En el libro 101 cuentos de nuestro pueblo. Se cuentan historias que se pasaron en los años de la guerra civil, que fueron duros y dolorosos. Lo que acontecía en los frentes de batalla lo sufrieron tanto en el bando vencedor como en el perdedor. Fueron cientos de millares las familias que sufrieron por la muerte de sus seres queridos, por los heridos y también por las decenas de miles que padecieron cautiverio, presos en cárceles y en campos de concentración. Desterrados, muchos tuvieron que abandonar nuestro país. El llanto y el dolor llegó a todos los pueblos de la España que ambos bandos decían defender, pasara o no pasara el frente de batalla por ellos, quedando destrozada, la nación por aquella barbarie En uno de los relatos, escribe Chari Gómez Ortega, Titulado Tiempos de guerra en el libro antes citado, paginas 113 a la 121. En esta última página hay una fotografía de mi Madre con mis dos hermanos mayores, Maria mi madre, Mariano y Germana , en la primavera del año 1938 mi abuelo Raimundo viajó con mi hermano a visitar a mi padre a Zaragoza. Montaron en tren en San Esteban, era la primera vez que el chavalillo montaba en tren. Iba muy contento. Llegaron a la estación de Zaragoza, y allí les esperaba mi padre. La alegría fue inmensa al encontrarse los tres. Fueron pocos días los que pudieron estar juntos, pero los disfrutaron a tope. En el Hospital Musulmán fue la alegría de Jefes oficiales, de los compañeros sanitarios y de las religiosas.
Una tarde salieron de paseo y fueron a visitar la Pilarica y a la vez ver el Río Ebro, quedando entusiasmado. De la Basílica decía que era muy grande y cabía mucha gente.
Después fueron a ver el Río Ebro, y cuando lo vio dijo:
-¡Ahí va! ¡Cuánta agua baja! ¡Qué grande es! Nuestro río es mas pequeño.
Cruzaron
el Puente de Piedra que esta junto a la Basílica del Pilar. En medio del puente se detuvo un Capitán de Sanidad interesándose por los tres, mí padre vestía de militar con los galones de Cabo, con el saludo de rigor. Mariano le quitó de la cabeza el gorro con sus estrellas al capitán. El trastillo de mi hermano lo tiró al
Ebro, y mí padre por lo bajo decía: «tierra trágame».
Lo regañó por lo que había hecho, y pidió perdón al oficial, que recriminó a mi padre y a mi abuelo por reñirle, diciéndoles:
-Son cosas de niño. Me gusta que sean
traviesos.
El chiquillo lloraba, y para contentarlo les invitó a los tres a comprarle golosinas y chuches en la plaza del Pilar. Seguramente que serían las últimas que le comprarían. Nadie sabía que le quedaban pocos meses de vida. Pero voy a seguir con mi comentario sobre los sufrimientos que hubo durante la guerra. En Santervás, que es mi pueblo, no pasó el frente de guerra, pero sí llegaron los sufrimientos colaterales y sus consecuencias. Los mozos de reemplazo y hombres
casados que se encontraban en situación de reserva, duraba hasta que cumplían los 40 años después de haber hecho el servicio militar, todos fueron movilizados forzosamente. entre ellos se encontraba mi padre, que le destinaron al hospital musulmán de Zaragoza, creado exclusivamente para curar
soldados moros heridos en los frentes de batalla traídos por los Generales Golpistas para que lucharan, según ellos, para salvar a España. Fue lógico el destino que tuvo mi padre porque cuando hizo el servicio militar obligatorio le tocó en el sorteo hacer la mili a Melilla, y fue destinado al cuerpo de Sanidad Militar. Allí adquirió conocimientos sanitarios básicos sobre enfermería, hacer vendajes, curar heridos, poner inyecciones, etcétera, por lo que en la guerra lo destinaron hacer servicios de enfermero, a curar exclusivamente a soldados
moros en el citado hospital, que procedían del antiguo Protectorado Español que hoy forma parte del Reino de Marruecos y otras regiones africanas.
El
pasado mes de Septiembre se han cumplido 75 años de los tristes acontecimientos que mas adelante voy a relatar para que lo sepan todos y no quede en el olvido. El sufrimiento que pasó mi Madre, estando ella sola sin
mi Padre. Fueron varias familias las que pasaron por los mismos o parecidos por culpa de la epidemia que hubo de sarampión, que afectó a casi todos los niños de nuestro pueblo y también de los otros tres del Coto Redondo. En los meses de Agosto y Septiembre, mí padre tuvo que hacer un viaje en comisión de servicio a Sidi-Ifni, acompañando a un soldado marroquí herido en el frente del Ebro, al que tuvieron que amputar las dos piernas a causa de la explosión de una mina. En principio mi padre no tenía que ir a acompañarle, ya que mandaron a otro enfermero, pero el Mohame, que así se llamaba, le dijo al Director del Hospital que si no iba el Cabo Carro él no volvía a su casa y se quedaba deambulando por Zaragoza. La dirección del hospital accedió a las peticiones del herido, teniendo en cuenta que era mi padre el que le asistió y curó a diario durante su larga hospitalización porque estaba ingresado en la sala que tenía a su cargo mi padre.
