Ponerse en viaje

A mí me ha quedado desde pequeño la idea de que San Esteban y El Burgo están lejos, un poco más San Leonardo, imagino que porque me asustaba el eco de las herraduras de los machos al rebotar en los pinos.

Las distancias se han acortado un montón con los coches, pero antes era un verdadero acontecimiento cada vez que uno tenía que ir al mercado a vender unos cochinos, más todavía cuando iban a la feria de Berlanga o Almazán con una yunta de bueyes, muchas veces haciendo el camino andando.

Así las cosas, no es de extrañar que se contasen verdaderas hazañas de gente que hacía grandes distancias andando y volvía contando mil historias ocurridas en posadas, mercados o a lo largo del camino.

A San Esteban solían ir en burro o macho, según lo que se tuviese en casa, o montados en el carro cuando iban a vender algo al mercado. Algunos alguna vez iban o volvían andando. En hacer el recorrido venían a tardar alrededor de tres horas. bastante más cuando iban a la feria de Almazán con las yuntas, que echarían más de un día, haciendo noche en posadas.

Cuentan que una vez uno de Fuentearmegil que se llamaba Francisco, es difícil saber quién sería porque ha habido muchos con ese nombre, resulta que tenía un hijo en Madrid con los frailes y una vez fue a verle andando. No sé los días que tardaría, porque dicen que se topó con un pueblo en fiestas por la parte de la sierra y que se apostó con todos los mozos a que les ganaba a la calva a todos, y les ganó, claro. Tanto lo contó a la vuelta que, después de vete a saber los años, yo se lo habré oído decir mil veces a mi padre, a la vez de otras muchas chanzas sobre viajes, como el que hizo también a Madrid uno de esos pueblos de la parte de Aranda, que contaba que fue en burro y cuando llegó un guardia le echó una multa por dejarle atado a un árbol que se encontró en la Cibeles.

Desde que todos tenemos coche en casa, nos hemos acostumbrado a cogerlo para todo y ya no vamos ni hasta el pueblo de al lado andando, quitando si lo hacemos para hacer algo de ejercicio físico, en esa costumbre moderna que consiste en ponerse a andar o correr para nada porque tenemos que quemar energías. Antes no lo necesitaban.

Todavía quedan algunos que se acuerdan de los viajes andando que hacían sus abuelos y les gustaría hacer como ellos, pero no llegan a tanto. A uno de estos pueblos le pasó hace dos o tres años, que vino con su coche de Madrid hasta la mojonera de Berzosa, y allí le aparcó debajo de unos árboles a la sombra, y se llegó hasta su pueblo en la bicicleta que traía en la baca, diciendo que se había hecho todo el recorrido pedaleando. Lo malo fue que, una semana más tarde, cuando fue a recogerlo para volver a Madrid después de despedirse de todos diciendo que pensaba hacer el camino en bicicleta, encontró el techo del coche lleno de cagadas de todos los pájaros que dormían en las ramas de los árboles que le daban sombra.

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