran una oportunidad para hacer adobes, retejar los tejados y sacar las camas de los corrales y de la cuadra. Se usaba un bieldo de ganchos para desmenuzar y remover la basura y un angarillón para ir cargando el carro, que se calzaba arrimado a la puerta del corral o de la cuadra. Cuando estaba lleno se llevaba a las tierras y se desparramaba a lo largo de los surcos mezclándola con la tierra. No hay mejor fertilizante que el estiércol de los rebaños y de las caballerías de la labranza. Los que tenían palomares usaban la palomina y la gallinaza para la hortaliza de los huertos por su alta concentración en nitrato.
La escarda a mano y la fertilización de los campos aprovechando la basura de los animales domésticos, fueron abandonándose por los herbicidas industriales y los abonos químicos, y ha sido necesario más de medio siglo para darnos cuenta de que estas prácticas artificiales lo que han producido ha sido el desequilibrio natural y el agotamiento del suelo. Los herbicidas matan la hierba que antes crecía a la orilla de los caminos y de los arroyos, y por ese mismo motivo han dejado de crecer en las praderas plantas forrajeras que antes comían los animales del campo y ha cambiado la fauna autóctona al modificarse el ecosistema de vida.
Pero todavía estamos a tiempo. Todavía podemos volver a introducir los modelos de producción tradicionales siguiendo formas que nos ayudarán a enriquecer los campos con nutrientes naturales y a frenar el cambio climático con el respeto al medioambiente. Ahora sabemos que el cultivo ecológico puede ser clave para el desarrollo rural y también puede servir para fijar población. Se dice que actualmente en Castilla León las provincias de Soria y Salamanca son las más adelantadas en este tipo de técnicas. Es muy probable que lo más difícil a estas alturas sea convencer a los poderes públicos para que apoyen estas iniciativas, aporten los recursos económicos necesarios para la formación, la dinamización y la comercialización de productos de origen ecológico, para modernizar las vías de transporte y los canales de comunicación, y respalden líneas de emprendimiento imaginativas que hagan posible la prosperidad de los vecinos sin verse obligados a salir de los pueblos.
El día que veamos que vuelven a eliminarse las malas hierbas de los sembrados con la escarda a mano y que se utilizan productos orgánicos para abonar el campo, sabremos que vamos por el buen camino. Que sea mejor pronto que tarde.