El Mateo era un mozo viejo de esos que había antes en los pueblos. Era el último de cinco hermanos, y eso le libró de ir al Servicio porque cuando le llamaron a Filas sus padres eran muy mayores y le licenciaron para que se quedase cuidándolos.
En aquella época existía la costumbre de que el más pequeño de los hermanos, sobre todo si era mujer, no se casase para cuidar a los padres. También era frecuente, si todos los hijos se casaban, que los padres, cuando no podían valerse, viviesen por temporadas en casa de cada uno de ellos. Estas costumbres poco a poco se van perdiendo.
<p>A lo que iba.El Mateo era un solterón que sabía llevar bien su soltería: </p>
-El buey solo bien se lame.
Al Mateo le gustaba contar historias más que a un chico un chiflo. Lo malo era que no siempre eran verdad todas las cosas que contaba, y en más de una ocasión me metió por el atajo equivocado.
-Cuando vayas a misa, fíjate bien en el cestillo de las limosnas del cura.
Yo miraba el cestillo, donde el que quería iba echando alguna peseta, pocos echaban un duro o una moneda de cinco duros, y no entendía lo que quería decir el Mateo. Yo pensaba entonces que los curas eran un poco como el mismísimo Cristo, capaces de hacer milagros.
La cosa es que el cura de entonces decía misa en los cuatro pueblos, y para ir de uno a otro utilizaba un macho negro. Pero un día apareció con una moto verde, y cuando llegaba a las primeras casas empezaba a tocar el pito con una insistencia que parecía que quería dar envidia a la gente por tener moto.
-Los de Zayuelas quisieron hacer una torre de cestos para llegar al cielo, y como les faltaba uno quitaron el de abajo para ponerle arriba, y se les cayeron todos al suelo…
-No digas tonterías, Mateo.
Yo creo que el Mateo era poco de iglesias ni siquiera en aquellos años en que los curas echaban multas por no ir a misa o trabajar los domingos.
-¿Te has fijao bien en el tamaño del cestillo?
Era un cesto pequeño, con los mimbres un poco ennegrecidos por el paso del tiempo. Tenía un pañito de color rojo atado a los bordes con un hiladillo, pero quitando eso no tenía nada raro.
-¿Pues qué tiene de extraño el cestillo? Es pequeño y viejo.
-Pues ese es el mérito, que con todo lo pequeño que es y lo gastado que le tiene de tanto pasarle, de ahí es de donde ha sacado el cura la moto.
Por eso digo que durante muchos años yo pensé que los curas eran capaces de hacer milagros. Después, andando el tiempo, terminé pensando que quien era capaz de hacer milagros era el Mateo, haciéndome creer todos esos cuentos.