No se conserva ningún documento escrito que informe sobre el inicio de esta costumbre ni de la razón de su existencia. Cuando yo era pequeño oí decir que alguien las había traído de allende el mar al regresar de su estancia en Buenos Aires o Montevideo como emigrante, y otros comentaban que podían venir de mucho más lejos, de cuando los españoles se embarcaban para hacer las Américas al poco de su descubrimiento, y volvían cargados de riquezas. Otros, con un sentido más práctico, aseguraban que había sido el conde de Adanero quien se las regaló al Coto Redondo con ocasión de la compra-venta, y que más le habría valido que hubiera aflojado los grilletes del precio y hubiera cobrado bastante menos por lo que era más que suyo nuestro.
No está claro, pues, si alguien las donó o si fueron las arcas municipales las que corrieron con el coste de su compra para conmemorar algún acontecimiento.
Yo no puedo decir haberlas visto personalmente, ni mucho menos haberlas tenido nunca entre las manos, pero sí recuerdo la fascinación de entrever su reflejo plateado yendo de mano en mano en el acto de brindar deseando salud y prosperidad estando reunidos todos los vecinos en concejo. Yo tendría cuatro años, o cinco, y nunca me he olvidado de aquello. Imagino que mi madre me mandaría con algún recado para mi padre, o que mi curiosidad me llevó a asomarme a la puerta de la Casapueblo cuando estaban celebrando el Añonuevo juntándose, como viene haciéndose desde tiempos inmemoriales.
Son dos tazas, una un poco más grande que la otra, y son de plata. Eso es lo que les otorga la impronta sagrada de unión entre los presentes y en memoria de cuantos lo hicieron antes que ellos.
Todos los años, el día uno de enero por la tarde, el alcalde convocaba a todos los vecinos para renovar sus deseos de abundantes cosechas y bienestar para todas las familias, y llevaba cada uno algo de merienda que repartía con los demás, mientras el Ayuntamiento aportaba todo el vino que hiciera falta, en suficiente cantidad para que los porrones y las jarras de barro estuvieran siempre llenas, pasando de uno en otro a satisfacción de cada cual.
La costumbre de que el Ayuntamiento disponga de un juego de tazas de plata es bastante frecuente en muchos pueblos de nuestra provincia, posiblemente también en otras, pero no son tantos los que siguen conservándolas en la actualidad. Por otra parte, son muchos los que las utilizan en cualquier época del año y como quien dice sin que exista ningún motivo extraordinario que lo justifique, por lo que han perdido el sentido simbólico de los actos que se hacen sólo en ocasiones especiales, respondiendo a una costumbre heredada de nuestros mayores, a los que también se quiere rendir homenaje con el propio acto.
Por suerte, hoy en día, bien avanzado ya el siglo XXI, en nuestro pueblo sigue repitiéndose aunque cada vez vaya quedando menos gente, y cada día uno de enero se reunen en el Teleclub, donde antes estuvo la Casapueblo, pasan un rato confraternizando mientras meriendan algo, y al final rememoran la costumbre que año tras año renovaron sus padres, sus abuelos y sus antepasados hasta perderse la memoria en la profundidad del tiempo, y el alguacil va pasando las dos tazas de plata conmemorativas para que cada vecino brinde por la abundancia de las cosechas y por la salud y el bienestar de todas las familias.
-¡Vaya por nosotros y todos los que vivieron antes que nosotros!
-¡Que sea por muchos años!
-¡Por nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos!
-¡Por todos!