El prólogo

En mis otros dos libros procuré que fuesen escritores con más experiencia que yo los que hiciesen algún comentario inicial, dando un poco explicaciones sobre el argumento de las obras y los recursos literarios utilizados para escribirlas, pero en esta ocasión he querido que fuera una persona de nuestros pueblos la que presentase el libro.

Y así fue como un día convencí a Chari para que leyese esta colección de cuentos y redactase el prólogo del libro, con tanto cariño hacia nuestras tradiciones y diciendo cosas tan elogiosas hacia los cuentos como si lo hubiese escrito yo mismo.

A ver si os gusta:

Cada pueblo encierra un tesoro escondido, un repertorio de historias, anécdotas, costumbres y querencias que se han ido transmitiendo y conservando con el tiempo de boca en boca, al calor de la lumbre que agota el invierno.

Nuestros pueblos, que un día fueron fuente de esplendor y alborozo, hoy corren el peligro de desaparecer, y no sólo ellos, sino tanta cultura acumulada, tantas costumbres y tantas tradiciones. Con ellos camina algo importante de nosotros mismos, ya que una parte de nuestra riqueza es la cultura que nos han transmitido nuestros antepasados y que guardábamos enterrada entre el polvo de la memoria esperando que alguien viniera a sacarla a la luz y alegrarnos con ella.

En Cuentos de un pueblo con Picota el autor emplea el tesoro que recibió de sus mayores, la palabra, para pintar con letras un paisaje que guardaba en el corazón y abrazar con su literatura a gentes que forman parte de un mundo que sigue estando vivo.

Este libro encierra el fruto de unos cientos de años de tradición oral y otros cientos de vidas plagadas de anécdotas que merecieron ser contadas, escuchadas y recordadas, que Eutiquio Cabrerizo ha recogido del erario de nuestros ancestros, junto con múltiples sensaciones y recuerdos vividos, y se dispone a compartirlo con todos, como si abriera un cofre lleno de palabras que rescatan sensaciones que nos robó el tiempo, o la caja de Pandora cuyo viento retira el polvo que cubre nuestra memoria y nos hace recordar, recordar con toda la intensidad de la palabra, con todo su significado original: ri-cordis, que en latín significa “volver a pasar por el corazón”. Sí, por el corazón, no por la cabeza, no olvidemos que es el corazón el que siente. Y volvamos a sentir el olor del pan recién salido del horno, el sonido perdido de la corneta del alguacil tocando a concejo, el sabor de la leche recién ordeñada, el murmullo del ganado traído por la brisa cuando los rebaños estaban de careo, el reflejo de un rayo de sol en un charco helado un día de invierno, el cosquilleante tacto del trigo bajo los pies descalzos a la hora de meterlo al granero, y volvamos a pasar por nuestro corazón todo aquello que vivimos y que nos contaron y que sigue formando parte esencial de nosotros y continúa influyendo en lo que ahora somos y hacemos.

Cuando leí estas páginas me sentí satisfecha de que alguien hubiera tenido el gusto de recoger la vida sencilla de nuestros pueblos y, con el toque mágico que le da su especial forma de ver y escribir las cosas, envolver el discurrir de un pueblo en papel de regalo paginado. Vino a mi mente un dicho que plasma el fin de estos relatos en sí, y que dice “todo lo que no se da se pierde y todo lo que se guarda se halla.”

En estas páginas podemos encontrar trozos de vida que perdimos y otras vidas que otros perdieron, para conquistar y afrontar vidas que ganamos y otras vidas que otros ganarán. Los que oímos, saboreamos, olimos, tocamos y vimos recordaremos, y los nuevos que vienen gracias a estos escritos conocerán la cultura de la que provienen, y entonces comprenderán y tendrán respuesta a sus preguntas sobre una vida y una época que no vivieron pero que forma parte de sus raíces, de un mundo que sigue estando vivo y deseamos que siga estándolo durante siglos enteros.

Lo considero un regalo único para aquellos que crecimos en un pueblo con picota o en los alrededores de uno que la tenía y nos hacía gozar de su alargada sombra, y también para los que crecieron y crecerán en otros lugares, ya que gracias a estas páginas conocerán las raíces del árbol que les sustenta. Después de leerlo, a unos les gustará mucho, a otros muchísimo y habrá quién dirá que le guste menos, pero sé que la picota, en el interior de sus piedras, guarda un abrazo de gratitud por evitar que se pierda tanto, tanto, tanto de la cultura que la envuelve.

Chari gómez Ortega

Santervás, septiembre, 2007

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