Este moro debía de tener alguna graduación
militar o ser de familia pudiente, por que le habían implantado las piernas ortopédicas, y no a todos se las implantaban El viaje de ida y vuelta fue largo. Tubo una duración de mas de dos meses. Las comunicaciones eran casi un suplicio. La llegada a Sidi-Ifni fue muy emotiva. Según contaba mi padre, les estaba esperando la familia, y les recibieron con collares de flores en la zona que llamaban puerto, que en realidad no lo era. El barco se estacionaba a mas de 200 metros de la orilla, los pasajeros y sus equipajes y mercancías eran llevados a tierra firme cargados sobre los hombros por unos moros fornidos, que trabajaban en la carga y descarga.
les recibieron
con collares de flores a pesar de saber que su hijo y hermano venía con heridas de guerra. Para darles
la bienvenida a su casa lo celebraron con una fiesta con todos sus familiares, amigos y vecinos, degustando los mejores manjares que disponían, pero también uno de los días, ya que fueron varios los que estuvo mi padre enseñándoles cómo tenían que cuidar al hijo y hermano, entre otros manjares una vez le prepararon un guiso de carne de Camello. Lo comió pero, según decía, no era como para repetir. Durante estos dos meses largos que duró el viaje, mi Madre, mis hermanos y mis abuelos no sabían donde se encontraba mi Padre. Sólo que estaba de viaje con destino a Sidi-Ifni. Recibían cartas y postales que escribía desde las ciudades que pasaban, ya que en alguna tenían que pasar varios días. Se alojaban en
hospitales militares. Por eso no podían escribirle ni ponerse en contacto, ya que en aquellos años el teléfono era un desconocido para nuestros pueblos y sus habitantes. Como digo anteriormente en este mes de Septiembre se cumplen 75 años de la desgracia que ocurrió en mi familia. El día 10
murió el hijo mayor, que se llamaba Mariano, con sólo Tres años, siete meses y siete días de vida. Pero como dice el dicho castellano, las desgracias no vienen solas. Así ocurrió: el día 17 del mismo mes, siete días después, moría su segunda hija, que se llamaba Germana, de dos años, once meses y siete días de vida. Estos angelitos no recibieron los cuidados médicos necesarios, ya que el
trato facultativo fue nefasto, consistiendo en bañarles en un balde con agua fría para bajarles la fiebre. Claro que les
bajó la fiebre. El sarampión no brotó.
Por eso murieron, pasando a la vida eterna del otro mundo. ¿Cómo quedaría mi Madre? Cuántos sufrimientos. Cuántas lágrimas derramaría. pensar que en siete días había enterrado a los dos
hijos que tenía. el marido y padre de los niños ausente, sin saber dónde se encontraba. No podían comunicarle los tristísimos sucesos ocurridos en su propia familia. Ella sola lo sufrió. La consolaba su padre, los suegros, hermana, cuñadas y los tíos. Ese año hubo una epidemia de Sarampión en los pueblos del Coto Redondo y fueron varios los niños que murieron por esta epidemia. Por fin llegó el ansiado regreso, por tren, Madrid ûTorralba– La Rasa. Venía contento cargado de regalos para sus hijos, obsequiados por la familia del soldado herido, pero esta alegría se le truncó antes de llegar al pueblo. Cuando bajó del autobús que hacía el servicio de La Rasa al Burgo de Osma, se encontró con su tía Salvadora que residía en Barcebal, todo contento se abrazó a ella pero ésta le dijo:
-¡ay, hijo mío!, ¡Qué
desgracia! ¡Qué contento vienes! Pero cuando llegues a casa te vas a encontrar sin tus hijos, pues
los dos han muerto de sarampión. Mi padre se volvió medio loco. No sabía si ir al pueblo o a Zaragoza. Los regalos que llevaba para sus hijos se convirtieron en un suplicio. Después de pegarse unos lloros emprendió el viaje a Santervás. Lo hizo a pie o andando como dice el adagio castellano, los 18 Kilómetros de camino de herradura en tres horas. El encuentro con mi Madre fue muy triste, lo mismo que con los demás familia. Su regreso se convirtió en un
valle de lágrimas. Pasó unos pocos días con la familia para volver a Zaragoza nuevamente al hospital. Con qué ánimos lo iba hacer, ya que sus hijos no recibieron los cuidados médicos y nadie los curó. En este año como he comentado antes se han cumplido 75 años de aquellos triste sucesos con el resultado de la muerte de mis hermanos mayores, y lo que sufrieron mi madre y mi padre así como el resto de la familia.
Si esto fue poco, el tres de Agosto de 1939, con tres meses, falleció
de meningitis el tercer hijo, que se llamaba Antonio. Aquí terminaron las desgracias en tiempo de guerra. En 1940 vine yo al mundo, y para recordar al
primogénito me bautizaron con el nombre del primer hijo. Después tuvieron otros dos, tengo una hermana y un hermano.
Cuento esta historia para que sea conocida por los jóvenes, ya que son pocos los mayores que viven y vivieron, historias como la que cuento para recordar a mis hermanos y demás familiares fallecidos, y a todas las familias que pasaron por causas como ésta o parecidas. También para rendirles mi homenaje con una oración.
Que En Paz Descansen Todos.